Es una afección que no suele presentar síntomas aparentes pero suele asociarse con comportamientos alimentarios aberrantes y con fenómenos inflamatorios que podrían dar lugar a esteatohepatitis, cirrosis o cáncer de hígado.
Los niños y adolescentes tampoco están a salvo de esta enfermedad, siendo más susceptibles de desarrollarla aquellos que presenten variaciones en los genes.
Para prevenirla y tratarla se recomienda una dieta rica en fibra y grasas Omega 3, combinadas con la realización de ejercicio moderado.
Las personas con hígado graso con frecuencia tienen comportamientos alimentarios aberrantes. Es decir, se levantan sin apetito pero por la tarde sufren ansiedad, lo que los lleva a ingerir alimentos sin control, un comportamiento propio de los sujetos con sobrepeso. Frecuentemente presentan resistencia a la insulina y aumento de la grasa abdominal aún sin comer en exceso.
Al hígado se le considera el órgano de los mil metabolismos porque fabrica proteínas, produce elementos vitales para la sangre, filtra las toxinas que serían perjudiciales para el organismo, regula el metabolismo de las grasas y tiene capacidad de autorregenerarse, entre otras funciones, de tal manera que si no funciona condiciona la calidad de vida de las personas. La alimentación tiene un papel primordial en el tratamiento del hígado graso siendo las recomendaciones más habituales la disminución del peso corporal y la modificación de la alimentación. Ajustando esta cantidad de alimentos según las necesidades concretas de cada paciente, aumentar el consumo de fibra, bajar el de carbohidratos simples y el de grasas saturadas, aumentar el consumo de grasas Omega 3 y suprimir completamente el consumo de bebidas alcohólicas. Todo ello completado con la realización de actividad física moderada para obtener un peso saludable y disminuir el riesgo cardiovascular.
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