La Iglesia católica enfrenta una crisis con múltiples aristas que debería obligarla a adoptar reformas para conservar su influencia en una sociedad cada vez más secularizada, afirman varios expertos.
Al anunciar su dimisión prácticamente sin precedentes al trono de Pedro, Benedicto XVI alegó “falta de fuerzas” para hacer frente a su misión en un mundo “sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe”.
Feroz guardián del dogma durante el papado de Juan Pablo II, Benedicto XVI apostó a lo largo de ocho años por la ortodoxia para hacer frente a las amenazas que pesan sobre la Iglesia.
Pero su corto pontificado estuvo salpicado de escándalos que han desacreditado a la institución, como el de los abusos sexuales, el del banco del Vaticano -el Instituto de Obras para la Religión (IOR)- y el caso “Vatileaks” de filtración de correspondencia privada de Benedicto XVI que reveló una trama de abuso de poder en la Curia.
Una semana antes del cónclave, el cardenal sudafricano Wilfrid Napier, arzobispo de Durban, dijo en una entrevista que el nuevo papa “deberá interrogarse sobre lo que de verdad sirve al bien de los hombres”.
“Las instituciones eclesiásticas deben ser un apoyo a la acción evangelizadora y no un freno. Demasiadas veces se da más hacia el exterior una imagen de contraposiciones y ambiciones que de servicio a los fieles”, agregó en una entrevista con el diario italiano La Stampa.
Aunque a nivel doctrinario no parece haber posturas muy opuestas en la jerarquía eclesiástica, dado que los 115 cardenales electores, todos nombrados por Juan Pablo II o Benedicto XVI, son más o menos conservadores, existen diferencias respecto a la forma de gobernarla.
“Precisamente esa unidad doctrinal faculta que se manifiesten sin rémoras las diferencias que existen acerca del problema, completamente mundano, de la gobernanza de la Iglesia”, escribió el filósofo Paolo Flores de Arcais, director de la revista MicroMega, en un editorial publicado en varios diarios.
“La actitud que ha de tomarse en lo que atañe a la pedofilia del clero y la cuestión de la banca vaticana (IOR) son los dos grandes problemas que ven enfrentados a curiales y anticuriales”, es decir entre los que trabajan en la maquinaria vaticana y los que viven lejos de Roma, agregó.
Sin embargo, los eclesiásticos relativizan la gravedad de la situación, afirmando que el cristianismo sobrevivió a peores crisis.
“No podemos olvidar que todo empezó con una crucifixión y con uno de los doce apóstoles que lo entregó (a Jesucristo)”, dijo el sacerdote español José María Laporte, decano de la Facultad de Comunicación de la Universidad Pontificia de la Santa Croce.
“Es cierto que hay que hacer reformas y que hay cosas que no van, pero siempre ha sido así. Ha habido también momentos en que los hombres de la Iglesia no hemos estado a la altura de las circunstancias, pero eso no significa que todo esté mal”, dijo a la AFP, resumiendo la posición imperante en buena parte de la Iglesia.
La modernización más esperada por los expertos es la de la curia, que todos los cardenales examinaron también antes del cónclave, con el fin de aligerarla.
“La reforma de la curia debe conducir a una simplificación de las estructuras, la curia no debe ser un órgano de gobierno”, dijo a la AFP Andrea Tornielli, vaticanista de La Stampa.
Este experto sugiere que “para evitar los problemas de los últimos años” se podría introducir un “nuevo organismo colegial” en el gobierno de la Iglesia.
La colegialidad era una de las grandes metas del Concilio Vaticano II (1963-1965) que intentó poner al día a la institución, algo que los progresistas consideran como un objetivo incumplido.
El controvertido IOR, que gestiona un patrimonio de 5.000 millones de euros, necesita igualmente una limpieza tras las críticas por su falta de transparencia.
La mayor publicación religiosa italiana, Famiglia Cristiana, hizo recientemente un llamamiento para que el IOR salga del sistema financiero internacional y se transforme en un “banco ético”.
El tema del banco fue abordado en el último día de la asamblea de cardenales, la víspera del cónclave, una tardanza que el portavoz del Vaticano justificó diciendo que “no es el punto principal para establecer los criterios para la elección del papa”.
Aunque nada se dijo oficialmente, probablemente también se habló de las denuncias de pedofilia de estos últimos años contra numerosos religiosos. Y las asociaciones de víctimas, especialmente las estadounidenses, muy activas, presionarán al nuevo papa para que actúe y castigue a quienes encubrieron los abusos.
Otros asuntos relacionados con la moral sexual del catolicismo planean sobre el cónclave, teniendo en cuenta que uno de los cardenales electores, el británico Keith O’Brien, renunció a participar tras haber reconocido que tuvo una “conducta sexual inapropiada” en los años 1980.
Encontrar soluciones al descreimiento creciente y a la fuga de fieles hacia otras religiones, como las evangélicas en Latinoamérica, así como a la disminución de las vocaciones, serán otros retos del nuevo papa, cuyo primer viaje importante debería ser a Brasil para asistir en julio a la Jornada Mundial de la Juventud de Rio de Janeiro.
También podría tener que abrir el aplazado debate sobre el celibato de los sacerdotes y el papel de las mujeres dentro de la iglesia, y dar respuesta a las evoluciones de la sociedad en materia de sexualidad y de bioética.
Todo ello mientras continúa promoviendo el diálogo con las otras religiones, en un momento particular con muchas minorías cristianas perseguidas en varios países.
Pero pese a las peticiones de algunos movimientos católicos de base, todo parece indicar que no hay que esperar un nuevo “aggiornamento” como el del Concilio Vaticano II.