Entre el culto a la muerte y la cosificación de la vida por Asdrúbal Aguiar

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La campaña electoral venezolana se juega hoy alrededor de la vigencia o no del «realismo mágico». Unos, los opositores, intentan desmontar el Mito que forjan los «beneficiarios» del fallecido Hugo Chávez y, éstos, a su vez, exprimen la muerte del ex presidente para afianzar el culto a perpetuidad de su memoria.

Siguen los últimos huérfanos de identidad que no encuentran en los valores o tradiciones nacionales, si acaso existen. Cambian o prosternan los símbolos patrios como negando a la patria que los viera nacer para darse otra, al punto que hasta jurungan los huesos de lo único que a todos une simbólicamente – Simón Bolívar – y que ya no les basta. Su memoria única ha de ser compartida ahora con ese otro «padre bueno» de reciente partida. No encuentran, por lo visto, capilla ni santoral que los satisfaga como venezolanos u obreros de la política o usufructuarios del Tesoro público.

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Lo triste es que se trata de una parte importante de la población venezolana que sigue errante y engañada, condenada al nómadismo espiritual como en sus primeros días. Luego de tropezar, por obra de la casualidad, con la savia romano-hispánica y de beber de ella durante casi 300 años hasta alcanzar textura y las certezas de una pertenencia a la civilización, seguidamente la inhuman en el féretro de la desmemoria. La cultura trashumante y de presente vuelve a tomarla por presa y el propio Bolívar, antes, y su predicado causahabiente, después, se encargan de afianzarla.

Nuestra gente vive al día y cada día como si fuese el último, no obstante lo cual los «herederos» de la quijotesca revolución bolivariana creen, a pie juntillas, que es llegada la ahora del «hombre nuevo» y sin historia, quien finalmente hará y se dará su propia historia.

Este foco sobre lo que ocurre en Venezuela es apenas un trazo dentro de la crónica. Sirve para situar la brecha demencial que nos separa del resto de las sociedades latinoamericanas y europeas, decididas a transitar por las autopistas de la posmodernidad y ganárselas a tiempo. Al apreciar sus agendas de opinión e información y al compararlas con la nuestra, descubrimos como único activo propio el haber detenido la marcha de la historia. Nos colamos en el último de sus vagones.

Ayer, no más, entre tanto el usurpador Nicolás Maduro acomoda el camino para suceder a su causante político, casi haciendo ver que desde la Eternidad le llegan sus instrucciones y tanto como éste, en su momento, aduce conversar a diario con el espíritu de su predecesor, el Padre Libertador, las páginas de la prensa francesa muestran la renovación universal que acusa la Iglesia de Roma y el debate ético y político de entidad que concita la manipulación cientifica de los embriones humanos.

En otras latitudes el espacio de la opinión política e incluso parlamentaria lo llenan, en lo particular, el citado diálogo público acerca del uso, con fines de investigación, de tales embriones y las llamadas células madres embrionarias utilizados para la fertilización in vitro, para la procreación de seres humanos y el tratamiento de la infertilidad. Una ley aprobada por la izquierda y que opone a la derecha como a la misma catolicidad, que habla de «cosificación de la persona» – obviemos por lo pronto que los adjetivos derechas e izquierdas revelan hemiplejia moral, como bien lo recuerda Ortega y Gasset – recibe, recién, su primera aprobación por los representantes de la Asamblea gala y como parte del cuadro de leyes que promueven la denominada «liberación»(matrimonio entre homosexuales, eutanasia, etc.) para autorizar se disponga de los embriones humanos.

El asunto es muy complejo y delicado. Afecta e involucra aspectos morales relevantes y trae a juego el valor de la dignidad y la naturaleza humanas. Pero muestran, no cabe duda, los graves desafíos intelectuales que plantea hoy la sociedad digital en marcha.

Algunas pacientes, al contar de sus experiencias hablan de angustia familiar y conyugal por el destino de sus embriones «supernumerarios», no utilizados para procrear, pero que adquieren vida y personalidad aún permaneciendo congelados. Son miles con potencialidad para su plenitud humana, guardados en los «bancos» de la biomedicina y en espera de destino. No saben aquellas que decidir, si dejarlos morir, si entregarlos a terceras madres infértiles sabiendo que son «sus» hijos potenciales, o disponerlos como simple «materia» para su uso por las empresas de investigación farmacéutica.

La cuestión, por lo visto, nada ocupa o preocupa a los «Maduros». Les entretiene o le es más exigente la diaria supervivencia dentro del poder y la escatología.

Aún así, ya tales temas hacen cuna en nuestras proximidades. Costa Rica debate a fondo el argumento y la Corte Interamericana de Derechos Humanos, en sentencia de finales de año, en el Caso Artavia Murillo, concluye que la vida cabe protegerla a partir de la concepción; momento que entiende ocurre, a despecho de otra literatura científica y ética que sostiene lo contrario, una vez como el embrión o cigoto – el óvulo fecundado por el espermatozoide – es implantado dentro del útero de la madre.

En fin, mientras el Interino y su gobierno usan y manipulan a los muertos, impidiéndoles su descanso para los fines bastardos del poder personal, la Humanidad discute sobre la vida como promesa, tentando incluso los límites de una libertad humana y científica responsables. Somos los venezolanos de ésta hora, parodiando al padre Bergoglio o Papa Francisco, autoreferenciales. Creemos que la realidad global gira y se agota en nosotros, pero el mundo y su curso avanzan, fatalmente, muy distantes de nosotros.

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