En la Historia encontramos los nexos comerciales, literarios y políticos de Venezuela y Cuba, que se establecieron desde los días de la colonia, se profundizaron en la independencia y durante los dos últimos siglos hasta nuestros días. Bolívar quiso independizar a Cuba con Páez. Cubanos y venezolanos tuvieron a sus territorios como camino inmediato al partir para el exilio.
El problema reciente no es solamente el canto del himno cubano en una graduación de médicos venezolanos, la cuestión está en el nivel al que han llegado las relaciones, que como apuntara el politólogo Carlos Romero han pasado de ser puro conflicto, mixtas hasta antagónicas y yo añado ahora a relaciones de sujeción.
Desde el mismo triunfo de la Revolución Cubana en 1959, Fidel Castro se propuso geopolíticamente tomar el control de Venezuela. Primero con la proposición a Rómulo Betancourt de suministro de petróleo, préstamos y enfrentamiento a los Estados Unidos, luego con las expediciones guerrilleras en Machurucuto y finalmente con la captura del gobierno de Hugo Chávez. Aunque todo no termina aquí al conocer ahora que Nicolás Maduro fue preparado como agente comunista en sus años juveniles en La Habana.
Cuánta razón tuvo ese gran poeta venezolano, Andrés Eloy Blanco en 1941 al decir que las relaciones con Cuba tenían que ser de “sincero equilibrio y respeto por nuestras instituciones ante la conveniencia de la patria cubana”. Y al apuntar las relaciones actuales con Argentina y el apoyo del Partido Comunista Venezolano al régimen, qué precisión tuvo ese inolvidable líder dominicano Juan Bosch cuando en 1943 dijera: “En Venezuela gobierna el miedo. Una sospechosa coincidencia existe entre peronistas y comunistas a los cuales les gusta ser devotos de San Stalin”.
Cierto es que Fidel Castro se quedó atrapado en el hecho revolucionario y lejos de darle a Cuba verdaderas instituciones democráticas, creyó mejor que el país era él y su hermano, pero obtuvo éxito en el propósito de apoderarse de Venezuela.
Los Castro tomaron de los Estados Unidos la tesis del “conflicto de baja intensidad” y se lo aplicaron a Venezuela. Aceitaron su aparato político y a la manera de encantadores de serpientes, endulzaron a los militares venezolanos dueños del poder y los convirtieron en peones de su política exterior. Pusieron de lado las coyunturas ásperas, hicieron un ajuste estratégico y se jugaron la carta del corazón. Que fue la última consigna de Chávez “corazón de la patria”.
Cuba es hoy una subpotencia militar y política. Controla a Venezuela que le suministra un subsidio de trece mil millones de dólares anuales, más de cien mil barriles de petróleo diario, cincuenta mil agentes políticos en notarías, aeropuertos, en las fuerzas armadas, en la salud y en la seguridad del presidente interino. Tiene sus tentáculos en Ecuador, Bolivia, Nicaragua, Uruguay, Argentina, Dominica y El Salvador.
Lo lamentable de todo esto es que la Venezuela millonaria está en manos de un país atrasado, empobrecido y embrutecido. Ya no es el país del cual dijera el propio poeta cubano Nicolás Guillen: “En Venezuela se permite juntar en una misma mesa, sin que se enseñen las uñas o al menos sin que se las claven, a escritores de las más opuestas tendencias e ideologías”. Esa Venezuela pluralista va camino de la misma cotidianidad cubana: colas para obtener alimentos, presos políticos, exiliados, partido único, barreras económicas para salir al exterior, quiebra de su industria nacional.
Y todo esto nos ha pasado porque no se puede ignorar el pasado. Como dijera una vez José Rodríguez Iturbe sobre las relaciones entre nuestros dos países: “En un mundo donde resultan fáciles los silencios hipócritas y donde se mueven los más insospechados intereses, diremos siempre con claridad cuáles son nuestros principios. Cuba es un profundo desgarron de ausencia, siempre estaremos esperando todo grito mambí que brote de la entraña pidiendo libertad”.