Editorial: Negligentes y despiadados

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Sumida en la incertidumbre, la nación es hoy en día un cuerpo atenazado por sus dudas, sus dilemas, sus ansiedades. Nadie sabe hacia dónde vamos, ni qué puede pasar mañana mismo, lo cual impide programar, trazar estrategias, pero más allá de la incurable arrogancia de quienes dicen gobernar, cuanto prevalece en el ánimo de la gente es la sensación del desamparo. La confusión. El desconsuelo de no divisar una salida cierta.

Ya el país iba por mal camino. La bonanza petrolera, con un promedio constante del barril por encima de los 100 dólares, disimuló las devastadoras secuelas de la destrucción del aparato productivo. Cada vez producimos menos bienes de consumo, incluso alimentos, pero todos estos años ha habido dinero suficiente para cubrir esos vacíos con una importación de tal magnitud que llegó a colapsar los puertos. El desaforado gasto público financió una adhesión, una esperanza en las masas, y mitigó la explosión del descontento.
Las obras públicas también han sufrido el efecto corrosivo de la lenidad oficial. La imagen que mejor retrata esa crónica dejadez es el estado calamitoso de la infraestructura nacional. La condición de autopistas, calles, puentes y escuelas, por ejemplo. No es menos alentador lo que ocurre con los servicios públicos. Con la educación, con universidades acosadas y asfixiadas financieramente. Así, el caos se repite en otras áreas sensibles, como la de la salud. No se salva la mismísima Petróleos de Venezuela, con sus cuentas en rojo. Ni las desmanteladas empresas básicas de Guayana.
No obstante, en el pueblo estaba prendida la llama de una ilusión, constante y de corte místico. Una palabra, profusa y artificiosa, pronunciada por un prestidigitador de emociones, aseguraba el embrujo, la negación de una realidad que, afuera, amenazaba con sus desenlaces apremiantes. La siempre atractiva promesa de redención social, la idea de que la revolución les había concedido rostro y reconocimiento a los más pobres, iba de la mano con la noción del Estado poderoso, altruista, espléndido. La riqueza había sido puesta al servicio de los desposeídos. “Ahora Pdvsa es de todos”.
No obstante, en una sombría combinación de circunstancias, el predicador calló, y las alforjas están exhaustas. Para colmo, quienes los primeros días se vieron desconcertados con un mando sobrevenido, plagado de ilegitimidad, ahora pujan por superar al líder original en sus desplantes. Ayunos de formación, carisma y autoridad, sin verbo ni inspiración, los imitadores ensayan apresuradas y estrafalarias poses de intolerancia, que acaban por tensar aún más las ya resentidas y ásperas relaciones sociales.
Jamás piensan en gobernar, en enderezar la marcha del país, en convocar las voluntades de los más amplios sectores de la vida nacional, con miras a los consensos indispensables y a encarar de la mejor forma las dificultades en ciernes. La terquedad en que se revuelcan se centra en el insulto, en la intemperancia. Negligentes y despiadados, sellan toda posibilidad de diálogo. Desprecian cualquier asomo de entendimiento, pues recelan que el ejercicio de la controversia civilizada sea confundido con muestras de debilidad. Y se aventuran sin el más leve rubor a los extremos de la inmisericordia. Cuando el país aguardaba por las medidas humanitarias a favor del comisario Iván Simonovis, con su salud gravemente deteriorada, a petición del “sucesor” la Fiscalía anuncia que podría tramitar el retorno a la cárcel de Henry Vivas y Lázaro Forero. El argumento, que sería risible si no se tratara de una tragedia, es que la impunidad no puede ser permitida. Lo dicen quienes anuncian una “cayapa judicial” para aliviar el hacinamiento de las cárceles y hoy celebrarán con ruidosa grosería los 21 años del 4-F, fallida pero sangrienta intentona golpista.
Esa misma voz sobrevenida amenaza con radicalizar sus acciones contra los “carcamanes” de la empresa privada, contra los medios, contra los partidos “de la derecha”, contra los “apátridas”. No obstante, el margen de maniobra se ve reducido cuando el fantasma del desabastecimiento ronda los anaqueles, la inflación frisa el 30%, se agudiza la contracción del aparato productivo, es inminente una devaluación de nuestro signo monetario, y se secan las fuentes de financiamiento (verbigracia la postura de China, que ahora se trata de ablandar).
Definitivamente, los “sucesores” del poder en Venezuela empujan al país hacia una situación impredecible.

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