La llegada de Chávez no fue distinta a todos los precedentes capítulos de esta larga historia, cuyo género todavía desconocemos. El pueblo amaneció el lunes en medio del rumor de que su presidente había vuelto de Cuba luego de más de dos meses de ausencia y silencio absoluto (aunque el TSJ insista en lo contrario). La prueba de su sorpresiva llegada se reducía a un tweet de la olvidada hasta entonces cuenta de chavezcandanga. Pasaban las horas y no pasaba nada más, salvo los reiterados llamados de los jerarcas para que los militantes del PSUV se congregaran en las plazas Bolívar del país para poder decir luego de que se trataba de un día patrio donde la alegría espontánea se desbordó. Pero seguía sin pasar nada, la llegada clandestina de Chávez al país no significó su aparición pública: ni una foto, ni un vídeo; nada. De repente una trabajadora del Hospital Militar anunció a través de los medios públicos el milagro: “Chávez llegó caminando y se acostó solito en la camilla”. La llegada de Chávez al país ya no era un asunto público, político y de Estado; sino un acto de fe solo comparable con la resurrección de Cristo. ¿Ver para creer? Chávez, se ríe, echa chistes, está gordito, camina, gobierna, trabaja; pero el pueblo no lo puede ver. ¿Por qué?
Por supuesto el aparato propagandístico del Gobierno se activó inmediatamente para dividir al país entre los que creen y se contentan con la llegada clandestina de Chávez, y quienes siguen escépticos y preocupados por el vacío de poder y la falta de información seria. Los primeros se llaman “pueblo” y los segundos son los “traidores, apátridas, necrófilos, burgueses y pitiyanquis”. Cambiaron el derecho a saber por el deber a creer. Y ya nadie habla del cáncer, ya no hay partes médicos sobre la penosa y mortal enfermedad que padece Chávez desde hace casi dos años y que hoy lo mantiene ausente de la escena pública e incapacitado para gobernar (con el perdón del TSJ). Ese ya no es el tema. Chávez está porque está, y habla a través de Maduro, Diosdado, Giordani y compañía. Es más, tú eres Chávez, ¿Qué más quieres?
El caso es que Chávez se lanzó a la cuarta reelección sabiendo que tenía un cáncer terminal, engañando al pueblo con su supuesta recuperación, y ahora deja al país a merced de una cuerda de incapaces que no tienen liderazgo ni en las filas de su propio partido. Pero detrás de esta fábula, que insistimos supera cualquier imaginación literaria, se esconde un país en ruina y un pueblo empobrecido en medio de la mayor bonanza de su historia. Hoy el valor real del salario mínimo de un trabajador en Venezuela es de cien dólares, equivalente a un par de zapatos. Nadie invierte en el país y cada vez hay menos fuentes de empleo. La juventud se decanta entre las opciones de irse, hipotecar su conciencia a un partido dueño de todo o emanciparse en la delincuencia. Las cárceles están llenas de ese “hombre nuevo” que se llama “Pran”, mientras que en las calles caen diariamente los inocentes y pendejos. No hay agua, no hay luz, no hay gas, no hay esperanza (tampoco hay presidente pero eso no importa según el TSJ).
Y los corruptos que nos gobiernan insisten en convencer al pueblo que están destruyendo a la burguesía en nombre de ellos, cuando en realidad la están fortaleciendo en perjuicio de los más pobres. Lorenzo Mendoza, Gustavo Cisneros y cualquier “burgués” de la cuarta o la quinta, tienen su patrimonio en dólares. Gracias a este Gobierno “revolucionario”, el 8 de febrero Lorenzo Mendoza pasó a ser 50% más rico en comparación con los obreros que trabajan en la planta de Polar. El bolívar es el único activo y patrimonio que tiene la clase trabajadora y los pobres beneficiarios de misiones y pensiones. Y este Gobierno lo ha devalado 300% en tres años, o sea, el patrimonio del pueblo que son sus ingresos en bolívares vale tres veces menos. Hemos perdido más del 70% de nuestra capacidad de compra, mientras el barril de petroleo se cotiza por más del doble de lo presupuestado. ¿Se entiende eso?
Llegó Chávez pero no gobierna. En su nombre lo sigue haciendo Maduro, un desangelado burócrata entrenado en Cuba para imitar al ausente y que gasta más de la mitad de tiempo en insultar a Capriles. Y es que al menos sabe sacar cuentas, sabe que el 45% del electorado no quería ni a Chávez como presidente, mientras que el 55% sólo quería a Chávez como presidente. ¿Cuántos votos podrá sacar él en una nueva elección contra Capriles? Por algo insisten en prolongar esta agonía inhumana, esta ausencia negada, esta realidad virtual enmarcada en la excusa de la “continuidad administrativa”. No se siente seguro y no puede estarlo, la sombra de Diosdado amenaza con aplastarlo mientras que su imagen asociada al paquetazo neoliberal lo cocina a fuego lento. Al menos Cuba ya entregó al rehén, aunque todavía no sabemos en qué condiciones. Lo único que sabemos es que necesitamos a un presidente que asuma la responsabilidad de sacar al país de la crisis y resolver los problemas acumulados de la población. Si Chávez no puede, la constitución dice muy bien qué hacer.
Caso cerrado, el dictamen final lo tiene usted.
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