#Opinión: Bicentenario de la Campaña Admirable Por: Francisco Cañizález Verde

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En el transcurso de este año de 2013 se celebrará el bicentenario de la Campaña Admirable, hecho deslumbrante de nuestra gesta emancipadora, ocurrido en el año de 1813, donde un Bolívar joven, sin haber culminado la apoteosis de su hazaña, demostró sus excelsas cualidades de estrategia y de guerrero y en premio recibe el honroso titulo de Libertador, superior para él, que el cetro de los imperios de la tierra.
Si en este periodo, se enmarcan brillantes acciones, en que destacan el valor y la bizarría de los héroes de la emancipación y se ponen de manifiesto los paradigmas y virtudes que asombran en los paladines, que con su heroísmo e intrepidez nos dieron patria y libertad, hay un hecho fundamental, la Proclama de la Guerra a Muerte, cuyas trascendentales consecuencias históricas y jurídicas llegan hasta nosotros, y aun merecen estudiarse, por el extremo interés y significación que reviste, para establecer la exacta y justa interpretación histórica de esta controversial proclama, dictada por la propia mano de la gloria, el verbo estallante del Libertador, en la ciudad de Trujillo, privilegiada por el destino, de ser sede también, de los Tratados de Armisticio y de Regularización de la Guerra, ciertamente exaltados como “el más bello monumento de piedad aplicado a la guerra”. En razón de esta admirable reparación, el poeta Eladio Álvarez de Lugo, en laureado soneto, al pie de la ciudad, saluda al visitante: Trujillo: cuna y sepulcro de la Guerra a Muerte.
En una primera consideración, es interesante destacar, que esta proclama de aterradora estirpe, no obedece a la improvisación. Con atildado juicio de validez critica, nos dice el notable historiador Elías Pino Iturrieta, al analizar el Manifiesto de Cartagena, expresa: “Si se extrae el texto del tabernáculo en que reposa, puede atisbarse el prefacio de la Guerra a Muerte”.
Gil Fortoul, cuando analiza la sangre  vertida y todo el horror que despierta la Guerra a Muerte, adopta un don de severidad con Bolívar, en la primitiva crueldad del conquistador del Siglo XVI, llega a conjeturar. El historiador revisionista Caracciolo Parra Pérez, aporta profundas reflexiones para una concepción más equilibrada. Nos dice, que los españoles iniciaron la guerra y después del Tratado de la Regularización de la Guerra, Morales continuó degollando americanos. Buscaban los realistas, al acabar con el elemento blanco, extirpar con él, las ideas de emancipación y libertad.
Si el positivista Vallenilla Lanz, con su diáfana dialéctica histórica, sostiene que nuestra Guerra de Independencia es una guerra civil, por los comunes elementos y genes que le impregnan identidad, no repara el hecho fundamental, que la Proclama de Trujillo, hace internacional la contienda, con lo cual adquiere ese carácter distintivo de enfrentamiento bélico entre dos Estados.
Las consideraciones del Profesor Augusto Mijares, hablan de criterio para establecer convenio bilateral para enfoque de la problemática, sea de acuerdos parciales, sea por tratado general de regularización de la guerra, como se logró después por la iniciativa del Libertador, con el reconocimiento de Colombia como Estado libre y soberano por parte del estado español.
Recordemos que en este glorioso bicentenario, nace el autentico ejército venezolano, con una infantería disciplinada y organizada. En sus Memorias, el Regente Heredia, menciona con admiración un oficial español, que hacia elogio de la tropa veterana de la Batalla de Araure: “Este y otros oficiales inteligentes me aseguraron que los insurgentes habían hecho prodigios de valor y maniobraron con tanta celeridad y bizarría como las tropas europeas más aguerridas”.
El buido historiador Simón Alberto Consalvi, recientemente desaparecido en lamentable pérdida de nuestra óptima cultura, adiciona, tomando base en la realidad actual, esta diáfana conceptualización: “Al ocupar el Estado y sus inmensos recursos, los patriotas bolivarianos monopolizaron el petróleo, la administración pública, la justicia, el aparato electoral, la legislación, los privilegios económicos, las fuerzas armadas, los medios oficiales. En una palabra, como si todos los otros venezolanos, evidentemente la mayoría, fuéramos españoles y canarios, y careciéramos de todos los derechos. Somos los desterrados del Estado Bolivariano. En suma, una guerra de exterminio que ya tiene quince años y la dudosa popularidad que la nutre”.
Continuaremos estudiando este atractivo periodo de nuestra historia, dentro de consideraciones críticas y científicas, que nos proyecten una interpretación de los hechos hasta su raíz más profunda.

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