Los representantes de la Teología de la liberación, la corriente progresista de la iglesia latinoamericana reñida con el Vaticano, se congratularon por la renuncia de uno de sus viejos enemigos, el papa Benedicto XVI, y expresaron su esperanza de que Roma se comprometa más con los pobres y viva una apertura.
«Esperamos que otro Papa cree una atmósfera más abierta, que los cristianos puedan dialogar con la cultura moderna sin las tantas sospechas y críticas», dijo el teólogo brasileño Leonardo Boff en declaraciones al canal estatal venezolano Telesur.
Boff, una de las figuras centrales de la teología de la liberación y que fue alumno del papa cuando era el cardenal Joseph Ratzinger, comentó que Benedicto XVI es una figura «muy controvertida y compleja».
El estilo con que el Papa ha manejado la iglesia en los últimos seis años, que el teólogo brasileño definió como «burocrático» y «duro», «ha hecho que muchos no sientan más a la Iglesia como un hogar espiritual».
La Teología de la Liberación surgió en América Latina después del concilio Vaticano II (1962-1965) e impulsó la «opción preferencial por los pobres», que debía comprometerse con su emancipación social y política.
Esta postura, que en algún momento entusiasmó al Papa Pablo VI, no contó con la simpatía de Juan Pablo II y fue desautorizada y perseguida por el propio Ratzinger desde su posición de Prefecto de la Congregación de la Santa Fe, la Inquisición.
Boff, quien colgó los hábitos en 1992 en medio de fuertes desaveniencias con el Vaticano, sí elogió a Benedicto XVI por tomar una decisión que ningún pontífice había tomado en 600 años.
No obstante aseguró en declaraciones a la AFP que el pontífice «carga un fardo negativo muy grande en la historia de la teología cristiana. Entrará en la historia como un Papa enemigo de la inteligencia de los pobres y de sus aliados».
La comunidad jesuita de El Salvador, adscrita desde hace décadas a la teología de la liberación, elogió la renuncia del Papa como un «acto de responsabilidad», aunque le reprochó el no haber impulsado durante su pontificado la beatificación del arzobispo salvadoreño Oscar Romero, emblemático defensor de los pobres y oprimidos.
José María Tojeira, director pastoral en la jesuita Universidad Centroamericano (UCA) de San Salvador, lamentó «la deuda» que deja Benedicto XVI con la comunidad católica salvadoreña, y expresó su esperanza de que el nuevo Papa continúe el proceso y que «en tres o cuatro años podamos tener beatificado a monseñor Romero».
Romero murió asesinado en marzo de 1980 por los escuadrones de la ultraderecha, en respuesta a sus constantes reclamos de más justicia social y respeto a los derechos humanos, en abierto desafío al poder político y militar de la oligarquía salvadoreña.
Ese mismo año estalló una sangrienta guerra civil que duró doce años y en la que los seguidores de la teología de la liberación estuvieron claramente identificados con las fuerzas de la insurgencia, en abierto enfrentamiento con el Vaticano.
La controversia se ha mantenido mucho después del fin de la guerra: Jon Sobrino, jesuita de origen español y uno de los teólogos más cercanos al arzobispo Romero, fue sancionado por el Vaticano en marzo de 2007 en una resolución aprobada por Benedicto XVI, la cual le prohíbe enseñar en instituciones católicas.
El origen de la sanción, según la versión oficial, fueron algunas obras de Sobrino en las que, según el Vaticano, hace énfasis en el carácter humano de Jesucristo y esconde su naturaleza divina.
Para Tojeira, la iglesia debería designar un nuevo Papa «muy comprometido con la paz» y dispuesto a alentar la solidaridad con los más pobres, en un mundo en que prevalece «la injusticia social y el hambre».
El poeta y sacerdote Ernesto Cardenal, destacada figura de la teología de la liberación en Nicaragua, ni siquiera entró a valorar el legado de Benedicto XVI sino que se declaró muy alegre de su renuncia.
«Ignoro por qué está renunciando (pero) me alegro mucho que se vaya del papado», declaró a la AFP el escritor de 88 años, en una comunicación telefónica sin agregar mayores comentarios.
Durante la primera visita del fallecido Papa Juan Pablo II a Nicaragua, en 1983, Cardenal era ministro de Cultura en el primer gobierno del presidente Daniel Ortega, desobedeciendo una orden del Vaticano que les pedía a varios sacerdotes separarse de la militancia política en el sandinismo.
En esa ocasión, Juan Pablo II amonestó a Cardenal frente a las cámaras de la televisión en una imagen que le dio la vuelta al mundo.