En una ceremonia privada, alejada de los reflectores que la acompañaron desde que se volvió un referente del deporte local al convertirse en la primera mujer mexicana en ganar una medalla olímpica de oro, familiares y amigos le dieron el último adiós el viernes a la halterista Soraya Jiménez.
Jiménez, quien subió a lo más alto del podio en la división de 58 kilogramos de los Juegos Olímpicos de Sydney 2000, falleció el jueves por la noche en su apartamento en la Ciudad de México víctima de un ataque al corazón.
«Yo, al igual que el resto de la familia olímpica, estamos convencidos de que Soraya vivirá en nuestra mente y nuestros corazones por siempre», dijo Carlos Padilla Becerra, presidente del Comité Olímpico mexicano.
Jiménez fue despedida en una funeraria del Estado de México por familiares y amigos y sus restos serían cremados.
«Las luces y sombras que caracterizan al ser humano, también estuvieron presentes en la vida de Soraya», dijo Daniel Aceves, presidente de la Asociación de Medallistas Olímpicos Mexicanos. «Es lamentable la pérdida de un ícono del deporte femenil mexicano y el deporte en general».
El máximo logro en la carrera deportiva de Jiménez fue tan inesperado y sorpresivo como lo fue su muerte a los 35 años.
Previo a Sydney, Jiménez ya había sido campeona en los Juegos Centroamericanos de Maracaibo 1998 y medallista de plata en los Panamericanos de Winnipeg 1999, pero su ranking mundial (8) previo a los Juegos Olímpicos no daba para pensar en una medalla de oro.
Con la muerte de Jiménez, son dos los medallistas mexicanos de Sydney 2000 que pierden la vida. En enero pasado, el marchista Noé Hernández murió de un infarto, después de recibir un balazo en la cabeza, y la pesista estuvo presente para montar guardia frente al féretro.