#Opinión: Le Corbusier Por: Claudio Beuvrin

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La ciudad como tema

Hace más de 50 años murió Le Corbusier, uno de los arquitectos más importantes de los tiempos modernos. Su influencia en la arquitectura, incluyendo la existente en nuestra ciudad, ha sido tal que inevitablemente tenemos que aceptar que, en gran medida, todos somos lecorbusianos, aun si no lo sabemos o no lo admitimos.
Como suele suceder en la casi totalidad de los procesos de creación y consolidación de nuevas ideas, Le Corbusier inventó poco pero su mérito fue haber amalgamado lo que otros ya habían inventado y convertirlo en una nueva teoría de la arquitectura, con el añadido de un enorme esfuerzo en difundirla y esto fue lo que hizo la diferencia.
Le Corbusier nace en Suiza, en 1887 en el seno de una familia de artistas y con 13 años comienza su aprendizaje artístico en la escuela local de bellas artes donde, además de los cursos de pintura, escultura, grabado y textiles, recibe sus primeros conocimientos de arquitectura y ya a los 18 años, aun antes de graduarse, comienza a elaborar proyectos y a construirlos.
Le Corbusier era un hombre de una curiosidad insaciable y de una energía inagotable. Emprendía largos viajes para visitar cualquier sitio donde creía que podía aprender algo y se detenía donde hubiera alguien que pudiera enseñarle y con el permanecía largos meses hasta que continuaba  viaje. Fue así como a la vuelta de pocos años y pese a su juventud, había conocido y trabajado con los grandes arquitectos de su tiempo, los que fueron los padres fundadores de la nueva arquitectura. De sus viajes regresaba cargado de bocetos, fotografías, notas y reflexiones que luego utilizaría para escribir y publicar sus propios puntos de vista.
Esto de viajar para aprender es una práctica muy antigua en Europa. La filosofía griega no se explica sin los numerosos estudiantes-filosofos que iban de una a otra ciudad aprendiendo y divulgando y que, eventualmente, se radicaban en Atenas. En la edad media, los maestros constructores de las catedrales viajaban de obra en obra donde, al trabajar, aprendían y divulgaban lo que ya sabían. Y eran tiempos en que viajar era, casi siempre, un asunto que se resolvía a pié. Este continuo flujo de información es lo que explica, al menos en parte, la similitud de estilos y técnicas constructivas que se dieron más o menos simultáneamente entre obras ubicadas en sitios muy lejanas unas de otras.
Entre los rasgos lecorbuseanos presentes en la arquitectura local están el uso de columnas de  concreto armado lo que permite liberar las paredes de la función de carga y distribuirlas libremente. También los vemos en el uso de amplísimas ventanales y en la composición libre de las fachadas, desligadas de cualquier referencia a estilos del pasado.   También está la idea de las azoteas visitables que pueden aprovecharse para jardines y el esparcimiento, algo que ahora se hace poco pero que con la exigencia de una arquitectura ecológica vuelve a estar en el discurso formal de los arquitectos.
Otro rasgo de Le Corbusier es el acabado en obra limpia, dejando a la vista la huella que el encofrado de madera le imprime al concreto. Y esto lo vemos utilizado extensamente en obras como la Torre David, la Escuela de Medicina, el Ipasme, el edificio del Palacio Municipal y otras.
Como a muchos arquitectos de su generación le preocupaba el estado desastroso de las ciudades, la abundancia de tugurios y barrios deteriorados donde se anidaban el desempleo, el crimen y la prostitución, amén de otros problemas como la mala salud causada  por la insuficiencia  de sol y aire puro. El propuso entonces cambios radicales a partir del  reconocimiento de que en la ciudad se realizan básicamente cuatro actividades: habitar, trabajar, cultivar el cuerpo y el espíritu y circular. Las nuevas  ciudades estarían dividida en grandes zonas especializadas en cada una de esas actividades estando todas las zonas interconectadas por autopistas.
Hoy sabemos que la propuesta urbanística de Le Corbusier era demasiado simple. Su diagnostico acerca de las ciudades así como sus propuestas de solución estaban equivocadas, pero entonces los estudios urbanos apenas estaba naciendo. Le Corbusier consideró que la extensa destrucción causada por los bombardeos durante la segunda guerra mundial era una oportunidad de oro para poner en práctica sus teorías. Afortunadamente no lo logró, aunque si fue escuchado en Brasil, donde el plan de la ciudad de Brasilia, realizado por un colaborador suyo, Lucio Costa, refleja sus convicciones y hoy es evidente que se construyó un desastre inhabitable. Quienes viven en Cabudare y trabajan en Barquisimeto saben la pesadilla que significa que miles de vehículos saturen las autopistas. Hoy, en vez de segregar y distanciar funciones se propone integrarlas, acercarlas, hasta donde sea posible, a distancias peatonales. Pero los errores nada le quitan a los méritos de Le Corbusier, simplemente porque sin errores no hay aciertos.

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