El presidente Chávez… duerme
El Hijo de Dios, Jesús, al referirse al desenlace final de la enfermedad que padecía su amigo Lázaro en Betania, cerca de Jerusalén, resolvió visitarlo, diciendo a sus discípulos que el enfermo dormía y regresaría a despertarlo del sueño; pero, discerniendo que sus discípulos no entendían que el morir es como el dormir, les dijo que el enfermo había muerto y regresaría a despertarlo, es decir, a resucitarlo, como efectivamente lo resucitó, luego de cuatro días de su deceso.
A la luz de las enseñanzas de las Sagradas Escrituras (La Biblia), no es cierto que cuando el ser humano muere, sale de su interior un ente, denominado alma, que piensa, siente y sufre en un supuesto purgatorio o infierno o que eventualmente va directamente al cielo. Lo que Dios nos enseña en la Biblia es que cuando una persona muere, perecen sus pensamientos y sus sentimientos, sin que nada pueda sentir o pensar, cumpliéndose la sentencia divina “Polvo eres y al polvo volveréis”, hasta que regrese Cristo con majestad y gloria, quien habrá de resucitarlo para vida eterna o para destrucción final.
A pocas horas de morir, el malhechor que colgaba en un madero, cerca del que pendía Cristo Jesús, se arrepintió de sus pecados, los confesó con verdadero arrepentimiento al Salvador, le pidió perdón, diciéndole que se acordara de resucitarlo cuando regresara en su reino; recibiendo como respuesta: “Estarás conmigo en el paraíso”.
De acuerdo con la enseñanza bíblica, los que duermen en los sepulcros, como ese malhechor arrepentido, duermen allí hasta que regrese Jesús. El que duerme nada sabe de lo que pasa en su alrededor. La Palabra de Dios declara que “No hay justo ni aún uno” y que “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros”, es decir, todos sin excepción somos pecadores; pero, si acudimos a Cristo antes de que sea demasiado tarde, podremos obtener la misma promesa dada al arrepentido ladrón. El presidente Chávez -como dijo Jesús a Lázaro- no está muerto sino que duerme, esperando como Dimas a Cristo, de quien se aferró durante su lamentable enfermedad, según las noticias precedentes a su deceso, exhibiendo un crucifijo. ¡Confiemos en la Palabra de Dios y no en el dicho de los hombres!
Jaime González Hernández
