Estos son los sentimientos que podrían desaparecer en el siglo XXI

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Luego de que fuera presentado al mundo el primer hombre biónico, todos se preguntan si tiene la capacidad de “sentir”. Muchas son las hipótesis, pero de seguir la tecnología jugando a Dios, algunos sentimientos podrían sucumbir a las máquinas.

A continuación, El Confidencial hace un listado de los afectos y sensaciones que podrían desaparecer:

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1. Una de las consecuencias de esta transformación es que, a medida que aumentan las diferencias, quizás tenga cada vez menos sentido comunicar datos que en realidad, al otro no le van a resultar útiles. Así que es fácil prever que uno de los fenómenos “nominados” a desaparecer progresivamente será el miedo. En las sociedades colectivistas, trasmitir alarma era muy fácil porque todo el mundo temía lo mismo. El historiador Jean Delumeau, en su libro El miedo en Occidente nos enseña cómo podían hacerse comunes terrores –los duendes, las brujas, la noche…- que hoy nos parecen ridículos a la mayoría.

En el mundo actual, sin embargo, lo que constituye un peligro para una persona no tiene porque ser, necesariamente, un riesgo para la otra. Nuestros temores se hacen difusos, “líquidos” en expresión de Zygmunt Bauman. Por eso, probablemente, cada vez será menos adaptativo mostrar cobardía e inocular terror en los demás. Los traficantes de miedo, las personas que inoculaban sus pavores en los demás, son denostados. Franklin Delano Roosevelt, una de las mentes fundadoras del mundo moderno, afirmaba que “la única cosa de la que debemos tener miedo es del miedo”. Y el proceso de quitárnoslo de encima está en marcha: los temores son cada vez más íntimos, nos avergüenzan. Tomamos ansiolíticos para evitarlos porque todo nuestro alrededor nos anima a arriesgarnos, a atrevernos a ir más allá, a perder el miedo y liberarnos.

2. Otro sentimiento que parece estar perdiendo adeptos es la tristeza. “¡La nostalgia ya no es lo que era!” se quejaba Simone Signoret. Es fácil que sea entendida como debilidad, como carencia emocional: al ser un fenómeno diseñado para conmover a los demás y conseguir su ayuda, parece poco conveniente en una sociedad egocentrista. Muchos científicos nos recuerdan su valor adaptativo: Eric G. Wilson, en un reciente libro provocadoramente titulado: Contra la felicidad. En defensa de la melancolía nos intentaba recordar que “fue el cavernícola melancólico y retraído que se quedaba atrás y meditaba, mientras sus felices y musculosos compañeros cazaban la cena, quien hizo avanzar la cultura”.

Pero el proceso parece irreversible: habiendo tecnología para evitarla, preferimos evadir la pesadumbre. La depresión (incluso la reactiva, aquella que se produce por causas externas) es algo que preferimos no experimentar y hoy en día los antidepresivos son los medicamentos más vendidos en el mundo.

3. Un ejemplo de lo poco adaptativa que resulta la pesadumbre es el manejo que hacemos en nuestra sociedad del proceso de duelo. La nostalgia por los seres que se van de nuestras vidas -por fallecimiento o por ruptura- se tiende a hacer cada vez más corta. Cada vez tenemos más prisas en pasar las tradicionales fases definidas por la Dra. Kübler-Ross. Es fácil escuchar en terapia a personas que se quejan porque no acaban de reponerse… cuando no llevan ni una semana en proceso de duelo. Una preocupación por la “pérdida de tiempo” que supone añorar y entristecerse que parece ser compartida por muchos médicos que recetan medicamentos a las personas al día siguiente del fallecimiento de un ser querido.

4. Con un panorama así, parece que, desde luego, el gran candidato a desaparecer de la faz de la tierra es el amor romántico. Las disecciones que hacen de esta “imbecilidad transitoria” (la expresión es de Ortega y Gasset) científicos como Helen Fisher lo sitúan al borde de considerarlo como una enfermedad, una alucinación transitoria que produce estados emocionales ciclotímicos como efectos secundarios. A pesar de esos análisis devastadores, esta perturbación goza de aprobación social pero ¿qué ocurriría si se pudiera “curar”? Los mecanismos bioquímicos de “esa tontería llamada amor” (esta vez la expresión es de Queen) están, cada vez, más definidos. Y no es difícil especular sobre una sociedad futura en la que uno pudiera tomar una pastilla para quitarse de encima el enamoramiento. ¿Cuántas personas se la tomarían para ahorrarse los tres años de atontamiento vital y el posible sufrimiento de un desamor?

5. La atracción sexual, por supuesto, permanecería. Aunque ahora hay personas que asocian erotismo y romanticismo, éste no es el único mecanismo fisiológico que nos lleva a la excitación. Marvin Zuckerman ha investigado a fondo un factor de personalidad que se fomenta cada vez más en el mundo actual: la búsqueda de sensaciones. Esta apertura a la experiencia es un tipo de anhelo que resulta muy adaptativo en sociedades sobre-estimuladas como la nuestra. Para aquellos que hacen de esta búsqueda su principal motor vital, la mezcla perfecta es aquella que se da entre fenómenos novedosos que resulten estimulantes a nivel físico y mental. Y el sexo variado, sin ataduras emocionales, parece satisfacer muy bien estas dos condiciones.

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