Un padre, afligido por un duelo prematuro, encarga una imagen de su hijo tan pronto arrebatado, y al que antes no era más que un cadáver, ahora lo honra como a un Dios y transmite a los suyos misterios y ritos.
Luego, con el tiempo, esta mala costumbre es observada como ley. Asimismo, por orden de los soberanos, se rendía culto a las estatuas: como no se los podía honrar en persona, a causa de la distancia, reprodujeron esa figura lejana, fabricando una imagen visible del rey que veneraban; así se adulaba con fervor al ausente como si estuviera presente.
La ambición del artista contribuyó a extender este culto, atrayendo incluso a los que ni siquiera conocían al rey, porque aquél, deseoso sin duda de complacer al soberano, empleó todo su arte para hacerlo más hermoso de lo que era; así la gente termina por considerar dioses a los que antes solo tenían por hombres y la gente, seducida por el encanto de la obra, convirtió en objeto de adoración al que poco antes honraba como a un hombre.
Y esto resultó una asechanza para los vivientes, ya que los hombres, víctimas del infortunio o de la tiranía, atribuyeron a piedras y maderas el Nombre incomunicable. Pero no les bastó equivocarse en el conocimiento de Dios, sino que, debatiéndose en la tremenda lucha provocada por la ignorancia, ellos dan a tantos males el nombre de paz. Con sus ritos infanticidas, sus misterios ocultos y sus frenéticas orgías de costumbres extravagantes, ya no conservan puros, ni la vida ni el matrimonio; uno elimina al otro a traición o lo aflige por el adulterio.
En todas partes reina el caos: sangre y muerte, robo y fraude, corrupción, deslealtad, agitación, perjurio, vejación de los buenos, olvido de los beneficios, contaminación de las almas, perversión sexual, desorden en el matrimonio, adulterio y libertinaje. Porque el culto de los ídolos sin nombre es principio, causa y fin de todo mal, sea que se diviertan hasta el delirio o pronuncien falsos vaticinios, sea que vivan en la injusticia o perjuren con toda tranquilidad; y como ellos ponen su confianza en ídolos sin vida, no esperan ningún daño de sus falsos juramentos. Pero recibirán su merecido por un doble motivo: porque, al entregarse a los ídolos, se han hecho una falsa idea de Dios, y porque han jurado injusta y falsamente, menospreciando la santidad. Los ídolos no castigan; no tienen poder para hacerlo! Pero Dios no dejara sin castigo a los que practican la maldad.(Tomado de la Biblia, Libro de la Sabiduría Cap. 14, Versículos 15 al 31)
¡La oración! No la dejes nunca por nada. Ella da brillo a tus ojos, ardor a tu corazón, fuerza a tu voluntad. Persevera todos los días, sin desistir y Dios te escuchará.
Afectuosamente,
Imperfecto.
#Opinión: Escrito está (Origen y consecuencias de la idolatría) Autor: Vinicio Guerrero Méndez
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