A pesar del «giro radical» en la lucha contra la pederastia durante los ocho años del papado de Benedicto XVI, los abusos cometidos por sacerdotes son todavía uno de los grandes temas pendientes de la Iglesia Católica, que empañan no sólo su imagen en el mundo sino también la relación con sus propios fieles.
«Comparto totalmente la afirmación de que Benedicto XVI ha sido el Papa de la ‘tolerancia cero'», afirma con rotundidad a AFP el sacerdote español Antonio Pelayo, colaborador de la publicación especializada Vaticaninsider.
«En los últimos años del papado de Juan Pablo II hubo titubeos. Se pensaba que era mejor ayudar a estos sacerdotes, no dar publicidad a los asuntos. Pero cuando Joseph Ratzinger era cardenal no compartía esta línea y cuando fue Papa tampoco. Es de justicia reconocerlo», recuerda.
Una opinión compartida por el prestigioso vaticanista italiano Marco Politi, a pesar de un final de papado marcado por nuevas revelaciones que parecen dejar en un segundo plano los esfuerzos de los últimos ocho años.
«Durante su pontificado el Papa Ratzinger ha dado la señal para un giro radical, condenando sin excusas los crímenes y a los obispos que permanecieron inertes, pidiendo públicamente perdón a las víctimas y reuniéndose con ellas en todo el mundo», escribe Politi en su blog, recordando sin embargo los «contragolpes subterráneos» a esta política dentro del Vaticano.
Pero en los días previos al cónclave para elegir nuevo Papa tras la histórica decisión de renunciar de Benedicto XVI, las asociaciones piden de nuevo justicia y reclaman que los cardenales sospechosos de encubrimiento de casos de pederastia no participen en él.
Hay varios nombres en el punto de mira, como el del cardenal de Los Angeles Roger Mahony, destituido de sus funciones por haber protegido a sacerdotes acusados de abusos sexuales, el del exarzobispo de Filadelfia Justin Francis Rigali, el del cardenal belga Godfried Danneels o el del irlandés Sean Brady.
«El cardenal Roger Mahony no tiene que presentarse en el cónclave», pidió recientemente la ONG italiana «La caramella buona» que protege a los menores. Algo que contradice las voces autorizadas del Vaticano, como las del el exfiscal contra la pederastia del Vaticano, Charles Scicluna, que este lunes recordó en la prensa italiana que los cardenales tienen «el derecho y el deber» de participar.
Este mismo lunes, aunque se trate de un caso que no implica a menores, la renuncia del cardenal Keith O’Brien, el máximo representante de la iglesia católica en el Reino Unido, acusado de «actos impropios» pone de nuevo en el ojo del huracán el comportamiento sexual de algunos sacerdotes.
Cambio de rumbo
«Durante este pontificado realmente ha cambiado la atmósfera dentro de la Iglesia en el tema de los abusos a menores. El Vaticano ha aceptado demandas, ha abierto investigaciones en profundidad y ha actuado con mando dura contra los sacerdotes condenados», recuerda Scarpati.
Fue el caso de los escándalos que estallaron durante el papado de Ratzinger, empezando por el de la iglesia de Irlanda en 2009, cuando un informe reveló que durante más de tres décadas los responsables eclesiásticos protegieron a los autores de abusos y no los denunciaron a la policía. No fueron los únicos, y también hubo casos en Alemania, Bélgica, Holanda y, más recientemente, en Chile.
Una de los decisiones más emblemáticas de Benedicto XVI fue la de obligar en mayo del 2006 a Marcial Maciel, el fundador de la congregación mexicana los Legionarios de Cristo, fallecido dos años más tarde, a «renunciar a cualquier ministerio público» y «a retirase a una vida de oración y penitencia» por las acusaciones de pederastia contra él.
Entre otras medidas, el Papa reforzó en 2010 las sanciones contra la pederastia con «procedimientos acelerados» para los casos más urgentes, el aumento de diez a veinte años del periodo de prescripción o la condena de la pornografía infantil.
«Lo que queda por hacer es que todas las conferencias episcopales sean coherentes con esta línea del Papa, y con el próximo que venga. Será muy difícil echar marcha atrás por la gran presión de la opinión pública dentro y fuera» de la Iglesia, augura el español Antonio Pelayo.