Ya lo habíamos advertido en entregas anteriores. Cuando termine, definitivamente, esta tragedia que significó Chávez en Miraflores, esta tragedia que se ha abatido sobre Venezuela, quedarán las ruinas de esta silueta de país que nos ha dejado, en el que se dilapidó la mayor riqueza petrodolarizada hasta ahora conocida. Lo material, como suele decirse por allí, puede ser recuperado más temprano que tarde. Pero lo intangible, eso que no se mide ni se toca, eso que es alma tardará generaciones en recobrarse. Porque tiene que ver con la dignidad, con la nobleza, con el honor, con el decoro, la grandeza e incluso con el orgullo, todos valores arrastrados por el viento “revolucionario” que marcaron estos últimos 14 años de nuestra República.
Y es que las manifestaciones de esta destrucción son tan patentes y patéticas en los millones de manos extendidas que no dejan de abrirse para que les depositen dádivas y limosnas en forma de Misión, becas o bonos. Este régimen rentabilizó estos programas entre los sectores más desfavorecidos. A cambio les exigió apoyo incondicional para el Mesías, el aplauso fervoroso en mítines y concentraciones, la expresión devota, en especial cuando las cámaras hacían los primeros planos, y últimamente las lágrimas y la oración al Altísimo para que el benefactor – otrora ateo impenitente – sea bendecido por y con la gracia divina.
Y era menester llorar a “moco tendido” para ser bien visto por la cúpula roja rojita. Era importante que la lente atrapara el dolor de los plañideros y plañideras que rogaban y ruegan sin césar por el descanso del ahora “cristo redentor”. Todo aquello hizo recordar a este columnista el montaje de la tiranía norcoreana cuando murió Kim Yong Il. Quienes no convencían con su llanto iban directo a la cárcel o al trabajo esclavo.
Entre las ruinas que nos deja Chávez quedaran también los invasores. Esos que no tienen el menor escrúpulo para meterse en casas, edificios o apartamentos e intentar convertirse en dueños a toda costa. Contaron con el apoyo armado del régimen, con los tribunales que siempre les daban la razón y, en general, con la aquiescencia de la cúpula de esta equivocación histórica de nuestra nación, siempre dispuesta a propiciar que lo peor de la condición humana salga a flote, a mandar, y a disponer de la vida de todos nosotros.
Con el cartelito que reza “terreno en custodia” vemos a colectivos “revolucionarios” que se apropiaron de todos los espacios vacíos, en cualquier ciudad o pueblo de esto que Chávez nos dejó como país. Allí están y allí siguen, prevalidos de prerrogativas para adueñarse de lo que no les pertenece. Duermen, hacen sancochos y defienden los terrenos conquistados tal cualÁtilas del siglo XXI. Deforestan, terracean, perforan y levantan ranchos con los troncos de los árboles que talan y los techan con trozos de plástico. Al concluir la barraca se convierten en guardianes junto a niños, ancianos, enfermos y mujeres embarazadas. Es el modus operandi y el legado de Chávez y su “revolución…”
De los escombros de la Venezuela que nos deja Chávez aparecen también los refugiados. Se trata de los damnificados por las lluvias, familias completas que sobreviven en hoteles robados a sus propietarios, en oficinas de los diferentes MinPoPos, en las torres del Centro Simón Bolívar, en el hipódromo “La Rinconada” y hasta en instalaciones militares. Cada refugio tiene un miembro del cogolloboliburgués como padrino. Y allí siguen y seguirán…
La desolación que nos deja Chávez, pues, deja también en la inopia a la educación. Ese edificio espiritual capaz de articular y cohesionar a la sociedad mediante la formación de sus nacionales. Convertir habitantes y pobladores en ciudadanos responsables y competentes es tarea impostergable para lograr el progreso de una nación. Todo lo contrario fue lo perpetrado por este régimen, que entrenó y adiestró siervos, esclavos y adulantes “rodilla en tierra”.
#Opinión: Sin tregua Lo que Chávez nos dejó… Autor: Macario González
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