La jerarquía de la Iglesia católica iniciará el martes el Cónclave que elegirá al sucesor de Benedicto XVI, el primer papa en siete siglos que renuncia al papado, conscientes del desafío histórico que deberá encarar el nuevo pontífice frente a la grave crisis que atraviesa la milenaria institución.
Al frente de una Iglesia sacudida por escándalos y la pérdida de credibilidad en la sociedad moderna, 115 cardenales electores, deberán escoger en un plazo relativamente corto al pontífice número 266 de la historia, mientras su predecesor de 85 años aún vive, alejado del mundanal ruido en la residencia papal de Castel Gandolfo.
El solemne rito de la elección será realizado en la imponente Capilla Sixtina, uno de los monumentos artísticos más visitados del mundo, de donde saldrá la célebre «fumata» o humareda blanca que anuncia al mundo la elección del Papa.
Los cónclaves del último siglo han durado al máximo cuatro días, ya que el ritmo de cuatro votaciones al día acelera el proceso para identificar el favorito, explicó el portavoz del Vaticano, el jesuita Federico Lombardi.
Desafíos de la Iglesia católica
Para iniciar una nueva era para la Iglesia, marcada por la inédita renuncia de Benedicto XVI, quien alegó «falta de fuerzas», más de 150 cardenales han abordado por casi una semana en el Vaticano los asuntos más espinosos que afectan a la entidad, de manera de poder definir el perfil del líder de 1.200 millones de católicos.
El nuevo Papa deberá combinar capacidades administrativas y organizativas, mantener las tradiciones y ser también políglota, carismático, además de comprometerse a reformar a fondo la Curia Romana, blanco de duras críticas tras los escándalos de Vatileaks por una trama de abusos de poder, tráfico de influencias y hasta sexo.
La Iglesia enfrenta además una oleada de críticas internas que piden reformas: más democracia interna, modificar las reglas del celibato de los sacerdotes y de la ordenación de mujeres y que se permita comulgar a los divorciados que se han vuelto a casar.
La presión de la opinión pública y de los familiares de las víctimas de abusos sexuales cometidos por curas obligó inclusive al cardenal británico Keith O’Brien a renunciar a participar en el cónclave tras haber reconocido que tuvo un comportamiento sexual «inapropiado» en la década de los 80. Cerca de 12 purpurados, inclusive algunos de América Latina, han sido acusados de haber encubierto tales crímenes durante años.
El matrimonio homosexual, la bioética, el aborto o la eutanasia son valores considerados no negociables para la Iglesia y es muy probable que el próximo papa adopte la tradicional línea de condena.
Los papables
Sin un favorito claro, la lista de papables incluye europeos, italianos, suramericanos, africanos y un filipino. De los 115 «príncipes de la Iglesia» con derecho a votar por ser menores de 80 años, 60 son europeos (28 italianos), 19 latinoamericanos, 14 norteamericanos, 11 africanos, 10 asiáticos y un australiano.
En el abanico figura el brasileño Odilo Scherer , de 63 años, arzobispo de Sao Paulo, la mayor diócesis de América Latina, considerado un conservador moderado con mucho carisma, el cual contaría con el apoyo de la Curia Romana.
También incluye al italiano Angelo Scola, arzobispo de Milán, de 72 años, ex patriarca de Venecia, teólogo reconocido, dispuesto a barrer con todos los males e intrigas que azotan al gobierno central.
Otro papable es el canadiense Marc Ouellet , exarzobispo de Quebec, de 67 años, conocido por su rigor al liderar una de las diócesis más laicas de su país, preside la Pontificia Comisión para América Latina y es apreciado por los países del sur, sobre todo por los latinoamericanos, donde ha residido y conoce muy bien el idioma.
Desarrollo del cónclave
Los 115 cardenales electores, provenientes de 51 países, se encerrarán en la Capilla Sixtina para elegir en secreto al nuevo pontífice, quien deberá obtener 77 votos.
La jornada del martes se iniciará con una gran misa concelebrada «Pro eligendo Romano Pontifice» en la basílica de San Pedro. Por la tarde, los cardenales electores desfilarán de la Capilla Paulina a la Capilla Sixtina cantando letanías y orando para que el Espíritu Santo los ilumine.
Ya en la Sixtina, bajo los magníficos frescos de Miguel Angel, después de haber jurado mantener el silencio so pena de excomunión, el maestro de ceremonias pronuncia el «Extra omnes!» («Fuera todos»), ordenando que salgan aquellos que no tengan nada que ver con la elección.
Los «príncipes de la Iglesia» tendrán prohibido todo tipo de comunicación con el exterior, sin teléfono ni computadoras y no podrán enviar por ende mensajes electrónicos ni alimentar sus cuentas en las redes sociales.
El último acto del Cónclave es la pregunta que hacen tres cardenales al elegido: «¿Aceptas tu elección a Sumo Pontífice?» A la respuesta afirmativa, seguirá otra pregunta «¿Quo nomine vis vocari?», «¿Cómo quieres ser llamado?»
Tras ser congratulado por los cardenales, el sucesor del Papa alemán se dirigirá a una pequeña habitación donde lo esperan tres hábitos papales (de tallas pequeña, mediana y grande) para vestirse. Suele ser llamada la «Sala de las lágrimas», ya que parece que todos los elegidos, sin excepción, lloran allí en relativa intimidad ante la magnitud de la responsabilidad que acaban de asumir.
Acto seguido, se asoma al balcón de la basílica de San Pedro después de que el protodiácono pronuncie el célebre «¡Habemus papam!» y sea presentado a la multitud congregada en la gigantesca plaza de San Pedro y al mundo a través de las cámaras de televisión de numerosos países que siguen en directa el evento.