Culminada una etapa (de una sucesión hoy indescifrable) en el conjunto de actividades que se han organizado para el último adiós al Presidente Hugo Chávez, estamos ya inmersos, al calor de las declaraciones y la activación de los mecanismos legales para tal fin, en una campaña electoral presidencial.
La valoración histórica sobre el papel desempeñado por Chávez en nuestro país, le tocará a las futuras generaciones valorarlo y precisarlo. Aunque terminen aprobando su presencia en el Panteón Nacional (a que dudarlo, si ya sabemos el orden de prioridades de la mayoría parlamentaria del PSUV), las acciones y omisiones de Chávez están aún hoy salpicadas de esa división y polarización que él impulsó, con un discurso vengador que apeló a simplificar la historia política y económica de Venezuela, creando una nueva narrativa en la que todo lo malo se concentraba en quienes disentían de su proyecto y le precedieron en el gobierno, y todo lo bueno y glorioso estaba de su lado de la acera. Su liderazgo fue único e irrepetible, y quizá por ello, resulte hoy patético constatar los desesperados esfuerzos de Nicolás Maduro por recrear su gestualidad, su verbo, su reiterativa lógica discursiva. Está destinado a no ser él, para ganar.
Jon Lee Anderson, periodista estadounidense con un amplio conocimiento de la realidad latinoamericana, escribió el 28 de Enero de este año una minuciosa crónica que, luego de arriesgados periplos por Caracas y entrevistas con peculiares especímenes de la fauna invasora-delictiva de la capital, nos ofrece un crudo y descarnado retrato de la arquitectura física y humana de dicha urbe. Polémico para muchos, pero con la lejana y fría mirada del forastero, su último párrafo, al referirse a buena parte de la base de apoyo popular del Presidente, nos parece un acertado resumen de estas horas que discurren en suelo patrio: “Para ellos, la muerte de Chávez representa el final de una larga y fascinante actuación. Le dieron el poder elección tras elección: son víctimas de su afecto por un hombre carismático al que le permitieron convertirse en el personaje central del escenario venezolano, a expensas de todo lo demás. Después de casi una generación, Chávez deja a sus compatriotas con muchas preguntas sin respuestas y sólo una certeza: la revolución que trató de llevar a cabo, nunca sucedió. Comenzó con Chávez y lo más probable, es que termine con él”. (“El poder y la torre”. Prodavinci.com)
Henrique CaprilesRadonski se enfrenta al mayor y más estructural y descarado ventajismo del que se haya tenido noticia en estas tierras. Y si lo duda, para muestras dos botones rojos-rojitos: La declaración de la Rectora Tibisay Lucena, realizada para anunciar la fecha comicial, estuvo plagada de una parcialización única, juicios de valor, aseveraciones y amenazas destempladas que pulverizan cualquier dejo de institucionalidad y equilibrio lógico de un árbitro electoral. Y el espectáculo de ver al Ministro de la Defensa, Almirante Morelo, aplaudir, hacer porras y decir que la FANB iba a seguir apoyando el socialismo y a Maduro, durante esa espúrea juramentación, que pareció más bien una coronación.
Nicolás Maduro es hoy el sacristán de un nuevo culto idolátrico, o al menos del que se intenta construir con toda la parafernalia emocional del caso, utilizando la figura de Hugo Chávez. Capriles, a quien apreciamos en sus primeras palabras, más directo y claro que en su pasada campaña, lo tutea, ubica a Nicolás en el contexto de su responsabilidad por el mal manejo económico y de los problemas más sentidos de la gente que siguen hoy, intactos y a la espera de su avistamiento. La exagerada e histérica reacción ante la denuncia de Capriles, que todos los venezolanos susurran o gritan con desparpajo, referida a las dudas razonables que existen sobre la manera en que se informó, o desinformó a los venezolanos sobre la condición de salud del Presidente Chávez, revelan una fragilidad peligrosa para quien apela a la obediente y devota masa chavista para legitimar su poder heredado, a costa de la Constitución.
El esfuerzo de Capriles será titánico, gigantesco, a fin de darle representación, cara y voz a millones de venezolanos que aspiran a un cambio real en la conducción de Venezuela, y que rechazan esa versión moralizante de la historia, hoy culto mitológico oficial, al que le falta análisis pero le sobra catecismo, Alberto Barrera dixit.
Ante este grandioso esfuerzo de convertir al chavismo en una nueva religión, el reto de Capriles está claro, y él lo sabe: debe apelar a la verdad. Representa, ciertamente, un anhelo de paz y unidad. Constituye, sin duda, un sacrilegio inexorable.
#Opinión: Capitalismo Lunar Un sacrilegio inexorable Autor:Alexei Guerra Sotillo
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