El 5 de marzo pasado amaneció como cualquier otro día en una Caracas agitada y anárquica, pero aún con resabios de sus años dorados que se niegan a desaparecer. Las personas, al parecer incautas, se encontraban sumergidas en sus quehaceres diarios: ir al trabajo, caminar, tomar el metro. Las oficinas públicas atestadas como cualquier día de inicio de semana. El centro de Caracas colapsado con su típico ruido automotor, las calles llenas de personas y las aceras de motorizados. Era un día normal, aun cuando los rumores sobre el empeoramiento de la salud del Presidente corrían a través de los medios internacionales y los teléfonos inteligentes.
Un día antes, el mismísimo ministro de Información Ernesto Villegas anunciaba la presencia de una severa infección respiratoria en el paciente, pero muchos venezolanos, ya inmunes a los rumores, decían “esto parece una novela sin fin”, pues estos se alimentaron desde hacía mucho tiempo por la escasa y confusa información que el Gobierno brindó al respecto, tanto así que incluso en el instante en el que escribo estas líneas, no se sabe, a ciencia cierta, qué tipo de cáncer mató al Presidente de todos los venezolanos.
Esa tarde del 5 de marzo, un agresivo vicepresidente Nicolás Maduro, en cadena nacional, cerca de las 2 PM, dio un mensaje televisado donde fustigaba a la oposición venezolana y acusaba a la derecha extranjera de haber inoculado el mal que aquejaba al primer mandatario nacional, casi nada refirió en ese instante sobre su estado de salud. Pero luego todo cambio repentinamente: a las 5 y 25 de la tarde el vicepresidente reaparecía de forma lúgubre, enjugando algunas lágrimas y en cadena nacional anunciaba la muerte del presidente Chávez, la cual se había sucedido minutos antes en la sede del Hospital Militar en Caracas. Millones de venezolanos quedaban atónitos con la noticia, finalmente se sucedía lo que el país de alguna u otra forma sabía, pero que nadie esperaba que realmente ocurriera.
Caracas se estremeció, y por unos instantes reinó el silencio en ese conglomerado dispendioso y bullicioso, el tiempo se detuvo, las personas fijaron sus miradas en la nada y sus pensamientos se adentraron en recuerdos llevados my dentro de sí.
De pronto, las personas retomaron la conciencia y sintieron como primera necesidad ir a sus hogares, comenzando así una gran movilización que sacudió a la ciudad. Millones de personas desesperadamente querían volver a casa, la sensación de temor se podía leer en sus rostros y miradas, en su andar rápido, en el colapso del sistema de transporte y en las largas colas de vehículos en las calles de la gran Caracas. Incluso los comercios, grandes y pequeños, cerraron sus puertas, en ese instante no importaba vender, simplemente querían resguardo.
Tomaron sentidos algunas escenas que presencié durante el día en mi recorrido por algunos sitios de interés. Especialmente, en el Palacio de Miraflores, donde pude notar movimientos nerviosos de la guardia de honor, más el ingreso de altos funcionarios con evidente estado de alarma.
Confirmaba la información que se filtró desde tempranas horas sobre “el anuncio” inminente por lo cual me recomendaban estar en un sitio seguro. Ese recuerdo no me era útil en ese instante, yo debía también resguardarme y tratar de comunicarme con los míos, pues desde el mensaje televisado, los sistemas de comunicación se encontraban fuera de servicio debido a la alta demanda de usuarios, pues como yo, millones de venezolanos querían convertirse en voceros y dar la primicia sobre la muerte del hombre más poderoso del país.
Pero ya hoy nadie siente necesidad resguardo. La capital amaneció desolada, acongojada, debido a que muchos de sus habitantes, quizá una mayoría, llora la pérdida de su líder, mientras el resto guarda respetuoso silencio. Nadie quiere salir ya de la capital, de momento parece que los ánimos y las voluntades se encuentran contenidos, sólo se hace notar la presencia de una gran marea roja que acompaña, por última vez y como siempre lo hizo, a un hombre profundamente contradictorio y polémico, quien transformó la actualidad venezolana.