Tripa, lorza, michelín, barriga cervecera o flotador neumático de repuesto. Independientemente del nombre que le demos, lucir una barriga prominente puede tener consecuencias indeseadas.
Según un estudio de la Academia Americana de Neurología, tener obesidad abdominal al cumplir los cuarenta años triplica el riesgo de sufrir demencia a partir de los setenta. A esto se suma que Miriam A. Bredella, experta en radiología del Hospital General de Massachusetts (EE UU), ha demostrado que la llamada “curva de la felicidad” se acompaña de una reducción en la densidad mineral de los huesos y un aumento del riesgo de padecer osteoporosis.
Además, la grasa acumulada en torno a la cintura prácticamente duplica el riesgo de padecer asma, de acuerdo con un estudio noruego presentado el año pasado en el Congreso Anual de la Sociedad Respiratoria Europea. Por otro lado, científicos de la Academia Americana de Neurología han demostrado también que, entre los 20 y los 55 años, la obesidad abdominal incrementa el riesgo de sufrir migrañas y jaquecas. Y otro estudio europeo basado en datos de 500.000 pacientes concluía que tener un radio cintura-cadera mayor a 0,85 se asocia a un riesgo hasta un 52% más alto de sufrir cáncer colorrectal.
En resumidas cuentas, todo indica que no hay peor grasa que la que se acumula alrededor de la barriga. Los expertos lo atribuyen a que, normalmente, se trata de grasa visceral acumulada en torno a los órganos del abdomen y que, por lo tanto, resulta mucho más dañina que la que se deposita bajo la piel (grasa subcutánea), por ejemplo en brazos y muslos.
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