Una de las prácticas del devocionario católico es el llamado Santo Rosario. Sus orígenes vienen de tiempos de los griegos y romanos que solían ofrendar a sus dioses con rosas. Las mujeres cristianas llevadas al martirio en el Coliseo romano llevaban una corona de rosas. Fueron los laicos en el año 800 los que tratando de imitar los rezos de los frailes de los conventos, comenzaron esta práctica, que toma la forma actual desde 1214 cuando la Virgen se lo dio a Santo Domingo para que convirtiera a los herejes.
Su rezo ha estado asociado con milagros y hechos importantes. Se dice que gracias a el se ganó la batalla de Lepanto en el año 1571 y de allí que el Papa Gregorio VII instituyera el 7 de octubre como día del Santo Rosario. Este modo piadoso sirve a través de los misterios para recordar la vida de Jesucristo y su madre la Virgen María. Varios Santos lo han adoptado como modo de obtener beneficios, entre ellos el Padre Pío.
Ha sido indignante que a propósito del fallecimiento del Presidente Chávez, el mercadeo político de sus partidarios haya ideado la creación de un rosario rojo con una fotografía del mandatario. Ninguna de las ideologías ateas había osado una cosa semejante. Ni el protestantismo desde los tiempos de Lucero y Calvino al abandonar la Iglesia Católica, irrespetaron esta forma de oración. Ni incluso se ha asociado el pasar cuentas de los árabes para mitigar la impaciencia con las bondades religiosas del Rosario.
La propagación del rosario rojo está encaminada a endiosar a Chávez y crearle un culto póstumo. Ya no se trata como se especulaba que sería colocado al lado de María Leonza, el Negro Primero y otras imágenes de la santería. Lo que se pretende es situarlo al lado del propio Cristo e incluso llamarlo “el Cristo de los pobres”. Nicolás Maduro en una de sus recientes intervenciones llegó incluso a sugerir que el conclave de los Cardenales en Roma había electo a un Papa latinoamericano porque Chávez se lo había recomendado a Cristo.
No bastan entonces dos funerales, una urna de vidrio, las peregrinaciones organizadas para ver el cadáver, sobre el cual se han tejido innumerables interrogantes, ahora se pretende perpetuar este “endiosamiento” con un rosario rojo.
Se están elaborando las letanías que deben acompañarse al rezo de los misterios, que ya no serán las alabanzas que se repiten a la Virgen María, sino al propio Chávez. Para ello se han recogido todos los exagerados epítetos que los distintos oradores de estos días frente al féretro han dicho.
Guerrero de la luz, restaurador del universo, cristo de los pobres, salvador de Venezuela, nuevo libertador, señor de los humildes, sendero de misericordia y repetirán igualmente “ruega por nosotros”.
La Conferencia Episcopal sin temor alguno, debería protestar enérgicamente este irrespeto. Si ya Chávez en vida dijo que los Obispos llevaban debajo de sus sotanas al mismo Diablo, los llamó pervertidos, defensores de los podridos y al Cardenal Urosa lo calificó de vagabundo y maleante, qué otra cosa podrían decirles que ya no les hayan dicho.
Algunos Arzobispos y Obispos han sido demasiado indulgentes incluso con sacerdotes más practicantes del oficio para el que fueron consagrados se han convertido en primeros militantes del PSUV y en más de una ocasión han insultado públicamente a sus superiores. Uno de ellos en días recientes llegó a declarar a un medio de televisión, que no le importaba quién saliera Papa porque el Vaticano era una mafia.
En un país mayoritariamente católico estas desviaciones, encaminadas hacia un Estado totalitario, no pueden tolerarse. Hay que inscribir estas manifestaciones como una hostilidad creciente, que podría terminar en la creación de una Iglesia nacional. El llamado chavismo pretende prolongar sus días sobre la base de colocar el rostro de su máxima figura política desaparecida en una herramienta sagrada de los católicos. No se puede rechazar esto a medias, hay combatir esta irreverencia.
#Opinión: Rosario y letanías Autor: Julio Portillo
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