Con la fidelidad de un apóstol, Nicolás Maduro trabaja para que el sueño de Hugo Chávez de llevar a Venezuela hacia un socialismo sin retorno se haga realidad.
El corpulento hombre de 50 años ha cruzado el país en la fugaz campaña para las elecciones presidenciales del domingo repitiendo que no es Chávez, pero afirmando que es el hijo del mandatario que murió en el poder después de gobernar por 14 años.
Maduro, un ex chofer de bus que gobierna interinamente a Venezuela, tiene en sus hombros una pesada carga: lograr extender a dos décadas el proyecto chavista a pesar de la embestida de la oposición, que busca cambiar el rumbo político y económico de la potencia petrolera sudamericana.
«No estoy aquí por ambiciones personales, yo estoy aquí porque el comandante Chávez me dijo: ‘te toca a ti, te dejo a ti, toma mi bandera, sé leal con el pueblo'», expresó en la andina ciudad de Trujillo, en el occidente del país.
El antiguo sindicalista de poblado bigote aprovecha toda ocasión para recordar que fue ungido por el propio Chávez como su heredero y se ha apoyado en el recuerdo del fallecido líder, al que nombra cientos de veces al día, entremezclando en su discurso religión y política.
«Le pido a nuestro Comandante que me bendiga», reza en los mitines en los que las denuncias de intento de asesinato, agresivos ataques verbales a la oposición y las propuestas programáticas se entremezclan con referencias místicas, algunas tan extrañas que fueron blanco de sarcásticos comentarios.
Maduro llegó a decir desde que Chávez se le presentó en forma de pajarito para darle su bendición hasta que el fallecido líder influyó desde el cielo para que la Iglesia Católica escogiera al primer Papa latinoamericano. Y predijo que una maldición ancestral caerá sobre quienes voten en contra de él.
Había iniciado con tropezones. Inicialmente al hablar en público se le quebraba la voz en pleno discurso y derramaba lágrimas frecuentemente al recordar a Chávez.
Pero ya en los últimos días se contagió del frenesí electoral y saltó, bailó y gritó ante sus simpatizantes, dejando el luto atrás.
Sin embargo, no pudo esquivar las inevitables comparaciones con el carisma y el verbo agudo que caracterizaron a su mentor, elocuente comunicador y fuerte detractor de las políticas de Washington en América Latina y el mundo.
Las encuestas muestran que Maduro ha trepado sobre el impulso emotivo de millones de venezolanos que se beneficiaron de los planes sociales del chavismo y anticipan que vencerá a Henrique Capriles, líder de un bloque opositor de centroderecha con quien ha sostenido un agrio intercambio de acusaciones.
Maduro, quien fue guitarrista de un grupo de rock en la adolescencia, dio un giro de 180 grados en su habitual celo por mantener la intimidad familiar al mostrar al público a sus hijos y nietos y promocionar políticamente en todo momento a su pareja, la influyente abogada Cilia Flores.
EL SUEÑO SOCIALISTA ENCARNADO
El mantra «Yo no soy Chávez» que repite el candidato oficialista en cada discurso es siempre seguido por la afirmación de que nadie está mejor posicionado que él para perpetuar el heterogéneo ideario del líder muerto el 5 de marzo.
«Aquí está Nicolás, de pie. El hijo de Chávez, listo para ser presidente», dijo en un acto reciente, desatando el delirio de una multitud que enarbolaba carteles con la imagen de Chávez.
Su gran reto es mantener unidas las heterogéneas corrientes que el «Comandante-Presidente» logró amalgamar, desde radicales de izquierda hasta férreos militares.
Su historia personal condensa el sueño de un trabajador en la primera magistratura: con el título de bachiller bajo el brazo, comenzó a manejar buses del sistema del Metro de Caracas antes de convertirse en sindicalista, militante, cuadro político y canciller del país caribeño.
En los primeros años de la década de 1990, salió junto a Flores a las calles para pedir la libertad del entonces teniente coronel Chávez, encarcelado tras un fallido golpe de Estado.
Identificado con ideas de izquierda, su desembarco en la política llegaría unos años después con Chávez en el poder. Formó parte de la Asamblea Constituyente que redactó una nueva carta magna en 1999 y se convirtió en presidente del Parlamento.
En octubre del 2012, tras ganar una nueva reelección, Chávez puso a Maduro en la cúpula al nombrarlo vicepresidente. «Nicolás era conductor de autobús (…) y cómo se burla de él la burguesía por eso», dijo el mandatario en aquella oportunidad.
Lejos de maquillar su pasado, Maduro suele llegar a actos al mando de un autobús en respuesta a quienes le critican su preparación formal y su carrera política que, dicen, se aceleró más por su fidelidad que por su capacidad.
Su paso por la cancillería dio muestras de su apego a las consignas del líder, con una gestión repleta de críticas a Estados Unidos. Horas antes de anunciar la muerte de su mentor, dejó en claro que nada cambiará si llega al poder al denunciar que el cáncer de Chávez fue «inoculado» por sus enemigos.
Pero Maduro sabe que no podrá hacer el trabajo solo, como lo hacía Chávez, y que deberá tejer nuevas alianzas dentro del movimiento «rojo, rojito» -color que identifica el chavismo- para evitar que las ambiciones de poder lo dejen sin piso.
Consciente de la importancia de mantener galvanizado al colectivo chavista, Maduro resumió su visión del futuro durante un acto del Partido Comunista: «Todos juntos somos Chávez. Por separado no somos nada, podemos perderlo todo».