Los venezolanos, el pueblo llano incluido, presenciaron, tras las brumas del secreto oficial, con respetuosa moderación, en silencio expectante, y sumidos en un asombro teñido de solemne ansiedad, el fin de la historia olorosa a fábula, de Hugo Chávez Frías.
El país recibió la impactante noticia con cauta prudencia. Llegado el momento, por más que se lo hubieran imaginado, nadie sabía cómo reaccionar. Supe de opositores feroces que en el instante crucial optaron por guardar bien hondo sus viejas antipatías, conmovidos, y rezaron, y lloraron. A seguidores y detractores, por igual, les costaba creer lo que veían. Porque la duda rondó todos los ambientes, penetrándolos de una perturbadora incredulidad. Hasta hace unas semanas, no pocos sugerían que quizá el Presidente estaba enfermo, pero no tan grave como se decía. Que organizaban su resurrección, después de que se aplicaran medidas económicas impopulares. Los partes oficiales, unas veces profusos, otras, esporádicos, entrecortados siempre, y la especulación sin filtro en las redes sociales, alimentaban la paranoia colectiva. Asimismo las mudables recaídas y mejorías del paciente, nunca explicadas por los médicos tratantes. Nos consumía la extenuante tarea de descifrar qué era verdad entre tal fárrago de insondables mentiras, o qué mentira podía ser descubierta en los entresijos de la verdad gubernamental, con sus matices y pactos sospechosamente ocultos.
Ahora, cuanto habrá de depararle la posteridad a la memoria del presidente Chávez, a su definitivo lugar en la historia, a la gloria reclamada, dependerá de la debida y sabia decantación de los tiempos. El paso de los años depura las esculturas moldeadas por la pasión, en sus arrebatos. Eso explica, por ejemplo, la juiciosa providencia constitucional (artículo 187), según la cual para que un ilustre hijo de esta patria sea honrado con el traslado de sus restos al Panteón Nacional, deberá aguardarse que transcurran 25 años. Más allá de todas las lágrimas derramadas con sincera y estremecida gratitud por los pobres, quienes se sintieron reconocidos y valorados como actores sociales; más allá, sobre todo, de los gritos, contracciones y cálculos de aquellos que ambicionan la sucesión, colocados de repente en un protagónico sitial que jamás imaginaron; mucho más allá, incluso, de la espesa parquedad de la familia presidencial, será preciso esperar a ver si la vida y la obra de quien gobernó a esta nación durante 14 años, con sello tan personalista, sobrevive o no, si se marchita o cobra brillo, tras ser sometido al escrutinio de otras miradas posteriores, más distantes, más serenas, menos prejuiciadas.
Yo entrevisté, en 1998, a Chávez, siendo candidato, aquí en la sede de EL IMPULSO. Le pregunté si no había sido cobarde al guarecerse el 4-F en la Academia Militar, y lo negó sin ese fuego de displicencia e infinito rencor que despedía cada vez que un reportero le formulaba una pregunta incómoda, es decir, sin trazas de adulancia. Aún no hacía gala, tampoco, del carisma arrollador ni del don de la palabra con el que era capaz de embelesar, horas enteras, a las masas, y, por igual, a cualquier clase de auditorio. Ya habíamos leído por esos días una entrevista que Gabriel García Márquez le hiciera en un vuelo La Habana-Maiquetía, encuentro que dejó en el Nobel de Literatura la impresión de haber hablado con dos Chávez a la vez: uno, dispuesto a enderezar los entuertos de la democracia, y otro arrastrado por una peligrosa vocación autoritaria. Se preguntaba entonces el Gabo cuál de los dos sería el que iba a gobernar a Venezuela. Cuando el doctor Juan Manuel Carmona, con curiosidad intelectual, me preguntó por teléfono, desde Caracas, el mismo día de la visita de Chávez a este diario, qué impresión me había dejado el hombre, le dije, convencido: “Me parece un tipo cargado de buenas intenciones. Todo dependerá de con quiénes acabe rodeándose”.
Hoy reconozco en Hugo Chávez Frías el haber puesto el acento en lo social. El acto de justicia de otorgarle rostro a una muchedumbre que celebraba la llegada de un seductor que les dijera cosas bonitas al oído, y aunque no resolviera sus ingentes problemas ni los sacara de la pobreza, al menos los tratara como un igual. Asimismo, resalto en él la fuerza con que evidenció las deformidades y moras de la democracia que teníamos, del elenco de líderes en escena, con partidos burocratizados, proclives a institucionalizar la corrupción, verdaderas máquinas para ganar elecciones a punta de jingles y consignas vacías. Basta echar un vistazo a la copiosa literatura política de la época, a los editoriales de los periódicos y a las novelas televisivas de altísima acogida, como Por estas calles, de RCTV, para confirmar la frustración imperante, la rabia, el hastío generalizado. Algo debió marchar mal en la era democrática, para que la gente corriera detrás del redentor que prometía freír la cabeza de aquellas cúpulas podridas, sin importar para nada que ya hubiese intentado asaltar el poder con el uso de tanques y bayonetas. Es más, algo debe seguir funcionando mal, para que la palabra libertad no le diga nada a millones de venezolanos. Obviar las lecciones de ese pasado entraña el riesgo de volver a caer en los mismos vicios y desviaciones que, amargamente, nos trajeron hasta aquí.
Porque la otra parte de la verdad debe ser dicha sin ambages, que no hay tiempo que perder. Chávez no empleó su capacidad de gran comunicador para conciliar al país. No sólo no lo hizo, sino que se afanó en fomentar la división, el resentimiento social. Les dispensó un rostro a los pobres, pero sin hacerlos dueños de su propio destino.
Su amor no se tradujo en dignificación, en escuelas, en hospitales, en puestos de trabajo, en seguridad. Insultó a los corruptos de antes, pero apadrinó a una nueva lujosa casta con fortunas siderales. Sustituyó las tradicionales máquinas para ganar elecciones por un solo aparato, vertical, militarista, en cuyo seno es prohibido disentir, y fue concebido para no perder el poder y sus privilegios jamás. Fue soberbio, despiadado, arbitrario, sacrílego. Ni en los duros trances de verse cara a cara con la muerte, se permitió un solo gesto de compasión y justicia hacia sus perseguidos y presos gravemente enfermos. Cometió la terrible perversión de consagrar una Constitución de avanzada en materia de derechos humanos, pero no se cansó de transgredirla.
Ahora mismo, Nicolás Maduro, en su nombre, y cobijado en los sentimientos de congoja que en un pueblo noble despierta el luto reciente, pretende coronar otra aberración. La de proveerse un gozo de codicia, prevalido de ese dolor. Es como si comenzara otra vez la misma historia.
Repiques
La oposición no debe aceptar ir a elecciones en los términos aberrantes de ventajismo oficial que ahora se plantean. Es hora de plantarse, firme, contra tanto abuso.
Si Nicolás Maduro irrumpe en la escena con el argumento de que el cáncer de Hugo Chávez le fue “inoculado”, ¿de qué más puede ser capaz?
Pregunta inocente: ¿Puede el cadáver de un hombre atacado en vida por una infección, soportar una procesión de siete horas bajo el Sol y cuatro días más expuesto en capilla ardiente, sin descomponerse?
Juan Gossaín escribe en El Tiempo, de Bogotá, sobre la renuncia del papa Benedicto XVI.
Comenta que quiso indagar sobre si era verdad lo sostenido por la prensa y las redes sociales del mundo, en el sentido de que la curia vaticana y la burocracia eclesiástica le hicieron la vida imposible. Consultó al profesor Guillermo Escobar, quien por siete años fue embajador de Colombia en la Santa Sede. “El problema se inició hace diez años”, le dijo. “Hace diez años estaba comenzando el escándalo de pederastia que implicó a numerosos sacerdotes en varios países. Llegaron los primeros requerimientos judiciales.
El papa Juan Pablo II dio una orden terminante a sus asesores: ‘La Iglesia no entrega a sus hijos a la justicia humana, para que hagan escarnio de ellos’, y ordenó, simplemente, que los acusados se trasladaran a otro lugar”. Pasaron apenas dos años. Juan Pablo murió en olor de santidad. El cardenal Joseph Ratzinger, que ejercía como presidente de la Sagrada Congregación de la Fe, nada menos, se convirtió en Benedicto XVI.
“A los pocos días de haberse posesionado, les dijo a sus colaboradores: ‘La Iglesia está en la obligación moral de entregar los criminales a la justicia’. Usó esa palabra exacta: criminales. Desde entonces han sido arrestados alrededor de cien sacerdotes, dos cardenales y una docena de obispos. Muchos de ellos continúan en la cárcel”. A partir de ese momento, el armazón del poder interno se sublevó contra el papa.
“Si crees que algo te pertenece, déjalo libre, si no regresa, nunca lo fue”. Anónimo
Leído en Twitter:
@ChiguireBipolar: “Ministro de Defensa exige que por respeto al luto lo dejen amenazar tranquilo”
@LaDivinaDiva: “Yo creo no se trata de ganarle a la otra mitad, sino de construir juntos un país más justo para ambas mitades”
@jesuscasique1: “Tipo de cambio enero 1999 Bs/$573,25 (0.57325) vs tipo de cambio marzo 2013 Bs/$6.30. Devaluación 14 años 998,99%”
El constitucionalista José Vicente Haro considera que la oposición fue muy blanda a la hora de repudiar la sentencia del TSJ que “interpretó” el artículo 233 de la Constitución. Estoy de acuerdo.
“En mi opinión, si usted quiere disfrutar el arco iris, tendrá que soportar la lluvia”. Dolly Parton
Los funerales, entre los judíos, se caracterizan por su discreción. Los parientes cercanos se encargan de llorar al difunto y suelen rasgarse parte de sus vestiduras.
Los musulmanes son sepultados mirando hacia la sagrada Meca. Su túnica debe ser atada con tres vueltas en el cuerpo. Las mujeres cubren sus pechos y cabellos antes de vestir el sudario.
Bajo el Islam no es bien visto el traslado de los restos de una ciudad a otra.
Los budistas tibetanos envuelven a los muertos en sábanas blancas y cuerdaspara facilitar el traslado hacia la incineración.
En Bali, en la tumba se instala un espejo sobre cada ojo del difunto. Así tendrá buena vista en su otra vida. Además, le ponen flores en sus orejas para que sólo escuche bellas melodías. A objeto de despistar al que se ha ido y evitar que vuelva a su antiguo hogar, se realiza una ruidosa fiesta con música y bailes.
“Cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto”. George Cristoph Lichtenberg
El Gobierno pide “respeto” por parte de la oposición. Al propio tiempo, el gobernador de Aragua, Tareck El Aissami, llama “nalgas blancas” a los estudiantes. Y el ministro de la Defensa, almirante Diego Molero, habla de poner a la FAN al servicio de la candidatura de Nicolás Maduro “para darle en la madre a toda la gente fascista de este país”. Qué barbaridad.