“Mirad que nadie os engañe. Porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y a muchos engañarán” Mateo 24:5-14.
Nadie puede poner en duda que Chávez, para bien o para mal, ha sido uno de los más grandes líderes políticos de la historia de Venezuela y América Latina. En vida dividió al país en dos y ahora su memoria también segmentará los públicos entre quienes lo veneran y quienes seguimos combatiendo sus ideas. Fue un gran batallador y ciertamente ganó la mayoría de sus luchas muriendo en el poder, pero es mentira que quedó invicto, toda vez que tuvo que asumir derrotas militares y políticas como la del 4F y la del referéndum de la reforma socialista de la constitución. Sectores populares como Petare le dieron la espalda mientras que la Asamblea Nacional dejó de ser “roja-rojita” gracias al voto mayoritario popular en favor de la oposición. En su última elección obtuvo el 55% de lo votos (la menor de su historia como candidato), quedando el otro 45% (casi la mitad del país) con ganas de cambiar de rumbo.
Pero todo esto puede debatirse en el plano de lo terrenal y político, respetando cualquier visión y opinión. Lo que resulta inaceptable desde la fe cristiana y la doctrina católica es la equiparación de Chávez con Dios. Hasta ahora el socialismo tradicional había sido ateo y anticlerical porque a los caudillos de izquierda no les gusta competir con ninguna otra autoridad para lograr la hegemonía que controle la vida de los ciudadanos. Pero el caso de Chávez es distinto, inédito y aterrador. Chávez murió supuestamente “aferrado a Cristo” y en condición de católico creyente. Ya en vida le había exigido públicamente a Dios que le diera vida para seguir la obra de Cristo en la tierra, lo que no le fue concedido. Pero ahora vemos como sus “discípulos” se han dado a la tarea de crear un nuevo culto religioso llamando a Chávez “el Cristo de los pobres”, convirtiéndolo en uno de esos falsos profetas de los que tanto habla la Biblia.
La pecaminosa comparación no solo ofende la fe sino también la inteligencia. A diferencia de Jesús, Chávez murió en el poder gozando de privilegios y recursos ilimitados para tratarse una penosa enfermedad que hoy padecen millones de personas en el mundo de forma mucho más precaria y sacrificada. Su cruz fue la ambición de poder que lo hizo lanzarse por cuarta vez a una elección en perjuicio de su propia salud, en vez de haber propiciado una sucesión política en vida. Chávez murió de forma clandestina y con la chequera de PDVSA en el bolsillo durante la bonaza petrolera más grande de nuestra historia. A pesar de haber recibido un indulto luego de un sangriento golpe de Estado, no fue capaz de decretar en vida una amnistía para liberar a los presos políticos que hoy siguen torturados. Su famoso lema “patria, socialismo o muerte” todavía retumba, así como su recurrente amenaza de que su revolución estaba armada. Ni hablar de Franklin Brito, la jueza Afiuni o Simonovis.
Pero lo más elocuente para describir esta herejía, fue la manera como Nicolás Maduro informó sobre la elección del nuevo Papa de la iglesia católica, a la cual supuestamente pertenecía Chávez. Los medios públicos venezolanos quizá fueron los únicos en el mundo occidental que no transmitieron en vivo el histórico momento del anuncio de la elección del primer Papa latinoamericano. Nada ni nadie podía competir con la capilla ardiente del “nuevo Cristo”. De repente Nicolás se dignó a informar sobre el acontecimiento, asegurando inmediatamente que había sido gracias a Chávez, “quien se encuentra frente a frente a Jesús”, que había resultado electo un pontífice suramericano. Ese mismo día la propaganda oficial se activó en contra del Papa argentino por sus diferencias con Cristina Kirchner. Y no fue sino varios días después cuando el Gobierno emitió un comunicado oficial suscrito por el Canciller Jaua en el que le dedicaba una línea a felicitar al Papa para luego escribir todo un párrafo sobre las virtudes cristianas de Chávez. La histórica elección del Papa le estorbaba en su tarea de endiosar a Chávez: “el Cristo de los pobres”.
Desde el punto de vista religioso se trata del pecado más grande, el incumplimiento del primer mandamiento: “Amar a Dios sobre todas las cosas”. Desde el plano político estamos en presencia de una estrategia calculada para crear un culto donde Maduro hará las veces de San Pedro para edificar la iglesia de Chávez hablando en su nombre. Si no lo evitamos el 14 de abril, Venezuela pasará a ser un régimen religioso fundamentalista, al estilo del medio oriente, donde no creer en Chávez será un delito. Se trata de su última expropiación, la de Cristo. Evitemos esta locura y atendamos el llamado de la Biblia. Que Dios nos bendiga.
Caso cerrado, el dictamen final lo tiene usted.