Muchas veces he oído decir que la profesión de médico es vocacional, «que hay que tener firmeza para esto», «yo no podría» y aunque he estado de acuerdo siempre, la verdad es que con el paso de los años me reafirmo en esta idea.
La vocación, según el diccionario, es la inclinación natural de una persona por un arte, una profesión o un determinado género de vida; ser médico engloba estos tres aspectos de la definición, coincidieron para EL IMPULSO las doctoras Keilyn Barroso y María Ajam, residentes del Hospital Pediátrico Agustín Zubillaga.
Para la galena, la vocación juega un papel importante. Desde que un joven o una chica tienen inquietud por estudiar medicina debe tener un excelente promedio académico, ese sería el primer escalón. Luego es muy importante tener conciencia que son muchos años de estudio en la universidad. A muchas personas no les hubiera importado estudiar medicina si no fuera tan larga.
Por lo menos son siete años en el mejor de los casos preparándose, en los cuales se compara cómo tus amigos llevan varios años trabajando, porque sus carreras son más cortas, y algunos hasta se han casado y tienen hijos. Pero no pasa nada y te repites: yo estoy aquí porque me gusta, porque amo esta profesión, porque siento vocación por ella. Esta profesión no es para hacerse rico, además hay que estar toda la vida estudiando, preparándose y tener muy claro que eres médico las 24 horas. Si resistes todo eso te sientes una persona realizada y feliz, afirmó Barroso.
La medicina para los médicos es más que unos listados interminables de huesos, músculos, ligamentos, conexiones neuronales, etc. En los dos primeros años de estudios nos preguntamos: ¿Cuándo veré enfermos en el hospital? ¿Qué tengo que medicar para la tos? ¿Y para un dolor en la espalda? Pero llega ya el tercer año y comenzamos a ver enfermedades y a ir al hospital. Allí te encuentras que todo el mundo anda acelerado, como para preocuparse por el estudiante de turno y te dejan con un paciente con la misión de que le hagas una historia clínica y así vas aprendiendo a comunicarte con los pacientes. En ese momento caes en la cuenta que para ser médico es imprescindible, además de ser un excelente profesional, tener vocación, que para mí se traduce en amar a los niños que sirvo aquí en el pediátrico, dijo Barroso.
Ambas médicas coincidieron en afirmar que su labor en los años que han estado en el hospital ha sido gratificante, especialmente ven cómo la mano de Dios se hace patente en muchos casos de necesidad extrema. La doctora Barroso nos relata que en una ocasión los padres de un niño recluido no contaban con los recursos económicos para pagar exámenes de alto costo y por gracia de Dios un señor apareció casi de la nada y les entregó un paquete que contenía una suma de dinero.
La alegría de cualquier médico es ver que su paciente se recupera y sale sano. Y si desmejora, el médico tratante también sufre. La doctora Ajam, oriunda del estado Mérida, confiesa que cuando esto le sucede se deprime bastante pero es allí donde termina la ciencia y empieza la fe, tanto del médico como de los familiares.
Si no se puede curar, se debe ayudar; si no, se debe consolar, y si no, lo último que queda es acompañar al paciente. Ser acompañados, es lo que todos deseamos especialmente cuando estamos enfermos. Un niño discapacitado o minusválido no sufre por ello, solo si los demás le niegan la aceptación, pues pierde la esperanza en ser acogido incondicionalmente. Como médicos observamos la diferencia de actitudes y de sanación, entre personas amadas y no amadas. El amor es libre y por ello debemos mover la voluntad en otorgarlo. Esta debiera ser la cualidad principal de todos los médicos.