Lecturas de papel
Para 1979 vivía en Perugia-Italia, donde acudían cientos de miles de jóvenes de todo el mundo. Uno de mis mejores amigos era Nossi, un fotógrafo iraní quien debió huir de las persecuciones que la monarquía del sha Reza Pahalevi había impuesto.
Su pensamiento marxista contrastaba con su secular tradición islámica. Tanto, que cuando estalló la revolución de los ayatolas sus hermanos religiosos le tocaron la puerta y Nossi debió acompañarles a la plaza Fortebraccio donde realizaron unas plegarias para darle la bienvenida al nuevo gobierno que se instalaba. Por esos tiempos también transitaba los espacios universitarios el turco Alí Agca, quien en 1981 atentó contra la vida del papa Juan Pablo II. Eran tiempos de organización de defensa y solidaridad con los pueblos del llamado tercer mundo y contra las dictaduras militares, como las de Pinochet, en Chile y Somoza en Nicaragua.
Las manifestaciones que organizaban los estudiantes iraníes en Perugia encontraban solidaridad en los grupos radicales de africanos, asiáticos y latinoamericanos. No sabíamos con certeza quiénes eran esos clérigos barbudos y menos ese otro que vivía en Francia y que llamaban el imán Ayatolá Jomeini.
A los pocos días vimos las dramáticas imágenes por televisión donde los estudiantes en Teherán habían rodeado y después invadido la sede diplomática norteamericana. Eso provocó una gran euforia entre los miles de jóvenes quienes hacíamos vida en la universidad.
Después vinieron las noticias de las ejecuciones sumarias, fusilamientos y ahorcamientos a los torturadores y colaboracionistas del gobierno monárquico del sha Reza Pahalevi y las extravagancias de la familia real, incluyendo a su esposa, familia y amigos más cercanos.
El odio hacia el gobierno norteamericano se acentuó al saber que el monarca había huido a los Estados Unidos, donde aterrizó junto con un cargamento de oro y piedras preciosas en señal de amistad y buena voluntad con el Estado gringo.
Los comentarios que hacían los amigos iraníes eran de total rechazo y venganza a todo lo que significara “made in USA”. Y esto por ser ese Estado el principal responsable por haber apoyado durante años al régimen despótico del monarca persa.
Decimos esto pues el soporte temático de la película Argo (2012) del director Ben Affleck, quien también es su protagonista, resulta cuestionable toda vez que intenta mostrar una historia sesgada y altamente maniqueísta, donde siempre los malos son los “otros” y lo norteamericano, lo bondadoso y bueno.
Indicaremos que esta cinta cinematográfica es un refrito al más trillado estilo hollywoodense donde, a falta del caballo de John Wayne –y obviamente de él mismo- bueno es una camionetica alemana y un rostro de “palo seco” como el que muestra Affleck.
Refrito pues ya en 1979, casualmente, se estrena Wag the dog (Escándalo en la Casa Blanca) donde Robert De Niro, en su papel de asesor presidencial, contrata a un excéntrico productor (Dustin Hoffman) para que invente una película que aparecerá por televisión mostrando un conflicto entre EE.UU y Albania. Con ello intentan tapar el escándalo sexual que asfixia a la Casa Blanca, y que curiosamente tiene ciertas semejanzas con la realidad del caso Lewinsky. Densas actuaciones de estos dos maestros del cine de todos los tiempos.
En Argo se diseña una estrategia donde se inventa una película para rescatar a seis estadounidenses (-¿personal diplomático o soldados-espías de la CIA?) quienes se refugian en la casa del embajador canadiense.
Con una muy buena fotografía e inmejorable edición, sin embargo no convencen ni la música ni mucho menos la pobre actuación de Affleck. Además los lugares comunes afean la tensión de la película que, sin embargo, no llega en ningún momento a sobresaltos en la butaca.
El sentimentalismo se hace presente en una conversación en unas escalinatas, donde Affleck se sincera con quien le apoya desde los estudios de cine. Un hijo y una esposa cuyo drama e historia no importan a nadie. Pasan sin pena ni gloria. Además, los lugares comunes, ya demasiado usados y trillados en la cinematografía, son lunares oscuros que entorpecen la acción y el suspenso. Uno es el teléfono que insistentemente suena mientras el guardia de la revolución islámica intenta comunicarse. El otro es el viejo autobús que en el último intento logra encender. Pero lo más curioso y menos dramático es cuando el avión recorre la pista junto con los vehículos policiales y los milicianos, a quienes el piloto no ve… o se hace el “suizo”. Más que crear suspenso lo que logra es una mueca por la coba metida.
Una película patriota norteamericana de las más aburridas. No en balde contó con la “curiosa” presentación como mejor película, a cargo de la primera dama, Michelle Obama, desde la Casa Blanca.
Es una película que no resiste un análisis académico cinematográfico serio.
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