21 años después de aquel 4 de febrero
Jesús Silva R.
Muchas han sido las expresiones de rebeldía contra dictaduras y falsas democracias, pero pocas son las insurrecciones que han logrado convertirse en históricas vanguardias. Algo semejante sucedió cuando un grupo de militares valientes, encabezados por un joven y desconocido Hugo Chávez, despertaron en el pueblo venezolano la esperanza de un cambio popular.
Lo que al principio pareció ser el frustrado alzamiento militar contra un desgastado presidente traidor a la patria, se transformó en la ruptura del pueblo frente al corrupto y represivo bipartidismo burgués.
Consumada la deslegitimación del viejo sistema, nunca más las organizaciones del Pacto de Punto Fijo (AD y Copei) pudieron repetir la estafa electoral de cada cinco años, ya que un nuevo liderazgo nacional había surgido.
Tras asumir su responsabilidad ante una clase política que siempre se ha lavado las manos, Chávez fue encarcelado por la misma legalidad burguesa que en 1989 había exculpado a los que acribillaron a miles de compatriotas indignados por las medidas del Fondo Monetario Internacional.
Aunque más tarde la aristocracia buscó su reacomodo mediante la promoción de un veterano dirigente y sus nuevos aliados (chiripero) nada pudo detener el contundente triunfo patriótico de 1998.
Sin duda que el mundo valora que en tiempos donde se planteaba el fin de las ideologías, surgiera un nuevo proceso de anticapitalista. Por eso la madrugada de 1992 es el inicio de una extraordinaria revolución que hoy es ejemplo de inclusión social para el mundo entero.