Vestido impecablemente de traje verde olivo y corbata negra, coronado con su emblemática boina roja, el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, luce un rostro sereno aún con el rigor de la muerte, tras el cristal del féretro en el salón de honor de la Academia Militar.
La retina del ojo se esfuerza por conservar cada detalle, en los escasos segundos permitidos para estar ante el ataúd donde yace el cuerpo de quien fuera el hombre que transformó a Venezuela y empujó hacia a la izquierda a América Latina.
Vencido no en la política sino en la enfermedad, Chávez murió en la tarde del martes de un cáncer que le fue diagnosticado en junio de 2011 y por el que fue operado cuatro veces en La Habana.
Una bandera venezolana cubre la caja de madera flanqueada por una guardia de honor del Ejército, la Armada, la Aviación y la Guardia Nacional. A la cabeza una gran cruz dorada. A sus pies una espada de oro, símbolo del Libertador Simón Bolívar. Una vela, a un costado, no para de titilar.
Chávez porta la banda de la Milicia
Abierta la urna hasta la mitad de su cuerpo, se aprecia sobre su abdomen una banda roja que en letras bordadas con hilos dorados forman la palabra «Milicia», un cuerpo de 120.000 civiles en armas, que él formó. No es fácil reparar en los detalles, son cientos de miles los que están afuera esperando su turno.
Uno a uno vamos pasando tras horas de interminables fila al inmenso salón. Desde lo alto de un pasillo de vitrales, sólo la cámara oficial toma la escena, sin mostrar el rostro, para trasmisión ininterrumpida en cadena de televisón. Está absolutamente prohibido tomar fotografías del cuerpo.
Cientos de miles, en su mayoría vestidos con camisetas y gorras rojas -color que identifica al chavismo-, llegan hasta allí agotados, entre empellones que a ratos desbordan en desesperación, con hambre y sed. Nadie está dispuesto, sin embargo, a cejar en su empeño de ver al «comandante-presidente» para darle un ultimo adiós.
«Chávez eres eterno»
«El hablaba mucho ¿sabe?. Voy a extrañar su voz, sus canciones, sus chistes, sus palabras, como habla el pueblo… su ‘Aló Presidente'», comenta en la larga espera Petra Meza, un ama de casa de 66 años, oriunda de Valencia.
Petra estuvo en la mancha roja que acompañó el cortejo por unas siete horas desde el hospital militar donde murió hasta la Academia Militar. Allí permanecerá en capilla ardiente hasta sus funerales el viernes. «No me importa el cansancio, uno como él no vuelve a nacer», dice la mujer, vestida de blanco.
Desconsolados, muchos no pueden evitar el llanto que estalla en esos pocos instantes frente al féretro. Unos se santiguan, otros llevan su mano a la frente en saludo militar.
¿Por qué todo esto?. «Después de Dios, él», dice a la AFP una mujer en la fila.
Chávez había regresado de La Habana el 18 de febrero, sin ser visto ni oído, después de haber sido operado el 11 de diciembre por cuarta vez de un cáncer, cuya naturaleza y detalles nunca se dieron a conocer.
«No se pudo despedir de nosotros, por eso estoy aquí, dijo en el pasillo Yosvelis Blanco de 38 años, quien durmió toda la noche allí.
En los pasillos, en las paredes cuelgan mantas con mensajes, con listones con la bandera venezolana. Enfundado en una chaqueta con los colores de la bandera vezolana un hombre en silla de ruedas afirma: «Chávez eres eterno».