“Nací entre las labores de la creación de vasijas de barro”, comenzó Berta Burgos a narrar una pequeña parte de su vida, evocando una tradición heredada a través de muchas generaciones y desarrollada en La Piedad.
Ya en 1943, Berta y Fidelia, su madre, amoldaban el barro para la fabricación de tinajas que luego se cargaban en los agajes de los burros (una especie de jamugas) para ser distribuidas en Yaritagua, Chivacoa o en los mercados de Cabudare, Santa Rosa y Barquisimeto, en un periplo que podía durar varios días, práctica desarrollada hasta entrados los años sesenta.
De la venta de las chirguas quedaban unos 14 bolívares de ganancias, y cuando la larga travesía no rendía los frutos esperados, la mercancía se canjeaba en El Mayal y El Tamarindo, por caraotas, frijoles, arroz, plátanos, maíz, manteca, pan fresco, ropa o calzados.
Arraigado linaje
Berta vino al mundo el 30 de marzo de 1937, en La Piedad, pero su linaje es tan antiguo como la misma localidad.
Según investigaciones del cronista de Palavecino, profesor Taylor Rodríguez García, ya para 1856, se registra una familia campesina de apellido Burgos en La Piedad.
Pese al transcurrir del tiempo, Berta rememora los días que Fidelia le enseñaba los secretos de la tierra.
Un arte ancestral
La fabricación de losas de barro se remonta a unos dos mil años, arte que la familia Burgos desarrolló en La Piedad.
Narra Berta, como si fuera ayer, que la materia prima la extraía de la quebrada El Cambural, a unas dos horas de la localidad.
La arena rojiza para cubrir las piezas, la buscaban en una quebrada muy cerca de Los Naranjillos y La Campiña (La Marimisa) y sus aledaños, en donde la colaban con una totuma con múltiples perforaciones, labor que realizaba con su madre y hermanos, y ya contemporáneo, con sus nietos, quienes la trasportan a La Piedad “en bojotes encima de la cabeza”.
La quema era sabatina
Berta comenta, con un dejo de nostalgia en sus ojos, que la fabricación de losas era semanal.
-Mi mamá quemaba todos los sábados, junto a sus siete hijos describe.
Triturábamos la tierra en las tardes, anota, para dejarla remojada y al otro día la amasábamos.
A fuerza de brazo se iniciaba el proceso de amasar la tierra “acompañada de una palangana de agua para después amoldar la pieza”.
-Con una piedra y las palmas de las manos se va formando la vasija, para luego recubrirla con el barniz (tierra roja), alisándola con una totuma, adiciona Berta al tiempo que muestra las pequeñas chirguas.
La cocción se realizaba cuando se tenían más de 12 piezas, las cuales apiñaban y rodeaban de leña a la intemperie, que luego de 12 horas a fuego vivo, las tinajas, múcuras y/o vasijas, adquirían color rojo brillante.
Berta abrigaba la esperanza de seguir siempre en el ancestral oficio, “pero ya los años me pesan y las rodillas me duelen”, escenario que ha obligado a dejar en el pasado la tradición de la tierra y la creación.