Una de las reivindicaciones básicas de los trabajadores ha sido siempre la reducción de la jornada de trabajo. Desde el inicio de la revolución industrial se hicieron sentir los reclamos. En 1829 se levanta el primer movimiento en Nueva York a favor de la jornada de ocho horas: ocho horas para el trabajo, ocho horas para el sueño y ocho horas para la casa y la recreación. Para entonces, la jornada laboral era de catorce y dieciocho horas diarias, los siete días de la semana. En el pulso entre empresarios y trabajadores siempre ha estado presente la discusión por el salario y el tiempo libre, considerado esto último como punto esencial de la emancipación del ser humano.
En esa época, y en numerosas oportunidades, los obreros se fueron a la huelga en los principales centros industriales del mundo, para alcanzar la reducción de las horas de trabajo diario. El argumento de los dueños de los establecimientos industriales y comerciales para oponerse a las demandas era que se verían obligados a incrementar de manera forzada el número de trabajadores, lo que haría que se elevara el costo de producción y disminuyeran las ganancias, lo que llevaría a la quiebra y al cierre de numerosos centros de producción. Sin embargo, la presión fue tan grande y las protestas tan extendidas, que en 1868 se promulgó en Estados Unidos una ley estableciendo las ocho horas de trabajo diarias. Pero esta ley, llamada Ingersoll, no la acataron los empresarios, que a través de la prensa la calificaban de “delirio de lunáticos”, y expresaban que representaba “lo mismo que pedir que se pague un salario sin cumplir ninguna hora de trabajo”. En consecuencia, las organizaciones laborales y sindicales continuaron las protestas a lo largo de décadas.
Desde entonces, ha habido avances y retrocesos, que siempre han dependido más de la correlación de fuerzas y menos de argumentos técnicos. Así que las más importantes disminuciones de la jornada de trabajo se alcanzaron en la posguerra, a partir de 1945, cuando el movimiento obrero era más fuerte y la amenaza del comunismo muy grande. Posteriormente, en la medida en que el movimiento sindical y la ideología socialdemócrata han ido perdiendo peso, se ha involucionado en la materia, a pesar de los desarrollos tecnológicos, el aumento de la productividad y el incremento del desempleo.
En Venezuela, la nueva ley del trabajo, que reduce la jornada a cuarenta horas semanales, ha sido aprobada en un contexto político y social que ha resultado favorable a los trabajadores. Por supuesto, el argumento en contra es el mismo de hace un siglo: “ajustarse a la ley es forzado y traerá baja de producción y disminución de las ganancias”.
#Opinión: Las cuarenta horas semanales Autor: Leopoldo Puchi
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