El culto a la personalidad, como termino estrictamente político-social, se refiere al exceso de adulación hacía una persona, quien detenta funciones de Estado y de gobierno en una nación. Identificamos este fenómeno cuando cierto conglomerado de personas dirige alabanzas y glorias a quien por lo general se representa como un caudillo dominante entre las masas y autocrático en cuanto a la jefatura de un gobierno.
El término inicialmente lo acuñó Nikita Kruschev, hombre fuerte de la Unión Soviética, el 25 de Febrero de 1956 en el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, donde se pronunció a través de la lectura de un informe “secreto”, a sesión cerrada, excluido en las resoluciones tomadas, y el cual provocó un fuerte impacto en el sistema soviético.
En dicho informe, Kruschev condena a Lósif Stalin por el régimen de terror que lideró, las desapariciones y ejecuciones en masas, las persecuciones, pero además lo acusa de promover “el culto a la personalidad” como una estrategia política: “¡Camaradas!. El culto al individuo alcanzó proporciones tan monstruosas debido principalmente a Stalin, puesto que él utilizó todos los medios concebibles para enaltecerse.”
Ese culto al que se refirió Kruschev no era sin nuevo en la historia universal. Existen numerosos casos, que partiendo de esa definición moderna podríamos identificar como aquel propio de los Faraones egipcios o del Cesar romano. Tal situación se produce por una estrategia la cual crea la figura de un hombre poderoso y paternalista enviado por el destino para rescatar al pueblo y llevar a cabo una empresa fundamental para su nación, o la humanidad entera, para lo cual su presencia resulta imprescindible.
En América Latina el sistema presidencialista ha favorecido a que este tipo de fenómenos se reproduzcan con facilidad dentro de la concepción de Estado moderno como régimen político “equilibrado”. Es propio de nuestros regímenes populistas conseguir esa figura del líder bonachón, carismático e imprescindible que llega para redimir a su pueblo, los ejemplos son diversos: Juan Domingo Perón, Fidel Castro y Alfredo Stroessner. Pero incluso acá mismo en Venezuela hemos asistido a esta situación abonada por un sistema donde el Jefe del Estado concentra la mayor parte de las atribuciones de gobierno, lo cual ha sido aprovechado para cultivar sus egos dentro de las masas; nos resulta por tanto “normal” ver las fotografías de los mandatarios en cada oficina pública o en cada obra del gobierno. El culto va más allá cuando se recurre a la técnica de embalsamar los cadáveres de esos personajes una vez fallecidos con la necesidad de extender sus vidas y mantener su presencia, lo cual redunda en una patología no propia de sociedades evolucionadas. Hoy incluso son pocos los líderes quienes se encuentran embalsamados: Lenin, Mao Tse-Tung, y Fernandim Marcos son algunos de ellos.
¿Hacia donde conduce el culto a la personalidad? En Venezuela, después de la muerte del presidente Chávez, mantener el carisma que lo caracterizó, para así sustentar el orden perfecto de un sistema de gobierno concebido como ideal. Para nadie es un secreto el culto exacerbado que se erigió entorno a su persona desde casi al inicio de su gobierno. La cantidad de propaganda con su imagen y sus frases y las largas horas de programas televisados en medios estatales resaltando sus atributos como orador, político y militar, lo demuestra, lo cual se ha acentuado hoy día con su prematuro fallecimiento al punto de llamarlo “líder supremo”, “el Cristo redentor de los pobres” o “el segundo Libertador de la patria”.
Particularmente, a tres semanas de la muerte del ex-presidente Chávez me resulta preocupante que aún su cuerpo se encuentre insepulto, dentro de un sarcófago paseando de un lado a otro de Caracas al antojo de los jefes de campaña de Nicolás Maduro. Un hecho fantasmagórico e increíble, dentro de nuestra historia contemporánea, junto a la simple sugerencia hecha de embalsamar su cuerpo para seguir adorándolo incluso después de su muerte.