Con la construcción del Estadio San Agustín, inaugurado en enero de 1928 en la parroquia caraqueña del mismo nombre, el béisbol en Venezuela avanzó con mayor atractivo junto al primer campeonato de Primera Categoría, evento que se realizaba con cuatro equipos: Royal Criollos, Santa Marta, Maracay y 29 de Julio.
Por ese tiempo había una recia dictadura bajo el puño del general Juan Vicente Gómez, presidente de la República, y era el béisbol una actividad popular que funcionaba como válvula de escape a las tensiones políticas existentes. Entonces la afición beisbolera creció y surgieron otros equipos, incluso con experimentados peloteros venidos de islas caribeñas donde esta disciplina deportiva estaba más adelantada.
Ese auge logró que hasta un hijo del presidente Gómez, el coronel Gonzalo Gómez, fundara en la población de La Victoria, estado Aragua, un equipo llamado Concordia, cuyo propósito era ocupar la vanguardia en la acción competitiva. Con buenos recursos económicos que le proporcionaba el poder, el Concordia contrató para el torneo del año 1932 a los estelares cubanos Martín Dihigo y Silvino Ruiz, garantía de triunfos al lado de muy buenos jugadores venezolanos, entre ellos el catcher Manuel “Pollo” Malpica.
Así, considerado favorito, preñado de estrellas, el equipo del hijo del dictador salió a enfrentar a novenas sin renombre ni plata: Águilas, Caribe, Cincinnati, Latinos, Lucana, Royal Criollos y Santa Marta; pero, habiendo transcurrido los primeros juegos, el Concordia no ganaba. Y ante ese hecho los cronistas deportivos decían que ese equipo andaba al estilo “Buche y pluma no’má”, como decía una pegajosa pieza musical cubana que ridiculizaba a quien se creía superior a los demás.
Sin embargo, el coronel Gonzalo Gómez asumió con un poco de tolerancia aquellos comentarios y, como para reforzar la ironía periodística, ordenó colocar una ancha etiqueta de tela en los uniformes de su equipo con el texto “Buche y pluma”. Los peloteros entendieron el mensaje del jefe y empezaron a ganar.
A ocho décadas de aquel inusitado episodio, cuando ahora peloteros venezolanos han escalado cimas de triunfos en diversas categorías del béisbol, incluyendo la profesional empresa norteamericana de ligas mayores, hace poco se formó una selección llena de estrellas con el fin de participar en el III Clásico Mundial de Béisbol, justa en la cual estaría lo mejor del Caribe, Asia, Europa, América del Sur y Norteamérica.
En ese combinado venezolano, dirigido por Luis Sojo, figuraron jugadores de brillantes hazañas en las temporadas de Grandes Ligas: Miguel Cabrera, Pablo Sandoval, Carlos González, Aníbal Sánchez, Marco Scutaro, Carlos Zambrano, Asdrúbal Cabrera, Elvis Ándrus, Francisco Rodríguez, Martín Prado, Gerardo Parra, Miguel Montero, Herderson Álvarez y otros de indiscutible calidad en el arte de jugar pelota.
Entonces muchos entendidos, y también muchos inexpertos en ese asunto del béisbol, algunos cargados de enamorado patriotismo, le pegaron una etiqueta de favorito a la selección criolla, la vinotinto beisbolera. Sin embargo, estos astros al llegar a los altares del clásico mundialista “fueron vapores de la fantasía”, tal como escribió hace años el poeta Andrés Eloy Blanco. En los dos primeros juegos quedaron eliminados, cayeron ante República Dominicana y Puerto Rico, venciendo apenas en el tercer encuentro a España.
No es asunto de ver el árbol en el suelo y aprovechar su caída para hacer leña fácil. Más bien de trata de abrir realidades, no conformarse con pasar la página del fracaso, sino sostenerla con responsabilidad y dedicarse a enderezar entuertos. Quizás algunos fanáticos, esos que les duele cualquier derrota tricolor, desearían el regreso de aquella vieja guaracha que decía “buche y pluma no’má”, como para soltar el desahogo con música.
#Opinión: Al estilo buche y pluma Autor: Otto Acosta
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