Mensaje sólo para apáticos, tibios e indiferentes

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Aquí no hay ninguna revolución. 14 años después eso está claro y clama a los ojos de Dios. En el poder se ha enquistado una camarilla corrupta, cínica, que sólo pretende alargar sus privilegios, el goce de sus lujos e impunidades, sus boatos furtivos, mal habidos y peor disimulados, a costa de dividir al país en dos bandos irreconciliables. Por eso no les interesa la paz. Por eso alimentan el odio. Por eso crean mitos que les sirvan de escondederos. Por eso apelan al miedo y a la mentira. Por eso recelan de todo debate, de toda rendición de cuentas. Por eso acallan la crítica a sangre y fuego. Por eso les interesa más ser temidos que respetados. Por eso aplastan el ascenso social. Por eso no les conviene que el pueblo salga a flote de sus miserias y se sienta en condición de reclamar lo que por dignidad y justicia les pertenece. Frente a semejante dilema los venezolanos tenemos dos opciones: Resistirnos, rebelarnos ante la iniquidad. O callar, fingir, en una palabra, ser cómplices.
No saben gobernar. No son justos. No predican con el ejemplo. No guardan respeto alguno por la palabra, por la verdad. Creen que la patria se reduce a sus codicias y juergas de opulencia. Hasta su propia fe es una sarta de supercherías oscuras, de ritos y sacrilegios emparentados con el mal. Suponen que ser intocables es lo mismo que ser honorables. Confunden fuerza con autoridad. Ahora mismo, el “sucesor”, consciente de sus nulos merecimientos, y perseguido por su cualidad de copia deslucida, mediocre, sin discurso ni anécdotas, sin carisma ni ocurrencia, basa su campaña electoral en la explotación de un luto, y hasta en eso ha fallado en forma ruidosa, imperdonable: incumplió dos de sus solemnes ofertas pronunciadas sobre el féretro, que llamó sagrado.

Embalsamar, primero. Llevar al Panteón Nacional, después. Lo dijo cuando ya no había tiempo, reconoció. Quizá sea eso: las señales de un tiempo que en definitiva no le pertenece. Un legado que no podrá sostener más allá de lo provisorio, de lo ocasional. Pero si es que hasta a la hora de responsabilizar a alguien por la primera devaluación de la moneda, tantas veces negada, y aplaudida, qué vergüenza, por el mismísimo Fondo Monetario Internacional, no tuvo el valor, ni la entereza, de asumirla con la misma fiereza con que se sujeta a las otras partes de la herencia, las jugosas. Señaló hacia el ataúd. Culpó al “padre”, desmereciéndolo. Y al lanzarnos por el pecho la segunda empobrecedora devaluación en menos de mes y medio, ni siquiera supo hilar algún argumento para explicarla. Es un mago sin asombro. Un accidental pupilo sin talento.

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Por tanto, sin ánimo para exponerse a las cacerolas que ya retumbaron en la “oligarca” Catia, sigue, sin pisar barrios, aferrado apenas a cuanto le parece más fácil y tolerable de imitar: la insolencia en su expresión más ramplona y cobarde; el abuso, el ventajismo, la alineación de todas las instituciones del Estado, aplaudidas en su postura servil, en función del resguardo de un botín, del aprovechamiento de una oportunidad sobrevenida, como sobrevenido es él mismo. Sin más credencial que una escogencia nada serena, no signada por la vida, ni por la razón, sino traída más bien por los cabellos de un apresuramiento impuesto por las pisadas de la muerte y sus tormentos. Con las sospechas, encima, de que su carácter de elegido fue fraguado en Cuba. De cara a esa entrega, las salidas para los venezolanos siguen siendo dos: Resignarnos, quedarnos sin patria, y negársela a las generaciones por venir. O hacer cuanto dicta nuestra conciencia.

De lo que hagamos, o dejemos de hacer, dependerá, entera, la suerte de los presos políticos. Ellos no solamente no pueden ver el Sol, como cada día, sin valorarlo, cualquiera de nosotros. Tampoco llegan a ellos los rayos del derecho, que les son negados sin asomo de piedad. ¿No nos escuece, acaso, la memoria de Franklin Brito, quien sí se inmoló ante una justicia empecinada en anularlo por loco? ¿Tampoco nos mueve de nuestra comodidad la imagen de la jueza María Lourdes Afiuni, ultrajada moral y físicamente? Y así como ellos, tantos. ¿Es una página que podemos pasar, con fastidio? En la dura lejanía, los exilados aguardan por el tendido del puente del afecto y del reconocimiento, que mitigue ese amargo y canallesco episodio del destierro. Muchos de ellos, frustrados, arruinados, ni siquiera pueden acariciar el sueño de volver.

Igualmente, los profesionales condenados a construir el progreso de otras naciones, como ocurre con los 20.000 trabajadores petroleros, trocados en parias. Despedidos con humillación, sin liquidación ni ahorros, echados con violencia nocturna de sus casas, y arrancados sus hijos de los colegios. Y qué decir de nuestros médicos, desplazados por supuestos técnicos cubanos. De los docentes, castigados con trato inmoral y salarios de hambre. En esa lista negra, asimismo, los medios de comunicación social. Primero, el cierre de RCTV. Ahora el garrote le llega por la vía de la venta forzada, a Globovisión. Los productores agrícolas, en tanto, puestos a observar impotentes cómo los mercados se surten de frutos cosechados en surcos lejanos, en premio al esfuerzo de manos ajenas. El petróleo hipotecado a la avariciosa e imperial China, a largo plazo.

Los dineros públicos agotados en una francachela populista que nos acerca a pasos acelerados a una crisis de pronóstico reservado, con un explosivo coctel: hiperinflación, endeudamiento masivo y escasez, en una nación puesta a confrontar con ciegas pasiones radicales. Un detalle apenas: la deuda pública nacional consolidada creció de 32.809 millones de dólares en el año 1999, a 305.330 millones de dólares en 2012. Eso, justo cuando el precio del barril petrolero ha permanecido alto y sin que exista inversión que lo justifique. Los gastos en salud y educación han bajado.

No existe, además, asomo alguno de previsión ante una eventual adversidad, que nos sorprendería desprotegidos, en la más vergonzosa de las dependencias. Cada trabajador que pierde su puesto por una empresa que se vuelve inviable y quiebra, como acaba de ocurrir con Brahma, se lamentará de no haber entendido antes lo suicida de la persecución a la cual se ve sometida la iniciativa privada, y todo quien tenga éxito, en nombre del socialismo. Y si nada de eso nos conmueve, ahí están los sombríos niveles de inseguridad. 21.000 crímenes sólo en 2012. Nuestra tasa de homicidios es el doble de la que ostenta México, sumido como está ese gran país en una guerra feroz entre los carteles de la droga.

Las opciones, otra vez, son las mismas. Podemos renunciar a todo. Podemos seguir apáticos, indiferentes. Podemos ser tibios y caer en la alusión que Jehová nos hace en Apocalipsis 3: 15-16: “Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. Ojalá fueras frío o caliente. Así, puesto que eres tibio y no frío, ni caliente, te vomitaré de mi boca”. Podemos imitar a esos señorones que, sabiendo, nada dicen, y pudiendo, nada hacen. Placenteros en su molicie. Pero también está el camino de la lucha, del sacrificio, de la entrega a una causa justa. Es difícil ganar, es verdad, pero, ¿desde cuándo la conquista de la libertad ha sido un torneo floral? Siempre, siempre, ha de hacerse lo que es justo. Es lo que nos verifica como ciudadanos. Es lo que nos afirma como seres humanos. Es lo que nos salva.

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