Durante estos 14 años, en este periódico asumimos una postura crítica frente a muchas de las políticas oficiales.
Eso está recogido en nuestras páginas, en lo concerniente a diversos acontecimientos que nos obligaban a alertar sobre cuanto considerábamos una orientación errada, en el manejo de los asuntos públicos.
Lo hicimos con absoluta honestidad, sin estar influenciados jamás por motivos subalternos, sin vernos arrastrados por cálculos ni banderías inconfesables. Los lectores así lo han percibido y ahí radica una de nuestras principales fortalezas.
Fuimos claros, y tajantes, porque el estilo del presidente Hugo Chávez, duro, frontal e intransigente, tocaba, de continuo, aspectos sustanciales en el ejercicio de un derecho humano que a los medios de comunicación, a los periodistas, y a la sociedad entera, resulta elemental: la libertad de expresión. La herramienta del disenso. La certeza de que pensar distinto no debe suponer ningún tipo de retaliación.
Creíamos, y seguimos creyendo, que este preciado bien debe ser defendido sin medias tintas, encarando los riesgos que fueren pertinentes. Igual ocurrió en el caso de la educación. Deploramos la intención de adoctrinar a los niños. Discrepamos de la implantación del socialismo. Nos solidarizamos con los presos políticos. Protestamos el acoso a la empresa privada. Sumamos nuestra voz a la de quienes exigían la separación de poderes. Alertamos ante cada violación a la Constitución. En fin, nos adherimos a principios y valores que, en razón de tales, siguen plenamente vigente en el marco de nuestra línea editorial.
Pero nunca cerramos las puertas ni al líder de la revolución bolivariana ni a su legión de partidarios. Todo este tiempo se han ventilado aquí sus ideas, sus propósitos. Y, leales a esa conducta, al acaecer, la tarde de ayer, la muerte del Presidente, presentamos, sin asomo de complejo alguno, nuestra palabra de pesar a sus seguidores, y a la nación, que en momentos como el presente suele cerrar filas de solidaridad cristiana.
Exhortamos al recogimiento, a la sensatez, a la concordia. Oficialistas y opositores están llamados a hacer gala de madurez democrática. Que nadie se sienta tentado por la aventura, por los atajos reñidos con la Constitución y las leyes. La hora produce una campanada que llama a la concordia, a la rectificación, a la búsqueda de senderos de paz y progreso, y eso sólo será posible con el reconocimiento de unos y otros, como hijos de esta tierra generosa y amplia.