Recuerdo los sucesos de aquel 4 de Febrero de 1992 y el ambiente o entorno político y anímico que vivía el país. Lo recuerdo claramente. No me simpatizaban para nada CAP ni su gobierno. Estaba harto como debía estarlo buena parte del país. Aunque también es verdad que millones lo adoraban. Desesperaba la incomprensión de la dirigencia nacional de los grandes partidos políticos acerca del estancamiento nacional. Sin sueños, banderas ni ideas para un nuevo futuro. Pese a todo, los golpes me causaban – y me causan – repudio. Así lo comenté por aquellos días en algunos medios de comunicación. El oficio militar es muy respetable pero para lo suyo: el resguardo de la soberanía nacional, no para imponerse por la fuerza de unas armas que puso en sus manos la República, bajo juramento de usarlas debidamente. La traición y la simulación no son motivos de festejos y aplausos. El “orden y mando” del mundo militar es para los cuarteles o para la guerra. No para ejercer el gobierno ni para la vida ciudadana.
Aquel golpe militar fracasó. Yo deseaba cambios pero con más democracia, no con militarismo. Por lo demás, y aunque a este columnista no le simpatizara, el de CAP era un gobierno electo democráticamente por una abrumadora mayoría popular. Había una Constitución legítima. Con los días supimos que el jefe del golpe no se fajó a pelear, sino que se escondió en el Museo Militar. Mandó a los suyos a matar o morir – de hecho hubo más de 200 muertos – pero él se quedó en lugar seguro y sin riesgos. Tenía tropa para marcar la diferencia en Miraflores pero no bajó a arriesgar. Lo denunciaron sus propios compañeros. La necesidad de mantenerse unidos lo obligó a ponerle sordina al reclamo.
Supimos también que había grupos de civiles de vieja militancia, de extrema izquierda – algunos excomandantes guerrilleros – comprometidos con el alzamiento, pero el jefe militar del golpe los dejó embarcados para que en caso de triunfar “no repartir el poder”, sino quedar todo para el bando militar.
Las “banderas morales” de los militares golpistas, con lo que pretenden justificar el acto de fuerza eran: el rechazo a la corrupción, la soberanía nacional y el rechazo al populismo y la politiquería. 21 años más tarde, ¿Qué tenemos? Un iraní capturado en Alemania con un cheque de 300 millones de bolívares fuertes. Tenemos Pudreval y sus 150 millones de kilos de comida podrida sin investigación ni castigo. La mafia de la cabilla y el cemento. El maletín de Antonini Wilson y los 800 mil dólares. La deuda externa que era de 30 mil millones ya se acerca a los 200 mil millones de dólares. ¡Increíble!, con el barril a más de 100 dólares. Si las cárceles venezolanas eran una vergüenza, ahora son el peor infierno jamás imaginado donde el gobierno no gobierna, con más de 700 muertos en apenas el último año y medio.
¿Soberanía nacional? La destrucción sistemática de la industria nacional estatal y privada nos ha llevado a devaluación tras de devaluación. El bolívar “fuerte” se volvió sal y agua perdiendo casi el 100% de su valor a sólo dos años. A China se le entrega ahora el control de las riquezas mineras a cambio de más deuda. Les debemos hasta el modo de caminar. Ahora importamos cebollas, aluminio, acero, ¡gasolina!, café, pollo, arroz, carne y hasta caraotas.
Retrocedimos, pues, a lo peor de los gobiernos militares de inicio del siglo pasado. Nunca fuimos tan dependientes del rentismo petrolero y de las potencias extranjeras como hoy. ¡Hasta para la gasolina que consumimos dependemos del imperio! Los gringos gozan con el “antiimperialismo” de puro bla bla bla. Los chinos hacen su agosto con nosotros. Ni decir de la gerontocracia vitalicia cubana. Brasil, Uruguay y Argentina encontraron su “mina de oro” con contratos ventajosos y la fuente inagotable de petrodólares para que le compremos de todo. Colombia nos vende 20 y nos compra sólo 2. Santos se frota las manos. Luego, nada que celebrar, salvo los que pretenden seguir montando un teatro de disfraces para seguir dueños del poder y los negocios. Lo único que les importa. Farsa de supuesto socialismo solo para la propaganda. ¿Valió la pena? Para nada.
#opinion: Sin tregua – 4F: ¿Valió la pena? por: Macario González
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