Como los gladiadores antiguos, los soldados guaros lucharon hasta el aliento final. Provoca orgullo de pechos henchidos esta agrupación larense de la 12-13. Se fajó a puro coraje contra una enseña robusta conformada por figuras del mayor nivel. Perder en el séptimo juego de una final no reduce méritos para el bando guaro. Con un pitcheo más guapo que capaz, agotado al extremo y sin la etiqueta para encarar a un rival tan blindado, estuvo a punto de atrapar el banderín.
Se agotaron las municiones de los serpentineros y un ataque a mansalva, con siete vuelabardas en dos fechas, liquidó a los pájaros rojos. Con pronósticos en contra y problemas frecuentes y crecientes en el grupo de serpentineros, Lara levantó la cara ante cada tropiezo.
Queda la nostalgia de que se pudo liquidar en Barquisimeto y una decisión arbitral quizá cambio el destino de la serie. No hay remordimientos ni críticas ácidas. No caben las dudas sino los aplausos. Pedro Grifol dirigió una banda alegre, desinhibida, sin complejos. Es uno de los mejores conjuntos crepusculares que no haya ganado el gallardete. Encaró a un “dream team” que no perdonó equívocos e impuso la jerarquía exigido hasta el máximo. De los clubes que hemos visto caer en nueve de trece finales, este nos deja un grato gusto, aun con la resaca inevitable del revés.
La artillería navegante cañoneó sin compasión y allí estuvo la diferencia en un partido de 31 hits y 20 carreras, auténtica refriega sin pausa ni cuartel. Reducida a su mínima expresión en los cinco primeros encuentros, la novena carabobeña desató una fulminante ofensiva de cinco jonrones para anexarse un título hacia el cual siempre tuvo el rótulo de favorito.
Las diferencias crecieron en una noche infausta para los tiradores rojos. Hambrientos, los Navegantes no pararon de marcar en los cinco primeros tramos, en los cuales despacharon trece hits. Diez extrabases fueron demasiado. Nadie pudo parar el cañoneo marino hasta el sexto, cuando el mal se había extendido. Una noche inolvidable de Luis Jiménez, con dos explosivos a las gradas, se queda en el recuerdo como parte de una vibrante lucha en la cual jamás se bajó la guardia. Eso sí, reconocimiento a un campeón que no sorprende y es admirable por su línea de luminarias.
Este puede ser, después de tres años aciagos, el inicio de una formidable etapa en la historia del club cardenal. Como los buenos pugilistas, hay que pasar el golpe y esperar el próximo round en octubre. Hasta luego.