#Opinión: Después de la muerte de Hugo Chávez Por: Juandemaro Querales

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La paralización del país por más de cuatro meses, donde el único tema de conversación era la enfermedad del Presidente, termina con el intento de edificar un nuevo mito: la santificación  de un ídolo.
Todo el decorado que ha rodeado esta transmigración de las almas, conlleva a realizar una próxima elección de Presidente de la República, donde el ungido Nicolás Maduro se mida ante Henrique Capriles, candidato curtido en la elección del 7-0, donde resultó triunfador Hugo Chávez por un estrecho margen.
Esta elección cuya campaña arranca el 4 de abril, se juega la permanencia de un modelo autoritario y la desfalleciente democracia, será honroso para cualquiera de las partes en pugna definir la disyuntiva en momentos de aguda polarización.
La coyuntura que produjo este momento histórico marca  un antes y un después, en donde la sociedad venezolana se debate en problemas insolubles en los órdenes económicos, sociales y políticos, expandiéndose la brecha de un desgobierno peligroso, que puede dar paso a una insurrección popular.
Cualquiera sea el resultado de los comicios del 14-A, el candidato ganador deberá buscar una cercanía con la otra parte, entendiéndose en materias neurálgicas; un epígono del líder muerto que atiza el sectarismo, llevará irremediablemente al rompimiento de la convivencia y dará paso a formas inéditas de control político, existiendo el precedente terrible del fallo del Tribunal Supremo de Justicia en su tesis de la continuidad administrativa.
El culto a la personalidad y la creencia extrema de prorrogar la conectividad afectiva del líder fallecido, de manera de inducir a votar a un elector frustrado y escéptico, en un extremo del desespero de los herederos de Chávez por conservar el poder a costa de cualquier vía.
Las devaluaciones sucesivas y el poco respeto que muestran los ministros hacia un Presidente interino espurio en su origen, acelera el fin del ciclo chavista, marcado por la desaparición del modelo universal de democracia formal de corte occidental.
Chávez es responsable de la vuelta al viejo militarismo, aderezado por elecciones supervisadas al mejor estilo referendario, con Constituciones de teflón, abandonadas en su espíritu cuando se empieza a perder el favor de las masas; siendo posible este engendro al alimentarlo una poderosa renta petrolera, secundada por una bonanza casi eterna y coincidió con los años de largo dominio del líder bolivariano.
Maduro no es Chávez, ni el carisma ni el capital político se traspasa como una enfermedad. Maduro es una mala copia de un autócrata tradicional, el plan maquiavélico diseñado por factores de poder, cuyo asiento está en la Antilla mayor de los hermanos Castro, se resiente con la realidad, el diseño de ingeniería social cede ante el populismo de viejo cuño, esta derivación ha hecho de la mendicidad y la demagogia un estilo de mandar muy lejos de un cartabón político para trasladar al vecindario.

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