#Opinión: El Evangelio según Nicolás Por: Macario González

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Sin tregua

Desde hace algún tiempo, específicamente a partir de la muerte de Chávez, los venezolanos hemos venido presenciando los desesperados esfuerzos de Nicolás Maduro y su cúpula por construir una religión oficial, que tenga como centro la figura del que ya no está. Es así como el Sumo Pontífice de esta cantinflada seudo-religiosa “sumó” a su grisáceo currículo el remoquete de “el toripollo”, uno de cuyos primeros planteamientos teológicos fue la asombrosa afirmación de que “la muerte de Chávez debía equipararse a la de Cristo”, al que sumó días después, la aseveración de que el difunto habría dejado a unos “apóstoles” que le darían continuidad al desastre nacional que padecemos todos los venezolanos, que ya va para quince años. ¡Éramos muchos y la abuela parió morochos! exclamará apesadumbrado Judas, aún guindando del jico. Ahora solo me falta revelar que la Santísima Trinidad, en mi evangelio, es un cuarteto, pensará, “tocándose el diente roto con la lengua”, el hijo de Chávez y nieto de Fidel.

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Ahora bien, esto de intentar la creación de una “religión oficial”, no es un descubrimiento de Nicolás y sus catecúmenos, pues ya en la Alemania de Hitler se había ejecutado un plan semejante, llegándose a considerar a la religión como una herramienta para que aquel tirano sanguinario alcanzara sus fines, convirtiéndola en una ideología “…en pro de un conocimiento alemán de Dios acorde con su raza”. Quizás Nicolás y sus asesores cubanos, al implementar esta treta, bebieron y se nutrieron en la fuente de la Alemania hitleriana, aunque aquí no se hable de Tercer Reich, sino de Quinta República. Sólo que, a diferencia de lo que ocurrió en aquel desdichado país, en Venezuela, semejante desaguisado, en vez de causar miedo, causa risa por su ridiculez, su cursilería, su abundante carga de jalabolismo. “Que la muerte de Chávez se asemeja a la muerte de Cristo”, dijo Nicolás en una ocasión. Una afirmación atroz, en la que, la tristeza postiza y las lágrimas de cocodrilo, lo hicieron parecer un cantante adocenado, plantado en un bar de mala vida, entonando canciones de “Los terrícolas”: “Hay luto en mi almaaa” A lo mejor no estaba triste, ni era su llanto, sino el humo del cigarrillo que lo hizo llorar. “Que yo soy Chávez”, “Hijo de Chávez…” ¡Vaya usted a saber, pues! Albertico Limonta y la Hija de Nadie, en un mismo tiempo y en un mismo canal.

Y que decir de los “apóstoles” del crischavismo, la religión que el teólogo Nicolás, en contubernio con los invasores cubanos, quiere imponernos.

Imaginémonos al humildísimo Rafael Ramírez, con una túnica de piel de chivo por vestimenta, recorriendo los llanos venezolanos, comenzando por Sabaneta, ¡No faltaba más!, en estricto ayuno, o cuando más, alimentándose de insectos y miel silvestre, tratando de llevar a los habitantes de esas regiones la palabra de su maestro: ¡Arrepentíos, arrepentíos cuanto antes, que quiero irme a esquiar a Europa! ¿Por qué os quejáis de vuestros harapos? Seguid el ejemplo del apóstol Pedro Carreño, cuya pobreza le permite usar harapos Louis Vuiton, y sin embargo no anda con esa quejadera. ¡Yo os vengo a traer la luz de mi maestro, para que no habléis de apagones! ¡Cuál inseguridad os aqueja, si la única que debéis tener es la llegada al reino donde está mi maestro!

El Evangelio según Nicolás, hace unos días trató de que creyéramos en cuentos de “pajaritos preñaos”, afirmando que “un pajarito chiquitico lo había bendecido”. Hasta hace poco, este columnista pensaba que a ellos solo los bendecía el cura Rojas, pero, su palabra vaya adelante. Sin embargo, la versión sobre este acontecimiento debe ser otra. Quizás Nicolás, ante la inminencia de un debate con el candidato de la democracia, Henrique Capriles, digo yo, quizás bañándose miraría hacia abajo y ahí fue cuando vio el “pajarito chiquitico” al que hizo alusión. En todo caso, ya que en los últimos tiempos, este personaje ha derrochado torrentes de cursilería barata, conveniente es recordarle un poema de Aquiles Nazoa, denominado “La ofensiva de lo cursi”. Dice el entrañable poeta, al opinar sobre algunos versos y discursos cargados de cursilería:“Frases todas estúpidas, banales / más cursis que un pañito de repisa / y aunque el llanto viertas a raudales / lo que causan es risa”

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