Resulta indignante observar lo poco que el venezolano se estima, la resignación es una gárgola que les impide vivir mejor a pesar de habitar en el país más rico del mundo.
Pasan los años y nuestras ciudades son ruinas: aceras inservibles, en penumbras, sucias, sin nomenclaturas. Edificios, casas y comercios sin uniformidad visual, cada quien mantiene su fachada en un triste carnaval de colores muertos, hambrientos, con leves insinuaciones de las tonalidades que fueron, sucias por igual, rayadas, con afiches pegados en ellas desde hace años, la mayoría de esas fachadas exhibiendo sus entrañas de cabillas oxidadas, con portones que de momentáneos pasaron a ser eternos.
El pandemónium reina, el transporte público, por busetas y carritos destartalados, contaminan a la vez que colapsan el tráfico citadino, lo realmente indignante es que las personas los usan sin quejarse, a pesar que los asientos están dañados, la carrocería más ruidosa que el mismo infierno del reggaeton o vallenato a todo volumen el cual caracteriza éste patético servicio.
La contaminación sónica es una penosa característica, cada tienda comercial trata de ensordecer a sus clientes con estruendosa música (sí, reggaeton o vallenato), por si fuera poco, los buhoneros en las calles hacen lo propio con ese estilo musical que “seca las neuronas” de la actual generación joven, así mismo, el uso de las cornetas de los automóviles es un intento desesperado e inútil de conductores que creen que dicho escándalo tiene el poder de quitar al de adelante.
El ente público encargado de la sanidad es una entelequia, por las calles se observan centenares de ventas de comida sin ninguna previsión higiénica, pero eso no queda allí, sí entramos a un restaurant “calificado” la realidad no es tan distinta, no hay acatamiento de las normas de higiene reglamentarias, los baños son una alerta epidemiológica latente.
Los peatones son soldados en batallas, esquivando los huecos de las aceras, tratando de encontrar un lugarcito donde pasar entre el poco espacio del tarantín buhoneril y la multitud, así mismo, pasar la calle es otra odisea, no hay cultura de respeto al peatón (ni autoridad que la haga valer), sí se aproxima un auto y usted no corre pues es arrollado, los conductores no dan paso a los peatones y, a decir verdad, en nuestras ciudades ya ni se ven los rayados ni semáforos peatonales. Así están nuestros pueblos y ciudades, a la deriva. Lo indignante es que esto a nadie le importa, la política es un entretenimiento. @leandrotango
#opinion: ¿Ellos o tú? por: Leandro Rodríguez Linarez
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