El argentino Jorge Bergoglio, de 76 años, elegido este miércoles para suceder al papa Benedicto XVI, es un jesuita austero, de tendencia moderada, que lleva una vida discreta y cultiva el bajo perfil.
Su designación para ocupar el sillón de San Pedro es la primera de un americano para dirigir la Iglesia Católica que jamás estuvo a cargo de un representante de la Compañía de Jesús.
Arzobispo de Buenos Aires y primado de Argentina, este hombre tímido y de pocas palabras, goza de un gran prestigio entre sus seguidores que aprecian su total disponibilidad y su forma de vida, alejada de toda ostentación.
Bergoglio nació el 17 de diciembre de 1936 en el seno de una familia modesta de la capital argentina, hijo de un trabajador ferroviario de origen piamontés y una ama de casa.
Asistió a la escuela pública, de donde egresó como técnico químico y a los 22 años se unió a la Compañía de Jesús, donde obtuvo una licenciatura en Filosofía.
Tras incursionar en la enseñanza privada, comenzó sus estudios de Teología y se ordenó como sacerdote en 1969.
A los 36 años fue designado responsable nacional de los jesuitas argentinos, cargo que desempeñó durante seis años.
Fue en los años difíciles de la dictadura argentina (1976-83) cuando Bergoglio debió mantener a toda costa la unidad del movimiento jesuita, taladrado por la Teología de la Liberación, bajo la consigna de «mantener la no politización de la Compañía de Jesús», según su portavoz Guillermo Marcó.
Luego, viajó a Alemania para obtener su doctorado y a su regreso retomó la actividad pastoral como simple sacerdote de provincia en la ciudad de Mendoza (1.100 km al oeste de Buenos Aires).
En mayo de 1992, Juan Pablo II lo nombró obispo auxiliar de Buenos Aires y comenzó a escalar rápidamente en la jerarquía católica de la capital: fue vicario episcopal en julio de ese año, vicario general en 1993 y arzobispo coadjutor con derecho de sucesión en 1998.
Se convirtió luego en el primer jesuita primado de Argentina y, en febrero de 2001, vistió finalmente el púrpura de cardenal.
Según la prensa argentina, Bergoglio figuró entre los más votados en el cónclave de 2005, que eligió a Joseph Ratzinger como sucesor de Juan Pablo II.
El Arzobispo goza de general prestigio por sus dotes intelectuales y dentro del Episcopado argentino es considerado un moderado, a mitad de camino entre los prelados más conservadores y la minoría «progresista».
En un país de mayoría católica, se opuso tenazmente en 2010 a la aprobación de la ley que consagró el matrimonio homosexual, la primera en América latina.
«No seamos ingenuos: no se trata de una simple lucha política; es la pretensión destructiva al plan de Dios», dijo Bergoglio poco antes de la sanción de la norma.
También se opuso a una más reciente ley de identidad de género que autorizó a travestis y transexuales a registrar sus datos con el sexo elegido.
Estas dos iniciativas enfriaron las relaciones entre la Iglesia argentina y la presidenta Cristina Kirchner, aunque la mandataria, que se declara creyente, es contraria a la legalización del aborto.
Pese a su meteórica carrera en la jerarquía católica, sigue siendo un hombre «muy humilde». Su rutina comienza a las 4 y media de la mañana y termina a las 21h00.
Es un gran lector de los escritores argentinos Jorge Luis Borges y Leopoldo Marechal y del ruso Fiodor Dostoievsky, amante de la ópera y fanático del club de fútbol San Lorenzo, curiosamente fundado por un sacerdote.