#Opinión: Pasado y presente de nuestra arquitectura Por: Claudio Beuvrin

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La ciudad como tema

El tiempo siempre cambia las condiciones del ejercicio de cualquier profesión: viejas prácticas y saberes desaparecen, surgen otros y todos cambian de atributos. Entender esos cambios es esencial para cualquier gremio.

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Algo puedo decir al respecto. Cuando me gradué, hace 35 años, había mucho trabajo y lo normal era en montar una oficina y conseguir proyectos que en realidad llegaban solos. Otros preferían emplearse en oficinas públicas ó privadas para hacer experiencia antes de salir a montar su propia oficina. Había quien optaba por una beca de postgrado o se iniciaban en la docencia, pero muy pocos se involucraban en la construcción pues ensuciarse con cemento y subir 15 pisos sin ascensor no era lo propio.Y ciertamente, nadie emigraba por falta de trabajo.

Estas condiciones cambiaron. Años de crisis económica redujeron las oportunidades de proyectos y los arquitectos comenzaron a ensuciarse las botas trabajando en obras. El diseño bajó de escala: obras menores, mobiliario, remodelaciones. Pero incluso estos trabajos terminaron por agotarse y apareció un nuevo fenómeno: la emigración profesional.

Tras la llegada de Chávez se acentuó la paralización de la construcción. No solo porque él llegó en medio de una crisis que quebró bancos y redujo los montos disponibles para créditos al constructor y al comprador, también ocurrió que las alcaldías comenzaron a bloquear los permisos de construcción y de habitabilidad a cambio de comisiones cada vez más desvergonzadas. El resultado es que las ciudades se llenaron de obras sin terminar y muchas fueron invadidas por necesitados para los cuales el gobierno no disponía de viviendas y terminaron quedándose. También, desde el PSUV hubo gente afirmando que las invasiones eran “la acción del pueblo recuperando los espacios que la oligarquía les había quitado”, lo que terminó por ahuyentar a los constructores que aun tenían algún interés en construir. Así, se fueron cerrando oficinas y los arquitectos se mudaron a diseñar en sus casas, atendiendo a sus clientes en cafeterías y centros comerciales. Pronto estas alternativas también se agotaron y los arquitectos terminaron montando restaurantes, manejando taxis, y hasta se hicieron visitadores médicos. Obviamente, promociones completas se fueron del país.

Mientras tanto, para los que nos quedamos, las oportunidades son cada vez más escasas: el sector privado se ha reducido a su mínima expresión y los contratos del sector publico están reservados a firmas extranjeras o se asignan a no profesionales pues “el pueblo constructor no necesita arquitectos educados en las universidades burguesas”. Y mientras vergüenzas arquitectónicas van poblando nuestras ciudades se va desvalorizado el trabajo y la especificidad profesional.

Esta crisis creó un problema adicional. Era una tradición que los estudiantes y los recién graduados trabajen en firmas bien establecidas consolidando los conocimientos adquiridos en la escuela. Ahora salen a la calle sin una posibilidad de pasantía en el mundo real antes de establecerse por su cuenta y esto perjudica su calidad profesional. Adicionalmente, los cursos de actualización, que nunca fueron muy abundantes, ahora simplemente no existen o son impagables.

Nuestros arquitectos han enganchado en oficinas de diseño y construcción en Italia, España y Portugal, USA, América Latina; en Australia y hasta en China. Y a pesar de las dificultades, pocos regresaron. Quizás lo hagan cuando la situación mejore sustancialmente.

A pesar de que el país tiene ya más de 10 años de bonanza petrolera está más ranchificado que nunca. Así ocurre también en las universidades autónomas, sometidas a un cerco financiero que ha impedido la actualización de sus bibliotecas, la renovación de las suscripciones a revistas extranjeras, el reemplazo de computadoras, el acceso a nuevas tecnologías y el mantenimiento físico. Los salones son cementerios de bancos y mesones. No hay para mejorar el sueldo del personal ni para becas para que los profesores estudien en el exterior. Tampoco recibimos profesores visitantes porque no hay como pagarles. Las mejores tesis de grado no pueden publicarse como tampoco puede hacerse con las revistas académicas. Y lo que es peor, ya los mejores graduados no consideren que vale la pena iniciarse en una carrera docente, prefiriendo la opción de emigrar.

Quisiéramos tener confianza que, ocurridos los cambios necesarios, los que emigraron regresen a trabajar en las muchas obras que habrá que realizar luego de tantos años de destrucción intencional. Al volver traerán saberes y prácticas que ahora solo conocemos por referencia, nuevos métodos de diseño, de construcción, de administración de obras, nuevas tecnologías, nuevas visiones urbanísticas y muchas consideraciones ecológicas. Ellos traerán también la experiencia, nada desdeñable, de años viviendo en países civilizados, donde el comportamiento cívico junto con la competencia por el saber y el ser más eficientes es una forma de cultura.

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