Escribo el jueves 11 de abril en la noche. Si supiera cómo amanecerá Venezuela hoy lunes sería multimillonaria, porque habría logrado lo que nadie: predecir el futuro. Tal vez estaría en Verona, en una casa con vista al río Adige, escribiendo mi novela hoy pospuesta ante tantas eventualidades. Pero como en vez me encuentro en Caracas, escribiendo mi artículo semanal, voy a decir lo que espero y quiero que suceda:
Venezuela no aguanta más esta situación de confrontación política sin que reviente un conflicto social de gran envergadura. Y de ello serán responsables quienes de manera tan irresponsable han convocado y aupado los sentimientos más bajos. Quienes han propagado un discurso lleno de imprecisiones y generalizaciones, de revisionismo histórico y miles de mentiras con el único fin de sembrar odio. Igualmente responsables serán quienes se creen superiores porque nacieron en cuna de oro, sin haberse paseado por el hecho de que nacer en un medio u otro es algo absolutamente fortuito y que lo que en realidad importa es lo que se hace con lo que se tiene, como en la parábola de los talentos. Estoy harta de escuchar descalificaciones por origen, oficio y color de la piel. De manera que espero que el nuevo presidente escoja ser un vehículo de paz y entendimiento, como hizo Mandela en Suráfrica, no alguien que le eche más leña al fuego. Porque en cualquier momento llega el Diablo y sopla…
Espero que el énfasis del gobierno sea la educación de calidad. No misiones que entreguen diplomas que avalen la ignorancia en vez del conocimiento. Que se invierta en la preparación integral de los docentes para que los maestros sean los primeros ciudadanos de la nación. No quiero maestros trabajando dieciséis horas al día para redondearse un sueldo miserable, sino pagados como merecen estarlo los formadores del futuro. Así aseguramos ser un país de primer mundo a la vuelta de la mitad de este siglo. Contamos con los recursos humanos, naturales y materiales para lograrlo.
Espero que se erradique de nuestro ser y hacer la palabra mediocridad. Que levemos las anclas que nos mantienen hundidos en el subdesarrollo. Que nos convenzamos de que el éxito es del tamaño de nuestros sueños y que nos atrevamos a soñar.
Espero que haya justicia. Ningún país puede prosperar con un sistema de justicia corrupto. Espero que la honestidad se convierta en un valor y que su nombre no siga siendo -como en tantos casos- una fanfarronería para tapar chanchullos. Que quienes incurran en delitos sean castigados sin contemplación, no importa quiénes sean. Porque delincuente es delincuente, sea cual sea la marca o el color del cuello de su camisa. Espero entonces que haya seguridad. Ya basta de madres enterrando hijos, basta de que la gente buena viva entre rejas y los malandros circulen y actúen a sus anchas.
Espero que los militares vuelvan a sus cuarteles y nunca más se involucren en política. Espero que sin desmeritar a los próceres militares, nuestros modelos sean los próceres civiles porque queremos vivir tiempos de paz, de concordia, de entendimiento.
Espero que haya igualdad de oportunidades. Que hayamos aprendido la lección de lo que ha significado el no haberla tenido; de lo pernicioso que resulta que una parte del país viva de espaldas a la otra, de que el egoísmo solo produce malos resultados y que la generosidad es multiplicadora tanto para quien da, como para quien recibe.
Espero que podamos re-conocernos como hermanos. Tendernos la mano y darnos un abrazo. Respetar nuestras diferencias. Coexistir.
Espero que retorne la alegría. Porque si hay una virtud venezolana, ésa es precisamente la alegría. Un país dividido es solo un terreno donde se cosechan tristezas. Quiero que haya esperanza, porque es muy triste vivir sin ella. Y quiero que haya paz.
Y quiero agradecer desde mi corazón a Henrique Capriles Radonski por su valor, su humanidad y su entrega. Querido Henrique, una vez más me hiciste soñar con que esta Venezuela sí es posible.