#Opinión: Nada es lo que es Por: Ramón Guillermo Aveledo

La devaluación no es devaluación sino “ajuste cambiario” y si la brecha entre el cambio controlado del mercado rojo  y el otro, el del mercado negro, sigue siendo abismal, es por el “ataque inclemente” de la especulación y no por la escasa credibilidad gubernamental. De eso hablamos la semana pasada, pero sigue el aguacero de propaganda gubernamental.
La escasez no es escasez, sino “compras nerviosas” ocasionadas por una campaña mediática especulativa, artera y vil, orquestada por intereses imperiales, empresariales, opositores y básicamente enemigos del pueblo. Nada tienen que ver con la escasez las expropiaciones, las invasiones, las regulaciones por ley o decreto, las importaciones gubernamentales exageradas. Todo lo contrario. Eso produce esos efectos en otros países, aquí no, porque como estamos “construyendo el socialismo”, son medidas que más bien defienden al pueblo de todo lo anterior.
La violencia no es violencia. La verdadera violencia, según el discurso oficial, es la que la “oposición y la burguesía”, que vienen a ser lo mismo, quieren aplicar al pueblo “como lo hicieron el 27 de febrero de 1989” una barbaridad de desorden, anarquía, abusos y represión que la propaganda gubernamental quiere elevar a fecha patria y convertir en fecha precursora de la revolución o, quizás mejor dicho si lo hacemos con Weber, de “este carnaval al que se da, para embellecerlo, el orgulloso nombre de revolución”.
En los últimos catorce años han ocurrido en Venezuela 177.404 homicidios. Va subiendo de año en año la cifra de muertes por la violencia y en 2012 llegó a 21.692. Ya es un lugar común insípido decir que el número es más alto que el de un país en guerra. La mitad de esos muertos cayó en plena vigencia de la Misión “A toda Vida Venezuela”, lanzada como repuesta más propagandística que real, al clamor de la población. En 1998, y ya nos alarmaba con toda justificación, teníamos 20 homicidios por cada cien mil habitantes; pues para el año pasado la tasa alcanzó a 73 por cada cien mil personas. La delincuencia es un fenómeno de todos los países y de la sociedad contemporánea, alegan el Vicepresidente Maduro y el gobierno, pero en datos de la OEA somos el país donde muere más gente asesinada en América del Sur.
Eso, dice el gobierno, es culpa del capitalismo. ¿Pero por qué hay aquí, proporcionalmente, más homicidios que en Estados Unidos o Japón, los países capitalistas por excelencia? Si el alegato del gobierno fuera cierto, a más capitalismo más violencia, pero no lo es.
Recordemos todos la versión que nos dieron de la enfermedad del Presidente. Nos decían que iba mejorando. Cuando estaba en Cuba no estaba ausente, sentenció el TSJ. Pero cuando ya estaba  aquí, nada cambió en términos de secreto y los rumores siguieron porque nunca se le vio ni oyó y los informes nunca lo fueron realmente, hasta el desenlace. Pero los rumores, según el gobierno, no fueron productos de su falta de información, sino de la mala intención ajena.
Mientras el Presidente se agravaba, el mismo que pedía respeto para su enfermedad y que nos contaba a retazos de sus mejorías o complicaciones, quiso convencernos de que el primer mandatario estaba “en pleno ejercicio de sus funciones” y que habían trabajado “cinco horas” con él. Ellos dicen que “nunca ha habido un paciente tan acosado” y, al mismo tiempo, que han estado cinco horas trabajando en su habitación del Hospital Militar. ¿Cómo iba a mejorar? ¿Estuvieron, realmente?
Es de la más clásica escuela totalitaria, y en eso fueron expertos los nazis, los fascistas y los viejos comunistas de aquellos estados desaparecidos por la historia, el poner a la gente a dudar de sus sentidos. Lo que veo, lo que oigo, no es necesariamente real. La propaganda se encarga de aclarármelo. Me informa de aquello que mis sentidos no captan o captan equivocadamente. Me educa. Para eso invierten mucha plata, plata ajena, del pueblo, y enormes esfuerzos en lograr la hegemonía comunicacional. Esta consiste en multiplicar la propia voz para que parezca muchas voces, y acallar, someter o neutralizar las voces independientes.