#Opinión: Sincretismo de Estado Por: Luis Barragán

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Recientemente, Rigoberto Lanz ha hecho una breve disertación sobre la irrupción de la modernidad y la consiguiente aconfesionalidad del Estado.

Supusimos, por el título del artículo (“Regreso del catolicismo reaccionario”), que inscribiría la postura antigubernamental de los sectores católicos en la incansable terquedad de preservar sus privilegios, asediados por las tribus postmodernas que pudieran confundirlos, pero –alimentando un poco la acertada peregrinación conceptual de Oscar Schemel, en torno al liderazgo religioso– denunció las prácticas católicas regresivas de Chávez Frías y sus colaboradores. Sin embargo, circunscrito a una determinada liturgia, olvida que el ceremonial de Estado ha apelado a otras, confiscada inescrupulosamente la llamada religación por quienes no sabemos definitivamente a cuál Dios rezan.

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Confiscación que no teme simular las prácticas y hacerse de los símbolos de las distintas creencias, suponiendo de derecho divino la entronización del régimen. Éste es el dato fundamental, derivando el culto a la personalidad presidencial, perfeccionamiento del bolivariano de cuño guzmancista y lopecista, en una radical política de la fe que oculte toda evidencia de los fracasos y contradicciones, como no ocurriría con la del escepticismo; autorizando y promoviendo a sectas de menor impacto, como contraprestación a una afinidad política que garantiza un insospechado crecimiento de las más audaces; e intentando, ante la consabida enfermedad, un discurso de la resurrección que las circunstancias puedan convenir como de relevo y encarnación. Por cierto, no es casual que el ministro Giordani hable de “transubstanciación”, en uno de sus libros, dizque para explicar las políticas económicas que concibe convertido en un extraño tomista en el socialismo de novísima centuria.
Los católicos post-conconciliares adoptamos también diferentes posturas ante el régimen, e –incluso– feligrés asiduo a la Iglesia de San Francisco, debemos apuntar que, las homilías de los jesuitas, por más simpatizantes o adversos que se digan del proceso, no están contaminadas por el mensaje de una específica militancia partidista. Y, aunque de yerros se hace la trayectoria terrenal, la Conferencia Episcopal plantea sus denuncias y señala sus orientaciones con la prudencia que reclama la coyuntura.

La desesperación lleva a los altos personeros del Estado, según el hábito heredado, a espectacularizar sus urgencias políticas y, banalizando la muerte, como ha ocurrido con las 20 mil personas que dejaron el pellejo en las calles en 2012, el constante seguimiento o monitoreo de la opinión pública, realizado a través de costosísimos estudios y abnegados analistas, dice legitimarlos para protagonizar cualquier evento religioso que los ayude a reforzar un imaginario social que les ha prodigado importantes y decisivos dividendos. Predominantemente católico, las modalidades son fáciles de adivinar para aprovecharse de un pueblo que vive en constante zozobra.

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