Cuando los presidentes amigos de Hugo Chávez iban hasta hace poco a La Habana con la intención de saludar y solidarizarse con el comandante en su lecho de enfermo, los Castro, al menos en la última fase de su hospitalización en el Cimeq, les advertían que sólo un milagro podría salvarlo.
Eso, traducido al lenguaje cristiano, significaba que las posibilidades de recuperación eran casi nulas, o, peor aún, nulas. Porque un comunista que se respete, esto es, un ateo, no espera nada de las fuerzas divinas, ni de lo sobrenatural. Los milagros, por principio, no pueden existir jamás en una cosmovisión materialista. Milagro es sinónimo de fragilidad, de superchería. El milagro, en una palabra, es contrarrevolucionario. El propio Marx, al analizar los sucesos de la revolución francesa, se burla de los «engreídos ladridos» de los demócratas, al felicitarse unos a otros acerca de los efectos milagrosos que aguardaban del segundo domingo de mayo de 1852. «La debilidad había ido a refugiarse, como siempre, en la fe en el milagro», ironiza el viejo judío.
Con una información privilegiada, los hermanos Castro sabían demasiado bien que no tenían tiempo para ensayar sentimentalismos, ternuras ideológicas. En trances como estos sólo hay cabida para un pragmatismo implacable, sin alma. En el sentido lato del término, ser pragmático no es más que reducir «lo verdadero a lo útil». Esta fría o descarnada lectura de la realidad, a veces se tiñe de tragedia. Lo comprobó la misteriosa muerte de Camilo Cienfuegos, uno de los comandantes más carismáticos de la revolución de 1958, en Cuba. La avioneta en que cumplía una misión se perdió y cayó en el mar. Nacía oportunamente un «mártir», un símbolo. Pero el comandante Huber Matos, quien pasó 20 años preso en el Castillo del Morro, lo recuerda, cada 28 de octubre, «como la víctima de Castro, quien estaba celoso de su popularidad y lo consideraba un mujeriego irresponsable». Asimismo, asaltan las dudas respecto a la emboscada tendida al Che Guevara en las montañas de Bolivia. Su columna guerrillera quedó aislada durante cuatro meses. La causa del extravío, según se supo más tarde, es que los mapas por los cuales se guiaban habían sido adulterados en La Habana. Un cartógrafo apodado «El espía», a quien le achacaron el error, pudo haber aclarado la situación; pero fue fusilado. No dejó testimonio. Un video que recogía el juicio y el fusilamiento del «traidor», fue proyectado a modo de propaganda en un teatro de La Habana. Editado, claro.
Nada de lo que ha ocurrido alrededor de la enfermedad del Presidente venezolano, se ha salido del libreto castrista, más ajustado a las morosas necesidades y codicias materiales de su régimen, que a cualquier otra cosa. Fidel influyó en forma determinante para que no se tratara en otra parte. En el Hospital Sirio Libanés, de San Paolo, por ejemplo, donde fue intervenido, tratado y curado de su cáncer linfático el presidente paraguayo, Fernando Lugo. Utilizó su ascendiente, para convencerlo de que lo más importante era garantizar el secretismo alrededor de su verdadero estado de salud. Resguardar su imagen de figura invulnerable. De líder capaz de desafiar y vencer las leyes naturales. Y, mientras tanto, se explotaba ante el mundo el mito de la vanguardista medicina cubana.
Crasos motivos políticos y de subsistencia financiera, por parte de la jerarquía habanera, privaron en la intención de retener al célebre paciente. Son, exactamente, si se ven bien, los mismos motivos por los cuales ahora lo dan de alta. Primero había que ganar tiempo, trabajar en la transición, escoger al «sucesor» y posicionarlo, para lo cual era urgente que el propio mandatario, en una intervención pública que pudiera ser la última, ungiera de manera inequívoca al rollizo y hasta entonces discreto y bonachón acólito, Nicolás Maduro: «He ahí al hijo del hombre». Además, los Castro tenían que salvaguardar los negocios, poner a salvo de siniestro un enorme e impenetrable subsidio que podría estar frisando los 10.000 millones de dólares anuales. ¿Malo?
Los partes oficiales dan cuenta de que el Presidente no está bien. Su insuficiencia respiratoria persiste, dicen los cifrados e inconstantes boletines. Está vivo, sí, pero en condiciones tales que aconsejaron su arribo a Maiquetía en horas de la madrugada, sin anuncio previo ni registro gráfico. Evo Morales confesó no haberlo podido ver. ¿Por qué entonces abandonó el hospital cubano? Sería ingenuo atribuirlo a la presión de los estudiantes, encadenados en Caracas.
Está claro que el oficialismo se encuentra inmerso en una campaña electoral, que será convocada conforme discurran los escenarios. A toda máquina, la propaganda del Gobierno se esfuerza en pulir la figura del «sucesor», tarea, por lo demás, colosal. Aburrido, basto, sin más labor ni hazaña que la de matar el tiempo, todo él un plagio improvisado, con un discurso básico, sin asomo de carisma ni nada rescatable en su ocioso pasado, convertirlo de pronto en un estadista sería todo un desafío para los asesores de imagen.
Otro indicio de lo que nos viene: a lo largo de los catorce años de la revolución cada proceso electoral lo ha antecedido una intempestiva radicalización, como ocurre justo ahora. En estos instantes se trata de preparar al país. Se sugiere, sordamente, por ahora, que podríamos estar a las puertas de la era post Chávez. Irrumpe en la escena el tan vilipendiado chavismo sin Chávez, no por obra del magnicidio innúmeras veces denunciado, ni a costas de un zarpazo de la oligarquía, sino como desgraciada y vulgar consecuencia de una conjura de células. El paso siguiente será el intento por deslumbrar con los lujosos fastos de la elevación a los altares de un nueva Divinidad, a cuya sombra pretenderán colarse herederos temerosos de extraviar sus privilegios, que todos ellos son ilegítimos, porque en una democracia el poder no se lega, como ocurre con las testas sagradas.
¿Quisieron librarse los Castro de que la medicina cubana se manchara al anotarse un desenlace inevitable? ¿Selló también el secretismo los posibles errores en que habría incurrido su afamada medicina, que es bandera ideológica, en una isla con hospitales caóticos? ¿Es de humanos concebir un aparato de Estado que cuida la salud de un pueblo para que prolongue su vida en la más indecible de las miserias, y sin libertad, ni dignidad?
Debería haber un tribunal en el mundo que obligara a los Castro a responder esas interrogantes. Es más, todo quien ame al Presidente debería pedir se aclare. Y preguntar también por qué se lo puso a afirmar, ¿o creer?, que estaba curado, para lanzarlo por los caminos del país a los rigores de una intensa campaña electoral en la cual, contrastado con un oponente mucho más joven, bailó, se montó en camiones, soltó largos discursos, hizo ostentación de su fortaleza física, soportó la lluvia, al tiempo que interrumpía mortalmente su tratamiento y, con sus defensas resentidas, se exponía a los agujazos de los elementos.
Por eso no es transición. Es desenlace. Un desenlace que tampoco le asegura un milagro a los factores democráticos. Ese milagro es preciso construirlo.
Repiques
Este año el gremio periodístico larense ha sufrido dos pérdidas muy sensibles. Primero se nos fue la compañera de labores María Hortensia Zapata, editora de este diario. Su desaparición física la lloramos con honda tristeza. Luego debimos despedir a Víctor Barranco, quien sentó cátedra en la prensa escrita, en la radio y en la televisión. Fue un analista brillante, lúcido. Tengo a honra haber mantenido con él un permanente cruce de mensajes electrónicos, que conservo. En una ocasión me criticó, por cierto, que incluyera chistes en esta sección. «No se compadecen con una página como la tuya», me dijo. Y le hice caso.
Oído en el Twitter:
??@primicias24: «Antonio Ledezma: Tendremos candidato de la Unidad antes que el Vaticano tenga Papa»
?@NDtitulares: «Diego Arria: Si no reconstruimos a la ‘oposición oficial’ estamos condenados al fracaso»
?@NDtitulares: «Maduro: Regreso de Chávez fue secreto para evitar que la derecha inventara locuras»
?@colominaM: «Lo único que salva a este gobierno es nuestra apatía»
?@elespectador: «Crean lápiz que permite escribir y dibujar en 3D»
Algunas preguntas pendientes: ¿Cuándo inauguran el Puente «Nigale» bajo el lago de Maracaibo? ¿Dónde están las diez mil casitas chinas prometidas? ¿Dónde está la red nacional de ferrocarriles que iba a atravesar el país? ¿Dónde el eje Orinoco-Apure? ¿Dónde los centrales azucareros que iban a construir los cubanos? ¿Dónde las plantas de cemento que iban a construir los iraníes? ¿Dónde está la base aeroespacial de Guasdualito?
La falta de sentido unitario en la oposición sigue facilitándole las cosas al oficialismo. Se está pidiendo la revisión de candidaturas, ya resueltas, a varias alcaldías, entre ellas la de Maracaibo. Las circunstancias son otras, alegan.
Cuando al maestro Jon Lee Anderson le preguntaron si estaba preocupado por el futuro del periodismo, ante esta angustia que parece extenderse con Internet, respondió: «Si me siguen preguntado por ello voy a acabar preocupándome». Otra frase suya: «El periodista no puede abandonar su condición humana jamás»
¿Será verdad que el gobernador Henri Falcón tiene prevenido al bate a Teodoro Campos, «comando», en caso de que Henrique Capriles sea escogido como candidato presidencial nuevamente y tenga que mudarse a Caracas, para ratificar la llave que quedó sellada el 7-0?
La situación económica, política y social del país pudiera dar lugar a situaciones inmanejables, que dejarían pálidas a pasadas revueltas. La escasez de productos indispensables para la dieta diaria, la escalada inflacionaria, el severo golpe que representa la devaluación, la atmósfera de incertidumbre, la aguda conflictividad alentada desde Miraflores, los escandalosos niveles de inseguridad y la impunidad (los linchamientos en barrios se vuelven cosa de rutina), dibujan un cuadro inquietante. Pero a los señores del Gobierno sólo les preocupa alargar sus privilegios.
El ensañamiento persistente con el ex comisario Iván Simonovis y la jueza María Lourdes Afiuni no tiene perdón de Dios. Junto a sus familias están condenados a la tribulación y a la muerte, por un puñado de bestias con poder.
En 1907, Rufino Blanco Fombona escribió: «Acaba de pasar en tren expreso para Caracas el General Cipriano Castro, enfermo desde hace ocho meses y que buscaba la salud, de meses para acá, en el balneario de Macuto. En países como el nuestro donde por costumbre inveterada y retardataria el Primer Magistrado tiene un poder más vasto del que (ya enorme) señalan las instituciones, es, a veces, mayor freno para ambiciones en juego la persona del Magistrado que el libro de la Ley; Patria. ¡Qué absurdo! Castro va macilento, flaco, rojo el cerco de los ojos, caídos los párpados, haciendo visible esfuerzo por mantenerse firme en el asiento a la contemplación de las curiosas multitudes que se apiñan en los andenes y a lo largo de la vía para verlo. Y en ese vagón de ferrocarril, junto con ese hombre extenuado y en demacración va también, canijo y maltrecho, el destino de Venezuela».