#Opinión: Los terrones del viejo bahareque Por:Otto Acosta

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Esta Barquisimeto de admirable fe religiosa, de mano abierta a la amistad, de útil trabajo y de claro oído musical y triunfos deportivos, no merece que sobre estas buenas expresiones caigan sombras. Decimos esto porque existen puntos oscuros que son la negación del perfil positivo de la ciudad y sus tradiciones, construidas barro sobre barro como se construyó el bahareque para la vida.
Así, preocupa palpar a diario hechos negativos que ahora desdibujan el rostro amable de Barquisimeto. Son actos muy alejados de normas de convivencia ciudadana que instalados en la rutina, sin cauces que la lleven a soluciones, se convierten en desbordada agresividad, desvirtuando lo que durante años ha costado hacer.
Tal embestida, copia de insultos parlamentarios, calco de intolerancia de quienes deben dar buen ejemplo, producen en la calle violencia verbal, transformadas a veces en roces físicos que reflejan una primitiva actitud fuera de elementales reglas de educación y lógico comportamiento social.
Es rutinario ver el apabullante abuso de personas que conducen máquinas de dos o cuatro ruedas, de uso particular o colectivo, que llenos de aceleración y vacíos de responsabilidad violan toda ley de tránsito, negativa acción de peligro hacia usuarios de otros vehículos, pasajeros y peatones. Pero nadie se atreve a reclamar acerca de esa desmedida conducta porque la descarga verbal del infractor es lluvia de palabras obscenas.
Además de la agresiva inseguridad contra personas y bienes, las calles tienen otros dueños. Sus aceras son ocupadas por consumidores de bebidas alcohólicas y estridente música que sale de cornetas instaladas en carros de puertas abiertas. Y ese modelo de festín musical- alcohólico es imitado en casas o apartamentos de personas que, sin ninguna consideración, agraden el derecho al sosiego de sus vecinos con ruidosas celebraciones hasta después de medianoche y toda la madrugada.
También son dueños de las calles, de las avenidas y sus zonas verdes, elementos de faenas mecánicas automotores que instalan al aire libre aceitosos talleres de reparación, incluyendo  gandolas que con mayor peso destruyen el ambiente. Así se priva al ciudadano del uso de esos espacios, convertidos bajo impunidad en vergonzosos lugares públicos.
Ese paisaje urbano de Barquisimeto, que otrora fue escenario de tranquilo devenir haciendo marco a la pincelada artística, ahora sufre en sus paredes, vallas y demás fondos la arremetida del grafitti. Algunas de estas pintas ofrecen diseños y colores agradables, trazos allegados al arte, pero la mayoría sólo ensucian.
Si todo esto arremete contra Barquisimeto, si esa conducta errónea del hombre rompe la armonía de una ciudad tradicionalmente acogedora, lo más grave está en que no aparece por ningún lado ninguna solución, dejadez que se convierte en surco abonado para la anarquía. Los organismos oficiales, conducidos por personas electas o designadas para la gobernabilidad, apenas se acuerdan de la ciudad en tiempos de aniversario. Y la maquillan como mimo de improvisada función programando bambalinas y exóticos ruidos musicales.
Parece que a Barquisimeto ya no la quieren, como la quiso don Raúl Azparren y la amó la señorita Casta J. Riera, junto a otros virtuosos de las iniciativas por el bien común. Ellos ya no están en estos espacios físicos, aunque presentimos sus preocupaciones porque la arcilla de la tradicional bondad barquisimetana sufre graves grietas y es necesario, mediante urgentes correctivos, apuntalar los terrones del viejo bahareque para evitar el quebranto derivado de la anarquía.

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