Desde que tengo uso de razón los buhoneros del Mercado San Juan han sido un capítulo delicado dentro de la cultura barquisimetana.
Buena parte de la población piensa que es un buen lugar donde encontrar mercancía de buena calidad; otros opinan que es un nido de malhechores en el cual tanto comerciantes como visitantes corren el riesgo de ser despojados de sus bienes, en medio de la afluencia de personas que allí acuden.
Sin embargo, hay un punto de vista que muy pocas veces es apreciado: el de los habitantes del sector. A mi corta edad, muy pocas veces he visto a mi vecindario, los días domingo, libre de mesones, techos de bolsa y vendedores; tal vez, en ocasiones especiales como las jornadas electorales (aunque en las veces más recientes ni la Guardia Nacional ha podido con este fenómeno social); pero son innumerables veces en las que he visto cómo el peligro asecha a este sector.
Incendios de autos, las repetitivas alarmas de robos por parte de los comerciantes, emergencias médicas hasta personas fallecidas, completan el historial de la jornada laboral, si así se puede llamar, de los trabajadores informales del Mercado San Juan.
Aún me pregunto cuál es el temor que existe en el Gobierno municipal (no sé si regional) al no ver la aplicación de estrategias para intentar solventar esta situación. No obstante, en el año que acaba de terminar, logramos visualizar una pequeña luz, una esperanza para finalizar con este castigo: la alcaldesa había prometido construir un edificio para albergar a los comerciantes locales.
Dicho sueño comenzó a desvanecerse cuando la obra no se ejecutó en el lapso prometido. Se habló de una posible desviación de fondos de este proyecto para financiar “regalos”, a fin de hacer campaña política en las pasadas elecciones presidenciales. Al parecer, en los días próximos reanudarán las actividades en el terreno. Hago el llamado a las autoridades correspondientes, para que sean responsables y piensen en los derechos de esta comunidad, que por tantos años han sido violados.