#opinion: Un parlamento degradado. por:Julio Portillo

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Un parlamento degradado

Julio Portillo

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A la posteridad no le será difícil juzgar este tiempo. Bastará ver en videos, las intervenciones de los diputados de la Asamblea Nacional, donde falta la elaboración de leyes, profundización de las denuncias, vestimenta apropiada y el manejo del idioma, que es un elemento de la nacionalidad. La defensa del idioma con este carácter debería ser asumida a plenitud tanto por el gobierno como por las academias encargadas de velar por su conocimiento.
La Asamblea Nacional se ha convertido en una gallera, donde el primero que a diario le falta el respeto al hemiciclo y a su propia investidura es el flamante Presidente del Poder Legislativo Diosdado Cabello, que se dirige a sus colegisladores en un lenguaje de guapetón de barrio, vive en un permanente carnaval, pues lo vemos disfrazado de militar, de guayabera roja, con la camisa desabotonada o de saco y corbata incomodo.
Los parlamentarios de hoy no tienen el verbo de un Jóvito Villalba, Andrés Eloy Blanco, Luís Beltrán Prieto, José Antonio Pérez Díaz, Arturo Uslar Pietri, Alirio Ugarte Pelayo, José Rodríguez Iturbe, Manuel Alfredo Rodríguez, Luís Herrera Campins, Oswaldo Álvarez, Teodoro Petkoff, para sólo citar unos nombres, ni mucho menos el de un Jorge Eliécer Gaitán en Colombia.
El Caribe ha tenido oradores extraparlamentarios formidables. Además de los nombrados me atrevo a mencionar al cronista de la ciudad de La Habana, Eusebio Leal, al ex ministro de la cultura dominicano Tony Raful y a Monseñor Mariano Parra León, zuliano ya fallecido y quien fuera Obispo de Cumaná. A estos tres les escuché en disertaciones memorables, manejo del idioma impecable y un don mágico para mantener la atención del público.
La palabra bien hablada pareciera estar de vacaciones o enferma en el Parlamento. Los diputados no tienen conciencia del valor de las intervenciones. Es P. Masson quien afirmaba que “en virtud de la palabra el hombre es superior al animal y por el silencio se supera a si mismo”. Los hay de todo: deslenguados, avaros de la palabra, astutos sin opinión alguna que jamás intervienen pero cobran y también honorables como María Corina Machado.
Nada más dañino que hablar cuando es oportuno callar. Thomas Bourne llama a esta cualidad “el honor de los sabios”. Y Lacordaire afirma que “después de la palabra, el silencio es el segundo poder en el mundo”. Existe una ciencia del silencio, la administración de la palabra. Dejar escapar palabras a destiempo, cuando uno se sabe poseedor de la verdad, dueño de su oficio es una torpeza.
En los diplomáticos esta cualidad se convierte en una exigencia. Lo llevan al extremo de eliminar casi de su vocabulario y de sus gestos, dos palabras con las cuales trabaja a diario la lengua: el si y el no. Debe sustituirlas por “es posible”, “tal vez”, “veremos”, “en otra oportunidad”. La mesura en el diplomático es vital. Una gimnasia de saber esperar la certera ocasión lo convierte en un gigante del dominio de si mismo. Dueño de su silencio se fortalece. Señor de la espera se acrecienta.
Pareciera que los diputados de hoy ignoran estas cosas. Sucumben a diario ante la tentación del impacto de la noticia. Se dejan vencer por la aceptación efímera de ser flor de un día al hacer intervenciones inconvenientes. Desconocen aquello de Santa Teresa de que “la paciencia todo lo alcanza”. Hacen acusaciones sin pruebas. Las denuncias sobre gravísimos casos de corrupción como el maletín de Antonini Wilson y últimamente el cheque del iraní descubierto en Alemania son esquivadas, acumulando el oficialismo una montaña de desverguenzas que la historia se encargará de esclarecer.
El grosor de las ofensas que se infieren los diputados en las sesiones crea situaciones de enemistad insalvables. Pero es bueno recordar entonces lo que afirmaba José Martí: “Es triste no tener amigos, pero más triste es no tener enemigos, porque quien enemigos no tiene, no tiene bienes que codiciarle, talento que envidiarle y honra que mancillarle”.

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