#Opinión: Hollywood: el imperio de lo efímero Por: Alexis J. Guerra C.

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Planteamientos

En el artículo anterior, en alusión al vértigo de la hipermodernidad, decíamos que la seducción de lo efímero tal como lo postula Gilles Lipovetsky, configura uno de los rasgos constitutivos de la época actual. Desde la perspectiva de este filósofo francés, la trilogía: “La era del vacío” (1983); “El imperio de lo efímero” (1987); y “Los Tiempos Hipermodernos” (2007), puede arrojar algunas pistas para la lectura de uno de los espectáculos de mayor promoción en el mundo, institucionalizado, si se quiere, luego de la recién finalizada entrega  85ª, representado por el Premio de la Academia Cinematográfica de EEUU, o la noche de los Oscar como también se le denomina a este evento anual que se celebra en Hollywood.
Lipovetsky proyecta su visión de la cultura en el tiempo para hacernos ver el declive de la heterogeneidad  de la cultura tradicional y la emergencia de una nueva cultura que, globalizándose cada vez más con el apoyo de los medios de comunicación y de la innovación tecnológica, ha terminado por invadir casi todos los intersticios de una sociedad donde la ley de hierro del mercado: la mercantilización, se impone sobre cualquier regulación del Estado, en la vía hacia una cultura- mundo.
Esa tendencia, encuentra aun resistencia en algunos pueblos de la cultura tradicional, según puede apreciarse por ejemplo, en el caso del oriente arábigo como Irak, donde valiéndose de la tecnología  por instrucciones del gobierno, lograron cubrir el escote que lució Michelle Obama, la inesperada invitada de honor a la gala cinematográfica. El retoque digital mediante la magia del photoshop, cual efecto especial, impidió atentar contra las disposiciones de la Sharia en materia de vestimenta y de desnudos del cuerpo femenino.
La frivolidad de la sociedad, afirma el profesor galo, arropa al orden democrático y lo subsume de tal manera que se convierte en el último eslabón de la aventura plurisecular capitalista- democrática- individualista, basado en el sistema de la moda.
La alfombra roja se convierte en la pasarela desde donde las actrices nominadas, transmutadas en modelos, exhiben los trajes de renombrados diseñadores y, bajo el escrutinio de los ungidos del espectáculo, son clasificadas como mejores y peores vestidas. Ese espectáculo cuenta con una audiencia muy superior a la mejor convocatoria de cualquier desfile de modas en el orbe.  En EEUU solamente, la audiencia de este año registró 40,3 millones de telespectadores. El record de la “seducción por lo efímero” sigue en poder de “la noche del Titanic”, en 1998, cuando el “rating” se elevó a 55,25 millones de personas que vieron como ese film se adjudicaba nada menos que 11 estatuillas doradas, record que se mantiene.
Esa metáfora del Titanic, bien vale para describir una realidad que tras bastidores se oculta: el inmenso transatlántico hundiéndose y la orquesta tocando. Que es como decir una potencia mundial atravesando una de sus peores crisis económicas, pero que por un instante, unas horas, intenta proyectar la imagen de una industria cinematográfica sana y próspera, incluso con la presencia, vía teleconferencia, de la primera dama de la república estadounidense, seducida como ha sido por los creadores del espectáculo y de la moda. Ni en los tiempos de Jacqueline Kennedy.
Tampoco puede negarse el “tufillo político” que circuló en el ambiente. En un contexto como el actual, en medio de la tensión Irak- Occidente, no deja de ser llamativo que la película premiada: Argo, soportada en hechos reales, refiera una operación encubierta de rescate a seis ciudadanos estadounidenses, precisamente durante la crisis de los rehenes en el país iraquí, destacando el rol que desempeñaron tanto la CIA como Hollywood.
Alberto Sauret, uno de los críticos de la obra del catedrático universitario, advierte que en “el imperio de lo efímero”, el dominio de la moda total es culminación de un extenso “proceso de desacralización y de insustancialización de la razón” donde al final, instituciones burocráticas especializadas no sólo definen las necesidades y objetos económicos, sino que asimismo arbitran el “márketing político” y con los media engendra, su adecuado agente social el individuo-moda, con mentalidad chewing-gum, cultor de un “individualismo narcisista ansioso pero tolerante, de moralidad abierta y Superego débil o fluctuante”.
Pareciese que cada año que transcurre se suman voces cuestionadoras de la banalidad que rodea al espectáculo, desde quienes lo adjetivan como farragoso para el entretenimiento (Correia, dixit) hasta quienes lo juzgan como “fetichismo de la mercancía fílmica” (Buen Abad).

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