Como sucede en muchos barrios marginales de Caracas, los robos, asaltos y tiroteos se han vuelto un asunto cotidiano de la vida de la gente en los últimos años.
Sin embargo, hay un lugar al este de la ciudad en el que la preocupación de ser víctima de la inseguridad queda suspendida en el aire, al menos por 17 minutos.
Los 17 minutos que tarda un vagón, suspendido en un cable grueso, en hacer la ruta Palo Verde-Mariche, y que a diario toman María González y José Rafael Suárez de su casa al trabajo en una fábrica de plástico y viceversa. Dicen que son pareja pero viven en casas distintas. Ella tiene 34 años y dos hijos, él 27 y ningún descendiente aún.
Mientras viajan, suspendidos en una de las cabinas de metal pintada de rojo y con cristales oscurecidos, ambos toman asiento en una de dos bancas de tablas color café, que pueden llevar hasta ocho personas y mientras conversan van dejando atrás el barrio dónde viven con sus casas cuadradas de dos, tres, cuatro plantas y techos de lámina, con la ropa secándose en las ventanas, con algunos afiches de las elecciones presidenciales de 2012 y montones de basura por doquier.
González y Suárez dicen que la vida les cambió desde que en diciembre el entonces vicepresidente Nicolás Maduro inauguró el Metrocable, el segundo teleférico que se ha instalado en Caracas, y que ha permitido a las personas de la zona dejar en el recuerdo las no menos de dos horas que les tomaba llegar de un lugar a otro, entre calles de dos vías que serpentean por los cerros.
Les cambió la vida, insisten. Pero la realidad es que sólo en parte, porque aún tienen que vivir con el principal problema de la zona: la inseguridad.
`De verdad que sí se ven bastantes muchachos en la calle consumiendo drogas, con armas», dice González que recuerda que la han asaltado en dos ocasiones.
«Es muy difícil pa’ que lo cambien», añade Suárez, quien hace poco más de cuatro años se mudó del municipio de Mérida a Caracas, donde dice que varias veces lo han asaltado, pero no pone un número.
«La mayoría son puros carajitos (jovencitos), carajitos que nos les gusta trabajar y se meten en eso», describe el joven que por algunos momentos fija la mirada fuera de la cabina, donde a la distancia, en medio de las casas que han tomado varias laderas de los cerros, se ven jóvenes sentados junto a las aceras, en motocicletas, jugando o simplemente caminando.
«Trabajo hay, aunque cuesta para encontrarlo, pero hay, pero el caso es que cada cabeza es un mundo y esos carajitos buscan el trabajo más fácil y lo más fácil es robar», añade Suárez.
Un diálogo que muestra cómo este país de 28 millones de personas se ha convertido en uno de los más peligrosos del mundo cuando y que ha provocado que las calles de ciudades como Caracas queden desoladas al caer la noche.
Diplomáticos extranjeros o venezolanos de la clase trabajadora son víctimas por igual de los llamados `secuestros express’, una modalidad de robo también conocida en otras ciudades de América Latina, en la que delincuentes armados raptan a sus víctimas para llevarlas al cajero automático más cercanos para robarles la mayor cantidad de dinero en efectivo.
En medio de una larga lista de problemas, que incluye una inflación de dos dígitos, un déficit fiscal enorme, o el decaimiento de la infraestructura vial y petrolera, la inseguridad es para muchos el principal defecto del gobierno del fallecido presidente Hugo Chávez. Un problema que buena parte de la población ha perdido la esperanza de que sea corregido.
Chávez, fallecido el 5 de marzo a los 58 años a consecuencia de un cáncer, hizo de la atención a los problemas de los pobres su bandera durante los 14 años que estuvo en el poder y puso en marcha toda una batería de programas en materia de vivienda, salud, educación. De hecho, obras como el Metrocable benefician particularmente a los marginados social y económicamente.
Mientras estuvo en el poder, Chávez ocasionalmente abordó el tema de la inseguridad, que veía como consecuencia de la pobreza y el capitalismo, por lo que atacando esos asuntos cambiaría la situación. Hasta ahora, sin embargo, no se ha notado mayor cambio.
Desde 2005 no hay estadísticas oficiales públicas sobre inseguridad, y organismos que analizan el problema dependen de filtraciones o de comentarios que ocasionalmente dan autoridades de seguridad.
Luis Cedeño, director ejecutivo de la asociación civil venezolana Paz Activa que analiza el tema de seguridad en el país, dijo a The Associated Press que a partir de una declaración reciente del ministro del Interior y Justicia sobre el número de homicidios en 2012 (poco más de 16.000) estimaron la tasa de homicidios en ligeramente arriba de 55 por cada 100.000 personas, una de las más altas del mundo.
En un reporte divulgado hace unos días por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, Venezuela aparece como el quinto país con la mayor tasa de homicidios, detrás de Honduras, El Salvador, Costa de Marfil y Jamaica.
«El tema de la inseguridad en Venezuela ya venía… calculo de 20 a 25 años que veníamos con un problema mediano a grave que se convirtió en uno crítico en los últimos 15 años; crítico en cuanto a que los números han aumentado de forma exponencial», dijo Cedeño.
Para el experto, no hay un elemento predominante que explique el problema de la inseguridad en Venezuela, sino que se conjugan múltiples factores que van desde el desempleo, la delincuencia organizada, el deterioro de espacios urbano, la impunidad, la corrupción e incluso la polarización social.
Chávez, comentó Cedeño, «decía que el problema está en que la delincuencia, la criminalidad es generada por la pobreza y la pobreza es una consecuencia del capitalismo, y hasta que no cambiemos el sistema económico del capitalismo hacia el socialismo del siglo XX1, no vamos a poder superar este problema».
Para el experto, sin embargo, hay entonces una falta de lógica entre ese discurso y la realidad. «Si tú me dices que la pobreza está correlacionada directamente con la delincuencia, si ha bajado, ¿por qué no baja la delincuencia?», preguntó.
En su último reporte sobre el panorama social en Latinoamérica, la Comisión Económica para América Latina (Cepal), refirió que según sus datos, en 2002 la pobreza en Venezuela era de 48,6% y para 2011 había bajado a 29,5%.
En contraste, la tasa de homicidios se ha duplicado desde 1999, cuando Chávez fue elegido por primera vez como presidente, dijeron funcionarios consultados por la AP y los secuestros aumentaron 26 veces desde 1999 hasta 2011, según un estudio de Paz Activa, experta en asuntos de seguridad.
Ahora, la violencia se ha convertido en el principal tema de campaña tanto para el candidato opositor el gobernador Henrique Capriles, que desafía al sucesor de Chávez, Nicolás Maduro., que competirán por la presidencia el próximo 14 de abril.
Maduro ha dicho que es momento de enfrentar la inseguridad e incluso hizo un llamado a los delincuentes a entregar las armas que tengan. El candidato opositor Henrique Capriles ha retado al oficialista a debatir públicamente los problemas del país, incluida la inseguridad, aunque no ha presentado ningún programa concreto para combatirla.
«Estamos viviendo la peor situación de seguridad publica en la historia de nuestro país, en los últimos 100 días», dijo Capriles a miles de partidarios el sábado.
«El gobierno está consciente que la inseguridad y la violencia social no es juego», señaló por su parte Maduro en la televisión nacional el domingo. «Por eso vamos a atacar con fuerza el flagelo. Vamos a cambiar las armas de fuego por instrumentos musicales y material deportivo.»
Cuando se intentan explicar las razones de la violencia, otros expertos consultados se centran en una causa: la impunidad. Y no sólo se trata de que los matones callejeros no sean procesados por la justicia, sino que policías y los políticos que, para muchos, han agravado el problema, tampoco son enjuiciados.
Actualmente, sólo el nueve por ciento de los homicidios resulta en un arresto, según el Observatorio de la Violencia, una organización sin ánimo de lucro venezolana. El gobierno, incluso, estima que la policía comete el 25% de los crímenes del país.
La politización de la fuerza pública durante los años de Chávez también ha hecho imposible que policías federales, estatales y municipales trabajen coordinadamente en estrategias básicas como los grupos vecinales que denuncian la delincuencia o los patrullajes conjuntos en distintas jurisdicciones policiales.
Las pandillas de poca monta y los delincuentes comunes son los autores de la mayor parte de la violencia en el país, a diferencia de los carteles de droga que han aterrorizado a México y Centroamérica en su pugna por el control de las rutas del tráfico de droga más lucrativas.
«Hay una situación en que un gobernador de la oposición no tiene un manera de coordinar con alcaldes que vienen del Chavismo para combatir la delincuencia», dijo Marino Alvarado, coordinador general del grupo de derechos humanos Provea. «Es imposible en Venezuela formular una política pública sin convocar a todos los sectores».
Caracas, la capital del país donde viven unas 3,5 millones de personas, constituye el ejemplo perfecto de los conflictos internos. La ciudad tenía su propia policía, que operaba conjuntamente con las de otros cinco municipios. Pero cuando Chávez y el alcalde de Caracas empezaron a protagonizar enfrentamientos, el entonces presidente resolvió sustituir a la policía de la ciudad por una fuerza nacional.
El problema es que esa fuerza sólo dispone de 12.000 policías cuya mayoría están ubicados en Caracas. Por el contrario, los policías que antes operaban conjuntamente sumaban el doble del personal y estaban en la ciudad y los municipios.
En 2011, la ciudad tuvo una asombrosa tasa de homicidios: 99 muertos por cada 100.000 habitantes, la sexta ciudad del mundo con la mayor cantidad de asesinatos, de acuerdo con el grupo mexicano Seguridad, Justicia y Paz.
El gobierno de Chávez ciertamente trató de demostrar que está tratando de resolver el problema al poner en marcha 16 planes de seguridad pública en sus 14 años de gobierno. El último, llamado Misión «A Toda Vida Venezuela», fue lanzada a mediados del año pasado. Estas estrategias asignaban dinero para ampliar los programas de capacitación de la policía, en aumentar el pie de fuerza policial a nivel nacional de policía y orientar los recursos en las zonas de alta criminalidad.
Sin embargo, los esfuerzos fallaron durante su ejecución porque el gobierno nacional desconfiaba de cualquier funcionario local que no fuera chavista, dijo el experto Alvarado.
Mientras Chávez creó un sinnúmero de «colectivos» armados para que aseguraran la lealtad política al chavismo en los barrios, esos mismos grupos a menudo son quienes asaltan a los vecinos que deben proteger, dijo el experto Cedeño.
«Chávez fue muy fuerte con la oposición, por supuesto, y él era fuerte políticamente», dijo Cedeño. «Pero la cuestión es que la política de seguridad pública en Venezuela ha sido muy débil. … Chávez casi nunca hablaba de los problemas de seguridad, y él era muy indulgente con aquellos colectivos e incluso grupos criminales».
María González y José Rafael Suárez dicen que ganan unos 325 dólares al tipo de cambio oficial. No son pobres, pero perciben el salario mínimo.
¿Y eso les alcanza? Ella ríe, suspira y luego dice: «Bueno, relativamente».
La cabina del teleférico pasa ahora por una cañada que sorprende por su verdor. Aún no ha sido invadida por las urbanizaciones improvisadas. Ahí, entre los árboles y las plantas, el único rastro humano visible son algunos papalotes perdidos y las torres metálicas que sostienen el teleférico. Cinco minutos más tarde vuelven a aparecer los techos de lámina, las casas, la basura.
«Aquí hay mucha gente que como nosotros que trabajamos, que nos ganamos nuestro dinero… y hoy lo cobramos y vamos camino hacia la casa y no lo quieren robar y por uno negarse lo pueden matar», dice Suárez mientras de reojo mira hacia fuera de la cabina. «Es muy triste darle el dinero que uno tiene para comer, para su familia, para sus hijos en la casa esperando la leche», añade.
A escasos dos minutos de llegar a la estación Palo-Verde, González y Suárez se preguntan qué esperar de un país que en menos de un mes tendrá elecciones y donde sus principales contendientes han mantenido un cruce de ataques de alto voltaje en los últimos días.
«Ahorita la gente dice que los escuálidos no tienen derecho a ir a ver a Chávez; ¿por qué no? Si los venezolanos somos todos… no es un chavista, no es un escuálido, es un ser humano que murió», dice González.
Su comentario contrasta con lo que se escucha más en estos días: críticas duras de uno a otro bando, de los chavistas y los opositores, a quienes los seguidores del fallecido mandatario llaman «escuálidos».
«Si quieren arreglar algo tiene que hacerlo juntos, ¿no cree?», pregunta Suárez que añade: «lo que pasa es que el egoísmo siempre ha andado por encima de todo».
Transcurren 17 minutos con 49 segundos y llega el vagón a la estación. Ambos bajan y abandonan la estación rumbo a las calles de Palo Verde. Atrás quedó, por ahora, el lugar donde los problemas ocupan sus mentes.
Fotos: AP