#Opinión: Un pajarito Por: Julio Portillo

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Con inaudita vergüenza, que provoca indignación, tenemos que registrar pena ajena por exhibir Venezuela un Presidente interino y candidato presidencial que le dice al pueblo que Chávez se le apareció en forma de pajarito para alentar su candidatura. Contárselo a un pueblo en un mitin y recibir los aplausos cuando hacía el papel de pazguato, no es otra cosa que la maldición de la ignorancia, que como una plaga de langostas  le ha caído a Venezuela.
Si José Rafael Pocaterra viviera incorporaría a Maduro como el personaje central de una nueva “Memorias de un venezolano de la decadencia”. No existe en nuestra historia un político que haya echado mano de efectos de magia para atraer los votos de incautos, hablando de apariciones y menos de antecesores en forma de animales. Dictadores y Presidentes siempre guardaron respeto por el cargo y aun conociendo el analfabetismo, la ignorancia política y hasta la credulidad de buena fe, no irrespetaron al pueblo que concurría a escucharlo, del modo como lo ha hecho el Nicolás. Definitivamente hay que devolverle a la patria el decoro.
El cuento del pajarito en una capilla con Chávez en el altar, es una caricatura denigrante, que al verla en los principales canales de televisión del mundo, no hace sino dejar a Venezuela en lo más hondo de lo grotesco. Ni Presidentes como Abdalá Bucaram Ortiz en Ecuador, famoso por sus excentricidades. Ni Luís Herrera Campins e Hipólito Mejía de Venezuela y República Dominicana respectivamente, que echaron mano del chiste y anécdotas propias para improvisar sus respuestas. Ni Janio Quadros en Brasil, acusado de tener una conducta extravagante,  al tomar a una escoba como su símbolo electoral, que prohibió los bikinis y las peleas de gallos, pero que era profesor de Derecho Penal y poeta, se valieron de las narraciones de apariciones para obtener votos.
Definitivamente esta transición es trágica, presenta al interino candidato como el hombre que representa a un pueblo que lo aventó al gobierno en medio de una bancarrota de la realidad política. Maduro transita, como diría Napoleón “de lo sublime a lo ridículo”. Jura el cargo no ante Dios, sino ante el indio Guacaipuro, sorprendido en mentiras no solamente sobre actos de gobierno sino de su propia vida. Ahora descubrimos que no era un simple chofer del Metro de Caracas, sino un agente comunista preparado en Cuba y de ancestros colombianos.
“No he podido contener la risa cuando oigo el discurso de ese hombre” decía un entrevistado en Europa. Y no es para menos. Querer ganar adhesiones haciendo el ridículo. Lo que nos faltaba un cómico de Presidente. Parece que se tomó muy en serio lo de “Profesor Jirafales” de la historia del Chavo mexicano, con que lo comparan en los pueblos de Venezuela, por lo creído y por los distintos apodos que le inventan los niños, que lo llaman “Toripollo”. Esto es algo más que inmadurez.
Las redes sociales han desatado con picardía criolla una serie de apariciones en forma de gallineta, de zamuro, de alacrán y a cada una de ellas le asignan un nombre de los políticos chavistas desaparecidos. Maduro trató de corregir el error cometido al reclamar que tenía el derecho de hablar sobre su espiritualidad, practicada con silbidos. No sería extraño que algún dirigente oficialista se suicidara en estos días dejándole una carta a Maduro, a la manera como lo hizo Petronio con Nerón y diciéndole que no quiere vivir en un gobierno presidido por un bruto.
Basta pues de sandeces. Hemos asistido a la campaña electoral más corta de nuestra historia política, pero también a la menos nutrida de ideas y proyectos. Maduro no quiso aceptar el debate que le propuso Henrique Capriles para que el pueblo venezolano aprendiera a decidir su voto por un futuro Jefe de Estado provisto de cultura, civilización y planes de gobierno. Prefirió meterse en un autobús oscuro a la manera de cómo se encuentra hoy Venezuela sin luz al final del túnel.

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